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Ernesto Borges: "Tuve que pagar un precio elevado por mantenerme leal a mi conciencia pero no me doblegaron". Por Camila Acosta. Cubanet. 

Ernesto Borges: “Tuve que pagar un precio elevado por mantenerme leal a mi conciencia pero no me doblegaron”
Por Camila Acosta
Cubanet
8 de mayo de 2025

Foto: Cortesía del Entrevistado

Desde que fuera excarcelado luego de 27 años preso, apenas ha dado entrevistas, responde el teléfono, saluda y agracede a todos por el apoyo, pero reconoce que aún se siente “raro”.

LA HABANA.-Ernesto Borges volvió a ver el mar después de casi 27 años de prisión política. Su hermano lo llevó al Malecón de La Habana, donde se sintió feliz y se impresionó como si fuera su primera vez.

“Yo pescaba submarino, era pescador de orilla, era mi hobby, mi terapia”, cuenta en esta entrevista.

“Añoraba sentir el olor del salitre. En la prisión solía decirle a los presos políticos y comunes que el sol que veíamos en el patio era el mismo que salía en Varadero y se sorprendían. Les aseguraba que era el mismo, solo que sin el olor a salitre y sin chicas en biquini. Se reían muchísimo. (…) Al ver el mar, después de tanto tiempo, me sobrecogió su inmensidad. Tengo pendiente ir a nadar”, añadió.

Desde que fuera excarcelado este 24 de abril, apenas ha dado entrevistas, responde el teléfono, saluda y agracede a todos por el apoyo, pero reconoce que aún se siente “raro”. También quiere aprovechar cada instante con su familia, quienes, según afirma, “son los verdaderos héroes de esta historia”.

¿Cómo fueron esos primeros momentos con tu familia tras salir de libertad? ¿Cómo te sientes tras casi 27 años preso?

Los primeros momentos con mi familia fueron muy intensos, muy emotivos. Primero fue con mi hermano mayor, César, quien me estaba esperando en la puerta de la prisión.

Fui liberado a la 1:20 de la tarde del 24 de abril de este año. Salí con un pantalón de preso y un pullover blanco. El oficial de control penal que me tramitó la salida me acompañó hasta el salón de visitas, ahí a las afueras de El Combinado del Este, mi hermano me dio una muda de ropa y me cambié en el baño. Ahí fue el primer abrazo con mi hermano, y tuve conciencia de que estaba al fin en libertad.

Al llegar a la casa, vi a mi padre, Raúl Borges Álvarez, el hombre que estuvo tantos años luchando por mi liberación y porque saliera vivo.

La gente me dice mucho que soy como un héroe, que soy un hombre fuerte, pero insisto en que los familiares cercanos son los verdaderos héroes de esta historia. Son héroes anónimos, y creo que merecen todo el reconocimiento de los que se interesen por mi caso.

¿Cómo me siento después de casi 27 años preso? Bueno, me siento más viejo. Entré con 32 años y tengo 59. Creo que me siento un poco más maduro, hasta un poco sabio, hasta un poco filósofo. La prisión me obligó a leer mucho, a trabajar mi mundo interior, tuve muchos años para reflexionar sobre la vida, sobre todo el pasado, el presente, el futuro.

¿Cómo fueron esos años de prisión? ¿Cómo los describirías?

Los años en prisión fueron muy difíciles, sobre todo los primeros años; fueron los más complejos porque antes de caer preso, tenía una vida social activa.

Me tuvieron casi un año en el órgano de instrucción y, cuando me trasladaron a prisión, entré a un régimen de aislamiento; los casi 11 años que estuve en la prisión de Guanajay tuve pocos compañeros y vecinos de celda, pasé la mayor parte del tiempo solo. Cuando tú sales de un proceso investigativo, de interrogatorio, que es una experiencia traumática, y llegas a un lugar y no tienes la oportunidad de intercambiar con otras personas para descargar la presión, para hacer catarsis o para que te aconsejen de cómo manejar la vida en la prisión y demás, eso te cuesta bastante. Hasta el espacio en que me encontraba era agobiante: una celda de dos por tres metros.

