Para mal o para peor, Cuba no es Venezuela Por Rafaela Cruz Diario de Cuba 1 de agosto de 2024
Aunque el chavismo intentó mimetizar los métodos totalitarios castristas, jamás pudo demoler la sociedad venezolana, como sí ocurrió con la cubana.
No ha sido extraño cubrir con votos la distancia entre dictadura y democracia. Bajo autocracias militares, España, Uruguay o Chile sostuvieron procesos electorales que actuaron de bisagra en la transición, o contribuyeron decisivamente a debilitar el antiguo régimen mientras abonaban el nuevo.
Venezuela puede incluirse ya en esa lista, pues lo ocurrido hasta ahora bajo la batuta de María Corina Machado, termine o no en Miraflores, dejará al chavismo más débil que nunca.
Lamentablemente, ese camino electoral posible bajo dictaduras militares es absolutamente descartable en regímenes totalitarios como el cubano, pues faltan los pilares para armar una opción al poder instituido.
En Venezuela hay elecciones porque, aunque allí intentaron mimetizar los métodos totalitarios castristas, jamás pudieron demoler aquella sociedad como sí ocurrió con la cubana.
Por más que el castrochavismo trató, no pudo erradicar la prensa independiente que, como hierba buena, resurgía de las recurrentes purgas bolivarianas. Tampoco pudo estatalizar la educación para usarla como máquina de lavado mental y, por más que copió instituciones forjadas en Cuba, como sindicatos estatales o CDR, no logró sustituir las organizaciones cívicas venezolanas —barriales, profesionales, fraternales, laborales, etc.—, que sobrevivieron respondiendo a su propia dinámica e intereses y no al Gobierno.
Chantaje, terror, prisión, exilio, secuestro, tortura, asesinato, infamia, desprestigio y soborno no bastaron para que el chavismo monopolizara la política, manteniéndose ininterrumpidamente en el país partidos opositores a veces fuertes, a veces débiles, pero siempre legales, confrontativos.
La diferencia está en que ni Chávez ni Maduro pudieron eliminar la propiedad privada en Venezuela y, gracias a poseer cosas, la sociedad subsistió como ente independiente del Estado, impidiéndose así que la dictadura bolivariana evolucionase a totalitaria como sucedió en Cuba, donde un psicópata carismático que prometió el cambio que la gente pedía; "la maldita circunstancia del agua por todas partes", que construye un subconsciente de indefensión frente al poder; más el asesoramiento y los rublos soviéticos, se conjugaron para pulverizar al ser cubano y utilizarlo como arcilla de una sociedad esclava del Estado, una sociedad socialista.
Los subsidios soviéticos reemplazaron la productividad nacional permitiendo que Fidel Castro eliminase la propiedad privada sin sufrir el colapso económico que ello conlleva, lo que le garantizó décadas de estabilidad para consolidar este totalitarismo que aún se sufre.
Mientras el chavismo es sostenido por las armas y la compra de fidelidades, el castrismo se mantiene por la inercia de haber eliminado la propiedad; pues sin propiedad privada no hay sociedad civil y sin esta no existe oposición viable, solo focos casi individuales fácilmente reprimibles.
Cadenas invisibles aún atan a los cubanos a un régimen al cual se someten no por temor al policía que patrulla el barrio, sino por el policía que llevan dentro, gracias a que el castrismo sustituyó la moral que orienta sobre el bien y el mal, por una moral socialista que les hacer sentir malestar, estrés e incluso culpabilidad cuando, aunque sea de pensamiento, se resisten al Estado.
Pero, aunque lo sucedido en Venezuela no sirve de ejemplo para Cuba, hay un punto de extrema relevancia que debería entenderse y asumirse como María Corina Machado y Edmundo González han hecho: a los secuestradores de patrias hay que ofrecerles una salida conveniente, o se aferrarán más al poder.
No puede aspirarse a un Nuremberg caribeño, pues a eso solo se llega ganando una guerra. Los Castro, Díaz-Canel, Marrero, Ramiro Valdés y miles de otros a diferentes niveles, probablemente no responderán por sus crímenes y habrá que estar listos para incluso legitimarles el botín espoliado al país, porque dándoles una salida segura y rentable compraremos tiempo de libertad y transición pacífica, es decir, menos sufrimiento para el pueblo.
Toda la resistencia del castrismo a liberar la economía se debe a que sabe que la ausencia de propiedad privada impide que renazca la sociedad civil, pero el costo es una peligrosa miseria que puede desbordarse violentamente. No hay equilibrio político en Cuba sin un padrino internacional que sostenga a un régimen que, sin recursos, se está degradando de totalitario a dictadura militar.
Los militares siempre confían en la fuerza para reprimir a la sociedad civil y, más interesados en dólares que en ideologías, para continuar enriqueciéndose necesitan, o continuar vampirizando la emigración (un negocio cada vez menos lucrativo) o permitir rebrote la propiedad privada (confiados en que podrán controlar por la fuerza a la sociedad civil) para aumentar la productividad interna.
Si no ocurre un colapso antes, el resurgimiento de la sociedad civil cubana desde unos muy imperfectos cimientos de derechos de propiedad, tardará años en poner a la Isla en situación similar a la actual de Venezuela, pero aun en ese caso, no olvidemos que la libertad deberá ser pagada y, mientras más dólares y perdón para los criminales se cedan, menos sangre habrá que entregar.
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