…, bajo todo lo que es una realidad, un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios. Virgilio Piñera.

Eloy A González.- 1 de diciembre de 2024 -  La Navidad del año 1959 fue una Navidad excepcional en Cuba. A pesar de que habían ocurrido un sinnúmero de eventos ese año así denominado “de la revolución”, el pueblo comenzó a olvidar. Un libro acerca del 1959, que tuve la oportunidad de leer años después, me brindó la oportunidad de comprender todo el contexto de lo sucedido y lo trascendental de ese año, además histórico. [1]

Veamos algunos testimonios de esa Navidad antes de considerar la secuencia de anécdotas personales que hicieron de esta temporada algo único. En la Navidad del año de 1959, la “Revolución cubana” había comenzado a consolidarse, a pesar del escenario de terror que se estableció desde enero de ese año; la gente comenzó a hacerse los desatendidos y a olvidar casi de inmediato. Todavía estaba vivo el sentimiento de euforia colectiva y el entusiasmo inicial que despertó el triunfo de la revolución en el pueblo. [2]

La periodista Tania Quintero señala que, “el Gobierno Revolucionario no eliminó la Navidad. En 1959, Bohemia y Carteles, las revistas de mayor circulación, dedicaron sus portadas a la más importante festividad del mundo cristiano. Eso sí, cubanizadas, como el cartel Navidades para un niño cubano que encabeza este trabajo, impreso por la Dirección General de Cultura, con tres Reyes Magos pintados por René Portocarrero encima de unas lomas con tres palmas y un bohío”. [3]

Navidades para un ninno cubano de Rene Portocarrero

No obstante, hubo mucho más en esas Navidades, envueltos en el fervor y festejo que fusionaba las fechas navideñas con el triunfo de una revolución que reavivó las aspiraciones de todo un pueblo. Un artículo en la Revista Contacto, de Aleida Duran, señalaba sobre esta Navidad lo siguiente:

“Las Navidades de 1959, cuando Castro llegó al poder, fueron hermosas a pesar de que durante ese año se habían presentado señales inquietantes: demasiados fusilamientos, las primeras confiscaciones de propiedades, la misteriosa desaparición del comandante Camilo Cienfuegos, quien con Castro y el argentino Ernesto "Che" Guevara, había conformado la trilogía de comandantes jefes de la revolución, y la condena a 20 años de prisión del comandante Huber Matos, jefe militar revolucionario de Camagüey.

Las sospechas angustiaban a muchos, pero la mayoría de la población continuaba subyugada por Castro: "Fidel, ésta es tu casa", se leía en decenas de puertas en cada ciudad.

En los primeros días de diciembre, Castro había tratado de eliminar una imagen supuestamente "ajena a Cuba": Santa Claus. Sería sustituida por una figura similar a la de la clásica caricatura cubana de Liborio: un "guajiro" (campesino) vestido de guayabera, sombrero campesino y barba, a quien llamarían Don Feliciano. No fue posible: chicos y mayores rechazaron a Don Feliciano”.[4]

Tal vez la mejor descripción de lo que fueron y lo que significó las Navidades del 1959 la hizo Anita Casavantes Bradford en su libro The Revolution is for the Children, del que tomo este fragmento:

“Consciente de la importancia simbólica de la temporada navideña en una nación orientada a la familia y al menos nominalmente fiel, el gobierno comenzó a planificar ya en septiembre de 1959 la celebración llena de espíritu de "Navidades en Cuba Libre". A lo largo del otoño de 1959 y especialmente durante el mes de diciembre, los medios de comunicación patrocinados por el Estado retrataron a la Revolución, más que al nacimiento de Jesús, como la fuente de la alegría de las fiestas, y transmitieron nuevas imágenes de Fidel Castro como el padre benévolo y dador de regalos a los cubanos de todas las edades”. (pág. 77) [5]

Se orientó en aquella Navidad…, -ya habían comenzado las orientaciones-, que se adornaran los pueblos y ciudades; parecía que un nuevo sentido se daba a la Navidad. Los libertadores-salvadores se hacían del poder para proclamar una revolución “más verde que las palmas” y comenzaban a mostrar un populismo pedestre que nos llevó a asumir que, aquellos “barbudos” nos garantizarían una vida plena. La felicidad estaba aprobada para los cubanos…, para todos; decían que era una revolución “con todos y para el bien de todos”. Por lo tanto, aquella Navidad y las que estaban por venir serían de gran gozo porque la revolución se parecía mucho al mensaje de la Navidad. Ese año hubo noticias de gran gozo, llegaron los salvadores, y aunque no sabemos cuánto Dios era gloriado, o no salía de su turbación y enojo, parecía que a nuestra tierra vendría un periodo prolongado de paz y buena voluntad para con los hombres que allí habitaban. [6]

Pero volvamos a la intención inicial de recrear esas Navidades del 1959 en el pequeño poblado de Buenavista, en el término municipal de San Juan de los Remedios del Cayo, que era el lugar donde vivía con apenas 10 años y donde me sorprendieron gratamente este tiempo de Adviento, celebración, viaje y bienvenida a un nuevo año; todo esto en diciembre del 1959.

