El negocio del efectivo (y las divisas) Por Ernesto Pérez Chang Cubanet 24 de septiembre de 2024
Billetes cubanos (Foto: Sierra Maestra)
Lejos de solucionar la escasez de efectivo, el régimen ha hecho mucho más profunda y compleja la corrupción que le sirve de amparo.
LA HABANA, Cuba. – “Hay dinero en el cajero”, gritan en el barrio y algunos salen corriendo como cuando llegan los “mandados” a la bodega. Se sabe —al menos en La Habana, porque en las demás provincias la historia se torna más complicada— que ya hace meses no llegan juntas las cinco (a veces siete) libras de arroz normado, que igual pasa con las dos libras de azúcar. Así que son afortunados quienes estén entre los primeros de la cola. El resto puede quedar a la espera de que otro vecino, cualquier otro día, vuelva a dar la voz sobre “lo que entró” o sobre lo que “están esperando”.
Hay dinero en el cajero y la gente corre a extraer lo que se pueda, lo que ese día permitan en el banco local, que jamás supera los 5.000 pesos y que por lo general oscila entre 1.000 y 2.000, cantidades insuficientes en un contexto donde el par de zapatos más barato no baja de los 3.000, es decir, más o menos lo mismo que valía, antes de desaparecer, ese cartón de huevos que hoy los cubanos consideran “comida de ricos”.
Tener efectivo es casi una proeza, pero tenerlo en billetes de alta denominación y en cierta cantidad que supere unas cinco o diez veces el salario o la pensión, es la garantía de que, aunque poco, al menos podremos comprar, sobre todo en los mercadillos clandestinos que funcionan como grupos de WhatsApp, Facebook o Telegram donde más fácil y seguro se encuentra lo que los comerciantes “legales” ahora deben vender a escondidas “jugándole cabeza” a la mafia de inspectores estatales.
Pero en muy pocos de estos grupos los vendedores aceptan transferencias como medio de pago, más cuando saben que están vendiendo lo que difícilmente encontrarás en otro lugar. Y lo escaso, porque lo vale, se paga en efectivo, lo que se traduce en más caro, en tanto un peso o un dólar guardados en el banco hoy valen menos que uno circulando en la calle.
Con el dinero físico está pasando algo peor desde que se inventaron lo de la bancarización con total conciencia de no tener las condiciones para implementarla con éxito. Y, al parecer, con total conciencia de que en Cuba toda nueva medida, toda nueva ley, todo nuevo decreto que llega a “cambiar las reglas del juego” solo sirven para que entren y salgan “jugadores” en ese “deporte nacional” que nombramos “lucha” solo para evitar la palabra “corrupción”.
En consecuencia los pagos en línea y por transferencia bancaria son pura fantasía en la mayoría de los comercios donde sus dueños necesitan el efectivo para reabastecerse de mercancías. Así lo exigen los proveedores que, a estas alturas del partido, ya tienen su propio sistema bancario, en buena medida ajeno al Banco Central, y por tanto mucho más eficiente, seguro y confiable, por lo que el dinero en efectivo, y sobre todo la divisa, entra, se acumula y sale de él con una dinámica envidiable por los bancos del régimen.
“Solo faltaría [para ser absolutamente autónomos] lograr emitir una propia moneda”, me dice alguien que conoce bien la situación, pero también aclara: “Tampoco es necesario, el propio sistema [del Banco Central] los abastece”, en virtud de la corrupción generada por un déficit de efectivo (y de divisas) convertido en negocio por directivos y funcionarios que han sabido sacar ventajas de la situación.
“No hay disponibilidad de efectivo”, dicen, y en cierta medida no mienten, pero todo el mundo sabe que, como el arroz y el azúcar, como el pan y la carne de cerdo, escasea pero hay, aunque solo para unos pocos, y eso se logra quitando, racionando y desapareciendo para muchos, y convirtiendo en privilegio para los mismos de siempre.
Así, el dinero en efectivo, y además las divisas, tan codiciadas y perseguidas tanto o más que el arroz, que el aceite y el huevo, tienen sobreprecio tanto en las calles como en las ventanillas del propio banco donde los límites de extracción solo funcionan para quienes hacen la cola tal como “está establecido”. Para los que entran “por la izquierda” las condiciones son otras.
No es secreto para nadie que hoy para extraer un dólar —de esos que se quedaron “congelados” cuando comenzó el “ordenamiento”— es necesario pagar otro “por debajo de la mesa”, y que para sacar 100.000 pesos cubanos de cualquier banco, aun cuando el límite máximo sean 5.000, solo tienes que pagar unos 10.000 por encima al cajero que te hará “el favor”, y lo hará con tanta eficiencia (y con tanto disimulo) que ni siquiera tendrás que pedir billetes de alta denominación.
“Es que no puedes hacerlo de otro modo en un lugar donde todos te están viendo”, confiesa un trabajador bancario entrevistado bajo la condición de no revelar su identidad. “Los billetes de a 1.000 tienen un color parecido a los de a 10. De lejos se ven iguales. Cuando das un fajo de 100.000 pesos, después que le diste al anterior y a los otros un fajo de 1.000 pesos en billetes de a 10, nadie lo nota. Lo mismo pasa con los billetes de a cinco pesos y los de a 500 (…). No se me ocurre pagar grandes cantidades en billetes menores. Los billetes de alta denominación los reservamos para nuestras cosas”, confiesa esta persona con tal desenfado que da por sentado que solo un tonto no conoce esta realidad.
De modo que salarios, pensiones y extracciones pequeñas la mayoría de los bancos los pagan en billetes de baja denominación, que igual servirán de poco al ser rechazados cuando intenten penetrar, mediante la adquisición de bienes y servicios, en ese sistema bancario paralelo, subterráneo, donde comerciantes minoristas y proveedores no consideran los billetes menores de 100 pesos como dinero “efectivo”.
La situación del efectivo ha sido continuamente denunciada por quienes se han visto afectados. El régimen, hace apenas unos días, le dedicó un programa televisivo en horario estelar que, sin desgranar a fondo el fenómeno con el objetivo evidente de jamás revelar la raíz, solo sirvió para decir que conocen el problema pero que muy poco podrán hacer al respecto, más allá de desplegar ese mismo sistema de control que, lejos de atacar el problema, hace mucho más profunda y compleja la corrupción, cuyo origen no está en las calles (ese apenas es su reflejo) sino en el aparato institucional que le ha servido de amparo por más de medio siglo.
A muchos, la mayoría de los cubanos y cubanas, los que viven de un salario, una pensión o una pequeña remesa, conviene una solución definitiva, quizás hasta una vuelta a los tiempos cuando el caos, con CUC y menos hambre, aparentaba ser menos caótico, pero sucede que los pocos que debieran arreglarlo también, ya sean dueños de mipymes, ya la mano que mueve los hilos en la sombra, son de esos pocos que sacan beneficios personales de un “sistema bancario” paralelo para el cual no existen límites ni para la extracción de efectivo ni para esa divisa que entra en los bancos estatales y que, al momento, posiblemente sin pasar por las bóvedas, ni siquiera por el sistema, sale a escondidas por la puerta de atrás, con dirección a los mismos bolsillos.
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