Hubo otras etapas también complejas. Pero resumir todo esto en unos minutos es difícil.

¿Qué fue lo peor que viviste?

Lo peor que viví en la prisión creo que fue al principio, el momento en que me detienen y que me vi enfrentando la posibilidad de la pena de muerte. La petición fiscal finalmente llegó como espionaje en grado de tentativa y fui sancionado a 30 años, que es como si me hubieran pedido la pena de muerte y me lo hubieran conmutado en ese momento.

Cuando caigo preso (1998), la sanción máxima por espionaje era 20 años de privación de libertad o pena de muerte. Cuando te conmutaban la pena de muerte, te dejaban la sanción en 30 años. Ese fue un momento difícil porque tuve que pensar en mi hija, que tenía cuatro años, en mis padres, mis hermanos, mis otros seres queridos.

Más adelante fue difícil tener que aceptar que no tendría acceso a los cambios de régimen. Por ejemplo, yo vine a salir a campamento a los 22 años de estar preso, en el 2020. Estuve 10 meses en la Zona Cero (campamento) al lado del Combinado del Este y, a los 10 meses de estar ahí, me revocaron y volví a prisión hasta el momento de mi liberación. Aceptar que no tendría acceso al campamento en los términos que establecía la ley, ni a la libertad condicional, también fue una experiencia fuerte.

Lo otro duro fue la muerte de mi madre, el 14 de febrero de 2020. Fue duro también dejar partir a mi hija: en 2004 autoricé que mi hija viajara a Canadá con su mamá y su padrastro, por el bien de ella, porque sabía que iba a estar muchos años preso. Y fue una decisión compleja también porque sabía que el tiempo nos iba a cobrar un alto precio: la falta de roce, de contacto directo. Desde la prisión es muy difícil mantener contacto con los hijos en el extranjero. Yo tenía que hacer muchos esfuerzos para conseguir las tarjetas en divisa para poder hablar con ella. No tenía un teléfono donde recibir llamadas del exterior. Así pasaron los años. En aquel momento, mi hija tenía cuatro, y hoy tiene 31 años.

Hubo un momento en que a mi papá lo operaron de corazón abierto en 2010, en España; tuve la incertidumbre de si sería capaz de sobrevivir o no la operación, pero bueno, sobrevivió.

Otros momentos complejos fueron varios procesos de excarcelaciones que hubo o de indultos. En diciembre de 2014 hubo un canje de espías con el gobierno de Estados Unidos. Después hubo otras excarcelaciones de presos políticos y procesos similares, y me creaba la expectativa pero siempre quedé fuera.

He tenido que pagar un precio elevado por mantenerme leal a mi conciencia, por ser coherente, por no vivir en la doblez. Eso fue difícil.

¿Por qué el ensañamiento contigo? ¿A qué torturas te sometieron?

Creo entender algunas de esas razones, otras las sabré el día en que se desclasifiquen los documentos secretos y los expedientes de mi proceso investigativo.

Desde el primer momento, me dijeron en interrogatorio que conmigo iban a dar un escarmiento.

Cuando se cae la Unión Soviética, en 1991, Cuba entra en crisis económica, hubo varias deserciones de oficiales de la Seguridad del Estado, algunos que trabajaban en el extranjero, otros que se fueron desde aquí, desde Cuba. No cogieron a todos, pero yo caí.

En mi caso, traté de pasar una información a un diplomático norteamericano en La Habana, pero la información no llegó a su destino. Me cogieron preso y, desde entonces, me dejaron claro que sería el caso ejemplarizante.

Creo que también se ensañaron conmigo porque, independientemente de que soy descubierto, no quise mantener la doblez con la que había vivido antes. Decidí que el resto de la vida que me quedaba en prisión, vivirla como era, como pensaba. También tenía mucha información secreta. Lo otro es que, por la conducta que tenía en la prisión, era un mal ejemplo para los oficiales que estaban activos.