Portada de Bohemia. Navidad del 1959

La celebración en libertad.

Casavantes Bradford apunta en su libro ya citado: “…, se comenzó a trabajar para organizar a los cubanos para que ofrecieran su tiempo, esfuerzo y recursos como voluntarios para prepararse para la temporada de Adviento. Los hogares y los negocios de toda la isla se adornaron con árboles de Navidad, cadenas de papel de colores y adornos, y se movilizaron brigadas de niños para que fueran casa por casa a recoger donaciones para decorar las calles de sus barrios. Se organizaron concursos y se otorgaron medallas a los barrios con las mejores decoraciones. En la Nochebuena, se celebraron bailes en las calles de pueblos y ciudades de toda la isla; los Papás ​​Noel revolucionarios con barbas negras, en honor a Fidel y a los rebeldes del M-26-7, distribuyeron regalos”. (P. 78).

Buenavista no fue la excepción. Un grupo de personas organizó lo que serían las fiestas más grandiosas que presenciaría en mi pueblo. No se adornó el poblado como lo hicieron las ciudades cercanas con más población, pero sí se usó todo lo que estaba a mano para darle un toque navideño al pueblo.

Lo que sí se organizó y bien, fue un baile en el todavía Liceo, donde se preparó todo de manera minuciosa. Se cerró todo el Liceo por la salida del patio y se pusieron mesas. Igualmente, se cerró el frente desde la farmacia hasta el Bar Azul , la esquina de la tienda de mi tío Rafael Negrín, y bordeando la acera, cerraba delante de la tienda de Vivanquito. Algo nunca antes visto porque apenas se podía caminar por la acera. En esa área se pusieron mesas. Se contrató una de las mejores orquestas del país en ese momento, y el baile comenzó temprano. Estuve merodeando un buen tiempo para poderme colar, pero me fue imposible, fue la única vez que no pude hacerlo.

Para la seguridad, desde temprano se situaron un buen grupo de Boy scouts, ya jóvenes, debidamente uniformados, que portaban un palo largo y desafiante. Para la muchachada del pueblo aquello fue todo un espectáculo nunca antes visto.

Pero no fue solo eso. Toda el área del parque, los laterales de la iglesia y las calles circundantes se convirtió en una Feria muy concurrida y bulliciosa, solo comparable con relación a la concurrencia, con una definición de las tradicionales parrandas o fiestas de barrios. Había quioscos, juegos, pozo de la fortuna, etc. Todo lo cual gestionaba, según se dijo, un comité que emplearía las ganancias en la reparación de la Iglesia Católica, que por aquel tiempo ya mostraba signos alarmantes de deterioro.

Fue un día largo que se saldó con mi inconveniente para entrar al Liceo y ver de cerca la orquesta que amenizaba el baile; tuve que limitarme al y venir por aquella Feria excepcional. De regreso a la casa, mi madre hizo este anuncio sin muchos detalles: “mañana vamos a Placetas”. Pasaríamos, eso sí, la Nochevieja en la casa de mi tía-madrina Blasina.

Nochevieja en Placetas.

Placetas era el pueblo más atractivo del norte de la antigua provincia de Las Villas, y era la referencia que tenía de ir a pasear o de compras, algo que se hacía al menos en dos o tres ocasiones en el año. Pero aquel año del 1959 las Navidades fueron originales para aquella ciudad. Días antes se comentaba que, era el pueblo mejor adornado en toda la provincia , y en realidad así fue nombrado. Ese día nos levantamos temprano porque vino la máquina (taxi) a buscarnos y llevarnos a Placetas que, aun siendo de mañana, mostraba el esplendor de los adornos navideños en todas las calles, parques y negocios.

