Cuba: los tiempos son de cambios Por Omar López Montenegro Diario de Cuba 3 de septiembre de 2024
Protesta por la escasez de agua potable - EFE you tube 11 nov. 2023
'No hay dudas de que en Cuba el proceso está en marcha, la gente está transitando de la obediencia pasiva a la manifestación activa'.
En Cuba hay una transición en marcha. Cuando se emplea este término generalmente se piensa en un complicado proceso político, a veces traumático, pero lo que está sucediendo en la Isla es un tránsito de una fase a otra de la base del poder en cualquier sociedad, que es precisamente el ciudadano.
Nos hemos acostumbrado tanto a las fábulas políticas cargadas de secretismo y lugares oscuros donde se reúnen "los que dominan el mundo", que hemos perdido de vista el hecho incuestionable de que, independientemente de la voluntad de quienes puedan ser percibidos como poderosos, no existe cambio social sin movilización ciudadana, cualesquiera que puedan ser las formas y orientaciones de estos movimientos humanos.
La Revolución Francesa no comenzó y terminó con la toma de la Bastilla, sino que fue resultado de un cambio paulatino y progresivo en la mentalidad de miles de franceses que ya no quisieron seguir siendo súbditos, para convertirse en burgueses, esa palabra satanizada por la propaganda comunista precisamente porque lo que buscaron las dictaduras marxistas fue crear nuevos súbditos, cuya única identidad y valor estuviese asociada a la nueva clase. "Los hombres mueren, el Partido es inmortal". En este esquema de subyugación pos feudal no cabía el concepto de un habitante de burgos autosuficiente, no dependiente de ningún Estado, poder divino o Rey Sol, capaz de pensar y tomar decisiones por sí mismo y, sobre todo, elegir a sus propios gobernantes.
La transición es un proceso que comienza en el individuo y después se trasmite a las comunidades, hasta que cuaja en lo que se conoce como poder en números. Pero sin un cambio en la manera en que las personas se relacionan con los gobernantes, y en sus perspectivas sobre la posibilidad de un futuro mejor, nada de esto es posible. Se pasa de una visión monolítica a una visión pluralista del poder. El modelo monolítico es el sistema que los dictadores quieren que uno perciba, sólido e inamovible como una montaña, como si nada pudiera ser cambiado excepto la gente en la cúpula. Pero hay un problema con este modelo, ¡no es verdad! El poder no funciona de esta manera, no importa cuántas veces el Gobierno, tu jefe o cualquier otra persona lo diga.
Puesto que nadie gobierna solo, el poder está basado en la obediencia. Los soldados, burócratas, miembros del Partido, la gente que asiste a eventos del régimen, hacen funcionar el sistema con su obediencia. Cuando estos patrones cambian y, además de desobedecer abierta o embozadamente los dictados del régimen, la gente se decide a participar de cualquier manera en eventos de oposición o protesta, el poder comienza progresivamente a desmoronarse. Cada persona es una pequeña e individual fuente de poder que, cuando encuentra formas de articularse con otros, genera un poder alternativo de proporciones incalculables.
El régimen le teme a las conexiones, no necesariamente en torno a una estructura. Si artistas e intelectuales se conectan en torno a una idea o una demanda, y esa idea o demanda tiene atractivo para los trabajadores y pueblo en general, ya se tiene un movimiento. Y si se logra obtener una victoria, por mínima que sea, esto erosiona la imagen de omnipotencia del sistema y genera un entusiasmo contagioso. Cuando la gente se mueve, se rompe el estancamiento que favorece a la opresión. El objetivo de la represión es generar miedo, el cual crea hábitos de obediencia, la formulación de una costumbre de acatamiento incondicional que permite la permanencia del statu quo.
No se trata de una elucubración teórica, sino de una realidad avalada por experiencias históricas y números concretos, con el máximo rigor estadístico posible. En su libro Por qué la resistencia civil funciona: La lógica estratégica de los conflictos no violentos, las doctoras María Stephan y Erica Chenoweth estudiaron todas las campañas violentas y no violentas que resultaron en derrocamientos de gobiernos o liberación de territorios, desde el año 1900 al 2006. Crearon una base de datos de 323 acciones masivas, y las analizaron en base a cerca de 160 variables relacionadas con el criterio de éxito, categoría de participantes, capacidades del Estado, etc.
Los resultados de ese estudio arrojaron que las campañas no violentas tenían el doble de probabilidades de éxito que las campañas violentas: condujeron a cambios políticos el 53% de las veces, en comparación con el 26% de las campañas violentas. Más importante aún, el estudio también reveló que una proporción sorprendentemente pequeña de la población, solo el 3,5%, debidamente preparada y actuando de forma estratégica por un periodo determinado de tiempo, puede garantizar el éxito de una campaña determinada.
A pesar de todo lo que se trata de argumentar en sentido contrario, Cuba no es la excepción a esta regla. Un reciente estudio de Cubadata, nombrado Explorando futuros posibles para la democratización en Cuba, arrojó que un 51,7% de cubanos encuestados ha participado en alguna manifestación de protesta civil. La encuesta se basa en los resultados de seis encuestas realizadas entre septiembre de 2023 y febrero de 2024, a más de 10.000 personas en la Isla. El Centro Latinoamericano para la No Violencia llevó a cabo una simple comparación entre los datos sobre protestas compilados por el Observatorio Cubano de Conflictos y los actos represivos compilados por el Observatorio Cubano de Derechos Humanos desde enero hasta septiembre de 2024 y resultó que en todos los meses las manifestaciones superaron en número a las acciones represivas, lo que corrobora un axioma de los conflictos estratégicos no violentos: la represión no anula la protesta.
Se trata de generar tendencias, nuevos patrones de comportamiento de los ciudadanos con relación al sistema de opresión. Como lo indica la etimología de la palabra, es un movimiento, grandes números de personas marchando en dirección a un objetivo común. Las movidas pueden asumir diferentes formas y estrategias, pero siempre conectadas a una visión compartida. El cambio no se genera en virtud de un vuelco repentino de la sociedad, sino de una transformación paulatina de los hábitos y conductas comúnmente consideradas como aceptables por un grupo humano. Ese es el significado del término empoderamiento, que constituye la base de cualquier transformación a nivel social, y es lo que se observa emerger en Cuba con las acciones de quienes están encontrando espacios de activismo con una frecuencia cada vez mayor.
Roma no se hizo en un día, y el Muro de Berlín, aunque sí se hizo en un día, no cayó aquella noche del 9 de noviembre de 1989, sino que ya se había estado derrumbado desde mucho antes en la mente de los habitantes de la RDA y de todo el Telón de Hierro. No hay dudas de que en Cuba el proceso está en marcha, la gente está transitando de la obediencia pasiva a la manifestación activa. Solo es cuestión de tiempos, y también de espacios. No es fábula, sino una realidad medible y contable.
|