Yo estoy seguro de que en las filas de la Seguridad del Estado dirían “Ernesto Borges Pérez es un traidor, es un mercenario” pero, en realidad, me aferré a los principios en los que creía y traté de ser coherente. No me doblegué, no claudiqué, y yo sabía perfectamente que eso molestaba.

No es menos cierto que una gran parte de los militares que han caído presos en nuestro país fueron doblegados en prisión. El sufrimiento es grande y no todo el mundo lo soporta.

A mí, específicamente, a partir del 2012 me hicieron muchas propuestas de colaboración, de que yo trabajara con mis adversarios (la policía política) y, a cambio, me darían la salida de Cuba. Pero eso no me sirvió. En primer lugar, porque ya yo había cambiado políticamente. En segundo lugar, porque después del sufrimiento que yo mismo había pasado, que había pasado mi familia, no quería prestarme para meter gente presa en este país y hacer sufrir a otros familiares. Y, en tercer lugar, porque en realidad no confiaba. Y eso también pesó mucho en que a mí me llevaron hasta atrás (que lo hicieran cumplir completamente la sanción).

Muchos jóvenes en la prisión, delincuentes, presos por delitos comunes, me decían, “político, ¿por qué tú no cooperas con ellos y sales del país y resuelves los problemas?” Y yo les explicaba a ellos que eso no era tan sencillo. El aparato que hace ese trabajo en Cuba tiene mucha experiencia y no basta con que tú digas: “voy a trabajar con ustedes”, para engañarlos. Es un proceso que inicia con una comprobación muy fuerte, te dan tareas específicas, tienes que meter gente presa. Al final de la jornada, hasta ellos mismos después, podían hacer pública esa colaboración y arruinarte la vida, tu reputación.

Recuerdo una vez que un oficial me dijo “Borges, ¿por qué te preocupa tanto tu reputación si, al final de la jornada, cuando salgas de aquí vas a tenerte que ir de Cuba?”. Y yo le dije “Me voy a ir de Cuba, pero nunca me voy a poder ir de mí mismo; y quisiera, donde quiera que esté en el futuro, así sea en Madrid, en Washington, en Miami o en Ciudad de México, mirarme al espejo y no ver a un hombre que por miedo y por cobardía pactó”. Prefiero dormir en paz y prefiero tener la conciencia en paz con Dios y conmigo mismo.

Pasé por momentos difíciles, pero te voy a decir la verdad: a mí durante los interrogatorios y el tiempo en que estuve preso nunca me ejercieron violencia física. En primer lugar, creo que fue por mis características personales, que no me dejaba provocar. Siempre he tratado con respeto a mis adversarios, en cualquier circunstancia. Las presiones fueron de carácter psicológico.

Me pasaron cosas como, por ejemplo, que mi hija vino a Cuba ya cuando era adulta y no me pudo ver, no me dejaron verla, ni siquiera llamarla al hotel donde estaba, sin darme una explicación. Psicológicamente, es un golpe muy fuerte.

Sí, estuve sometido a aislamiento, a privación del sueño, se me obstaculizaba la comunicación por correspondencia con mi familia y cosas así, pero, físicamente, no hubo nada. Hay gente que me ha preguntado a lo largo de los años de la prisión por qué a mí nunca me han dado una golpiza. Pienso que porque respetaba a todo el mundo. Siempre estuve claro de que las personas que estaban en la prisión custodiándome, su trabajo era mantenerme vivo ahí adentro, alimentarme, darme un techo, darme alguna asistencia médica y más nada. Fui sancionado por un tribunal y a partir de una orientación política de la máxima dirección del país. Nunca la cogí con los carceleros y siempre traté a la gente con respeto.

Hace muchos años, leí una frase, creo que es de George Washington, en la que él decía que, cuando hagamos cualquier cosa delante de los demás, que lo hagamos con respeto a esas personas, sean lo que sean. Uno puede reclamar sus derechos, uno puede defender su verdad sin humillar a nadie, sin ofender a nadie y mucho menos desquitándonos con los que no tienen nada que ver directamente con las decisiones esas.