Llegamos a casa de Blasina, apenas merendamos y nos fuimos a recorrer las calles y hacer lo que siempre hacía mi madre: visitar la casa de la exesposa de mi tío Nato, quien llevaba tiempo viviendo en Placetas con sus 4 hijos. Pasábamos por el negocio de fotografía de Santacana donde mi madre conversaba con complacencia con la esposa, mientras mi hermana y yo curioseábamos en las vidrieras (escaparates). Lo mejor fue en la noche, cuando tantos adornos navideños y arbolitos, uno de ellos un pino de gran tamaño en el medio de la calle, nos dejó boquiabiertos; podía compararse con los que vemos aquí en los Estados Unidos. El derroche de luces, el espíritu de Navidad y un pueblo inundado de felicidad, excedían nuestras percepciones. De regreso a la casa, disfrutamos de algo nuevo, un manisero, obsequiándonos con sus refinadas exquisiteces de maní, verdaderamente deliciosas.  Dos días completos de sano disfrute.

Itinerarios de los trenes de la Linea Norte

Viajando en Tren.

Había que estar temprano en la estación del pequeño poblado de Tahón, entre Placetas y Zulueta,  para tomar el tren de la mañana de la línea norte, un servicio que cubría la ruta Santa Clara-Puerto Tarafa. Poco tiempo tuvimos para disfrutar de lo que sería el primer viaje en tren que resultaría inolvidable, y digo poco porque nos bajamos en el apeadero de Elsa, el mismo lugar que daba nombre a la finca de mi tía Blasina, donde vivían algunos de sus hijos con sus familias. Nos recibieron en la casa de Romelio Martínez y su esposa Irma. Además de otras dos casas del resto de los parientes. Pase todo el día de un lado a otro y uno de los hijos del matrimonio me llevó a las cercanías de la vía férrea a esperar el paso del deslumbrante coche motor Fiat que por allí circulaba rápido y plateado como una aparición.

Hicimos noche en Elsa, que es como se llamaba la finca–apeadero, y muy de mañana abordamos el mismo tren del día antes para bajarnos esta vez en la estación del poblado de General Carrillo, que ya conocía porque existe una comunicación por una carretera de terracería con mi pueblo, Buenavista.

En Carrillo nos quedamos en una casa muy cerca de la estación y frente a la vía férrea, lo que me permitió seguir disfrutando del movimiento de los trenes y coches motores. La casa era grande, confortable y allí vivía Lingo, también hija de Blasina con su cordial marido, que conformaban la familia. Además, allí residía Elsa, una joven de la misma edad que mi hermana; hija de crianza de nuestros anfitriones.

Al día siguiente, nuevamente al tren. En esta ocasión, dado que el viaje es más prologado, lo disfrutamos más. Desde la ventanilla los paisajes, que nos eran familiares por la cercanía a nuestro pueblo, eran una secuencia de instantáneas que ocurren con la velocidad con que nos movíamos. Me concentraba en las llegadas y salidas de los poblados y apeaderos: Jarahueca, Iguará, Venegas y finalmente el apeadero de Bellamota, destino del viaje. Vi alejarse el tren con cierto fastidio, me hubiera gustado seguir hasta el final.

En aquel momento, este lugar era un referente de lo que fue una extensa propiedad o latifundio que había sido intervenido y confiscado por el recién instaurado gobierno revolucionario. No había entendido mucho de que era una granja o una cooperativa; lo que sí sabía era que, un grupo de mis familiares estaban o habían ido allí y se preparaban para hacer de aquel lugar un poblado donde vivir y trabajar. Como el tren nos dejó en un apeadero, nos dirigimos hasta aquel lugar donde fuimos acogidos con calidez y amabilidad; nosotros estábamos extrañados pero felices. En ese lejano sitio, aunque no existía nada relacionado con la Navidad, sí existía la familiaridad y la cordial actitud de los campesinos cubanos que se deshacen en un trato caracterizado por la franqueza y la simplicidad.

Entonces …, a caminar por el campo, los terrenos recién arados y la proximidad del río que alcanzamos a ver de inmediato. La imagen de aquel río imponente para mí, con su majestuoso cauce, no era otro que el Río Jatibonico del Norte, y el recuerdo de esta imagen me ha acompañado siempre. Regresé a este lugar en otras dos ocasiones, una de ellas en una pesquería organizada por mi tío Rafael Negrín.

En aquellos días siempre contamos con el cuidado y la familiaridad de Abilia (también hija de Blasina) y su esposo Rego; que ya vivían en el caserío que pocas casas tenía. Donde se establecía una tienda y había un amplio local, como de un círculo social, donde se reunían los cooperativistas.

Rio Jatibonico del Norte.

Fin de Año en Bellamota.