También me abrí en la fe del cristianismo, lo que me ayudó muchísimo. Precisamente a esto, a ser más tolerante, a ponerme en el lugar de los demás. Entendí, a partir de la fe y de la experiencia en la prisión, que el odio, por lo menos en mi caso, me discapacita. Hay personas que, para resistir tienen que odiar, eso es lo que los activa, eso es lo que los moviliza. Aprendí, por la fe en Cristo Jesús, que la mansedumbre me sirvió más, me sirvió más para ver todo en su integralidad, para tener más perspectiva de lo que me estaba pasando y para transitar las pruebas que me tocó pasar.

Te decían “el preso de Castro”. ¿Por qué?

Eso es una anécdota: en el 2010 hubo un proceso de excarcelaciones, cuando soltaron a 44 que faltaban de los presos políticos del grupo los 75 y otros más; en ese momento, en las conversaciones que hubo entre el entonces cardenal Jaime Ortega Alamino, Laura Pollán, la líder de las Damas de Blanco, y Raúl Castro Ruz, cuando el cardenal se interesa por el caso mío, Raúl Castro le dijo que los presos militares eran casos de él, y yo era uno de esos presos militares. A partir de ahí, no recuerdo exactamente qué periodista o qué hermano de la oposición empezó a usar la frase el “preso de Castro”.

¿Cómo estás de salud?

Cuando entré a la prisión era asmático nada más, pues soy asmático desde niño. Pero con el paso de los años adquirí varias enfermedades: la más reciente y la que más me ha golpeado es la de cataratas, que me la diagnosticaron como en el año 2017 en los dos ojos, sobre todo, en el ojo derecho, por donde ya prácticamente no veo nada.

Por eso mi prioridad es buscar salud porque la necesito; para poder trabajar y para poder tener cualquier proyecto de vida en lo adelante, necesito recuperar la visión.

También recientemente adquirí diabetes, fui diagnosticado como diabético tipo dos, que es más suave, hago ejercicio, mantengo mi dieta. También, en los años de prisión empecé a padecer gastritis crónica, sacrolumbalgia, problemas circulatorios. Tantos años en celdas pequeñas, con poca movilidad, con poco desplazamiento, la humedad, la falta de iluminación, los problemas con la alimentación, todas esas cosas, al final, te impactan en la salud.

Mucha gente me decía en la prisión, bromeando, “no te preocupes, cuando estés en libertad te vas a recuperar y vas a volver a activarte”, bueno, ojalá sea así.

De ánimo, no te lo voy a negar, me siento muy bien de ánimo. Y creo que la mayor parte del tiempo que he estado preso me he sentido muy bien de ánimo, porque yo soy un hombre que amo la vida, soy un hombre optimista. Y, como lo que hice, lo hice basado en principios, en valores en los que creo, siempre sentí que estaba en el camino correcto. Eso nunca lo tuve en duda. Cuando vives con coherencia, cuando hay una coherencia entre lo que tú piensas, lo que hablas y lo que haces, la vida fluye. Yo siempre he estado positivo, la mayor parte del tiempo.

¿Qué planes tienes?

Como te acabo de decir: ganar salud, más que nada. Y los años que la vida me va dejando, tratar de pasarlo con mis seres queridos, con esos héroes anónimos. Mi papá tiene 85 años, tiene el desgaste de la edad, fue operado de corazón abierto. Mi padre, que luchó tanto por mi vida.

Tengo a mi hija en Canadá, que sueño con reencontrarme con ella en territorio americano, en Canadá o donde pueda ser, y entonces ver cómo recuperamos una parte del tiempo perdido entre padre e hija.

Quiero trabajar, ser útil. Yo voy listo a hacer cualquier tipo de trabajo que tenga que hacer en el extranjero para sobrevivir y mantener a mis seres queridos. Yo he estado los años estos sin trabajar, no porque sea vago, sino por las circunstancias del encierro. Pero a mí, realmente, siempre me gustó trabajar.