Llegó el día de fin del año que nos ha ocupado. Se hablaba en aquel bohío, que era el lugar donde nos alojábamos los últimos dos días del año, sobre una fiesta en lo que sería el caserío de la cooperativa o granja del pueblo. Atardecía y después de comer se prepararon las chismosas porque en todo el tiempo no había luz eléctrica en aquel lugar. Esta vez, tan pronto salimos al camino, estas se apagaron por el viento y se encendió un farol que nos obligaba a caminar detrás del que lo llevaba, porque apenas se podía ver el trillo a tres pasos.

Llegamos al salón de fiestas improvisado e iluminado con faroles. El grupo de personas no superaba el medio centenar y conversaban de manera animada, algunos comían algo que traían y otros se aprestaban a tocar las guitarras, a la espera de que alguien cantara, dijera algunas décimas o improvisara. Eso sí, aquellos campesinos pobres y simples, como no había otros, se veían felices y confiados.

Se dijeron algunas décimas, se hicieron no pocos chistes de guajiros, en ocasiones se trató de improvisar breves discursos de inspiración revolucionaria y las risas no faltaron en un escenario de locuaz aburrimiento. Fue entonces que, no sé cómo ocurrió aquello. Mi hermana, que se sabía una poesía muy popular en ese momento y que muchos repetían, decidió declamarla, extensa en sí, que no recuerdo si la recitó completa.

La adolescente de apenas 12 años se engrandeció como un resplandor de emotividad, y comenzó a decir la poesía que estaba en boca de tantos por esos tiempos. Su voz se le multiplicó y el silencio era sobrio en aquel grupo de personas. Entonces declamó:

(…) ¡Fidel, fidelísimo retoño martiano, /asombro de América, titán de la hazaña, / que desde las cumbres quemó las espinas del llano, / y ahora riega orquídeas, flores de montaña!/ (…) Y esto que las hieles se volvieran miel/ se llama…/ ¡Fidel!/ Y esto que la ortiga se hiciera clavel,/ se llama… ¡Fidel!/ Y esto que mi Patria no sea un sombrío cuartel, / se llama ¡Fidel!/ Y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,/y esto, esto que la sombra se volviera luz,/esto tiene un nombre, solo tiene un nombre…  ¡Fidel Castro Ruz![7]

El lugar se sumergió en una euforia inesperada, aquellos campesinos aplaudían y clamaban a rabiar. Repetían las consignas del momento, daban vivas a la revolución y a Fidel. El entusiasmo era contagioso. Mi madre y yo estábamos más que sorprendidos; miraba pasmado y admirando a mi hermana, que aceptaba de buena gana los gestos de admiración de aquellos que se le acercaban. En ese instante, la festividad logró tener sentido para aquellas gentes humildes.

Regresamos alegres para la casa a dormir a gusto para levantarnos en la mañana temprano, cuando nos llevaron al poblado de Perea, donde tomamos el tren de regreso a Tahón, y de ahí a Buenavista.

Esto ha sido, si no toda al menos, buena parte de la realidad de aquel feliz período para muchos, que fueron las Navidades del 1959. Si se acepta como cierta la afirmación de que, “un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios”. Los cubanos empezamos ese año a transformarnos para algunos y deshacernos para muchos, dejando un sinfín de testimonios inestimables, como el que les he relatado aquí.

1 de diciembre de 2024 

[1] Antonio Núñez Jiménez. En Marcha con Fidel I 1959. Ed. 1982. Editorial Letras Cubanas - 473pp

[2] Eloy A González. “Fin de Año en La Habana”, Blog Religión en Revolución 2013, en: https://religionrevolucion.blogspot.com/2019/12/fin-de-ano-en-la-habana.html

[3] Tania Quintero. “La Navidad del año 1959” Martinoticias, diciembre 23 del 2013. En: https://www.martinoticias.com/a/cuba-navidades-1959-prohibicion-comidas-/30432.html

 [4] Aleida Duran. Cuba en Navidad: Hubo 28 Años de Prohibición y 500 de Celebración. Revista Contacto, diciembre 3,1998. En: https://www.cubanet.org/htdocs/CNews/y98/dec98/04o6.htm

[5] Anita Casavantes Bradford en su libro The Revolution is for the Children, pág. 77, citado en: https://cubamaterial.com/blog/primeras-navidades-revolucionarias/

[6] [Eloy A González, 2013 , como se citó en 2019]

[7] Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí. Marcha Triunfal de Ejército Rebelde. Fragmentos. Acceso 11/30/2024. En: https://lahistoriabiencontada.wordpress.com/2014/01/08/marcha-triunfal-de-ejercito-rebelde/

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