¿Qué mensaje transmitirías a las personas que siguen presas injustamente?

Que se abran a la fe, que fue algo que a mí me ayudó mucho en la etapa en que estuve en solitario. Es difícil explicarle esto a las personas que no creen en Dios, pero la fe da muchos recursos psicológicos para manejar las situaciones extremas de la prisión.

Les aconsejaría amar mucho la vida. Aún estando presos tenemos vida, una vida con limitaciones pero sigue siendo vida. Y, aún estando presos, ver la familia crecer, envejecer, ver nacer otros integrantes de la familia, aunque sea mientras tienes visitas. Los años pasan, pero vas interactuando con tu familia.

Cuando caí preso no había teléfono en las prisiones. Los teléfonos los pusieron en 2004 o 2006. Ahora los presos en Cuba tienen la posibilidad de hablar de vez en cuando con la familia, con limitaciones, pero estás hablando con la familia. Les sugeriría esto, que sean positivos y que sufran con valor y con dignidad.

Cuando salgo del proceso de instrucción, llegué a la prisión de Guanajay el 15 de junio de 1999, me senté solo en mi celda y saqué la cuenta y dije “bueno, ¿qué hago con los 30 años que me acaban de poner como sanción? Tengo dos opciones: o me aferro a lo mejor de mí como ser humano, o me dejo llevar por la corriente dentro de la prisión”. Decidí aferrarme a lo mejor de mí como ser humano, me propuse estudiar, superarme, le pedí a mi familia diccionarios, libros, leí muchísimo.

La prisión se detiene para la gente cuando no se superan dentro. En la prisión uno no debe quedarse a la deriva, a esperar que pase algo cada día, que te entretenga y que te haga salir de la asfixia. Hay que tener cierta rutina diaria, cierta planificación, ejercicio, lectura, conversar, ver un poco de televisión… Pero hay que tener cierta planificación y tener objetivos a mediano y largo plazo. Y trabajar enfocado en algunas metas. Eso es muy importante para no perder las esperanzas, para no hundirse en la desesperación.

Yo no odio absolutamente nada ni a nadie. Esto va a sonar un poco raro, pero es así. Pero si tuviera que decir que odio algo, lo único que odiaba de verdad, en la prisión, era caer en estado de melancolía y de tristeza, porque cuando me pasó eso, las pocas veces que me pasó en Guanajay, me sentí tan mal, me sentí tan solo y tan triste que, para levantarme, me costaba muchísimo. Cuando aquello tenía la visita cada 45 días, no tenía acceso al televisor, la correspondencia con mi familia era obstaculizada constantemente.

Pienso que la vida es un tesoro, es una gran bendición y, aún estando presos, debemos valorarla, sin desesperarnos.

Por mi propia experiencia y por lo que había leído antes de caer preso, siempre tuve claro que los prisioneros políticos somos una especie de ficha de cambio. Cada vez que las autoridades cubanas han tenido ciertas conversaciones, sea con integrantes del Congreso de Estados Unidos o con otras personalidades internacionales, para alcanzar determinados objetivos políticos, han liberado a algunos presos políticos. Esa es nuestra realidad. Duele, es así. Fuera de eso, lo que nos toca casi siempre es cumplir las sanciones íntegramente.

A los que están en la situación que estuve, les sugiero que hagan esto con valor y con dignidad. El tiempo pasa. El tiempo nadie lo tiene. Es muy bonito salir de la prisión un día y mirarte en el espejo y decir “No tengo dos caras ni tengo tres, yo tengo una sola”.

He vivido con coherencia, no soy perfecto. Soy un hombre perdonado por Dios. En mi vida he cometido muchos errores y no todo lo he hecho bien. He tenido mis altos y bajos, soy un ser humano, pero sí me he esforzado por vivir con coherencia, porque creo en la fuerza del ejemplo personal, aun cuando estaba adentro, que estuve adentro casi 27 años, siempre tuve claro que la mayoría pueden ser doblegados, pero esos que nos mantenemos firmes siempre vamos a hacer una luz para los demás.