En Cuba se cuadra el círculo: sector privado sí, propiedad privada no Por Rafaela Cruz Diario de Cuba 10 de junio de 2024
Emprendimiento privado en La Habana. DIARIO DE CUBA
Permitir el emprendimiento privado es cuestión de supervivencia para el castrismo, pero ¿cómo hacerlo sin perder el control?
Algunos medios de comunicación propagan la idea maniquea de que en Cuba no existe sector económico privado, un debate recientemente exacerbado por las medidas anunciadas por la Administración Biden, enfocadas a las MIPYMES, empresas que para muchos conforman simplemente una maraña de testaferros castristas. Pero esa narrativa sin matices está alejada de la realidad que cotidianamente perciben millones de cubanos, que compran en la tienda que en su barrio abrió el vecino de toda la vida, financiado por un tío que vive en Miami.
Y aunque es cierto que la propiedad privada es solo una ilusión momentáneamente permitida allí donde la ley es exclusiva potestad de un Gobierno totalitario, debe reconocerse que actualmente los cubanos sí tienen permiso para crear empresas y enriquecerse mientras el castrismo lo permita, o arruinarse cuando este lo decida. ¿Pero que la propiedad no sea realmente propia implica que no hay un empresariado privado?
En países democráticos, los empresarios se endeudan para usar recursos del banco en su emprendimiento, y no por ello se les deja de considerar agentes privados. El castrismo es como un banco con el que los cubanos nacen endeudados, todo pertenece al castrismo, pero eso no significa que cuando los cubanos emprenden un negocio no estén buscando su exclusivo interés como agentes privados… aunque estén malsanamente endeudados con ese banco-Gobierno que puede embargarles cuando quiera.
Así, en Cuba no existe sector privado sujeto de derecho, pero sí sector privado sujeto a permiso que, al menos de momento, tiene autonomía y descentralización suficiente para emprender en beneficio propio y, por lo tanto, teórica e informativamente debe reconocérsele como sector privado.
Desconocer la existencia de ese sector, impide comprender correctamente los planes del castrismo y, por lo tanto, se yerra en la exposición de cómo este pretende perpetuarse en el poder mimetizando mecanismos capitalistas para arreglar seis décadas de destrucción socialista.
Así, por ejemplo, las medidas aperturistas de Biden pueden interpretarse según se crea que existe o no sector privado en Cuba, y a partir de ahí estas pueden percibirse como una amenaza o una oportunidad para quienes anhelan una nación democrática... lo cual no significa que esa oportunidad vaya a cuajar, pues el régimen sabe defenderse.
Permitir el emprendimiento privado es cuestión de supervivencia para el castrismo, y como por experiencia sabe que la estatalización de los medios de producción es un suicidio económico, su proyecto actual no es crear un falso sector privado, sino permitir uno real que pueda ser eventualmente instrumentalizado e integrado al sistema como hace el Partido Comunista chino. ¿Cuánto falta para ver millonarios capitalistas votando unánimemente en el "Parlamento" socialista cubano?
El castrismo permite al sector privado germinar para luego podarlo donde sea preciso o abonarlo donde más le convenga. La tijera de jardinería escogida esta vez no es la nacionalización o el decomiso, sino la perversión de la competencia empresarial, amañando el mercado interno para que con tiempo —esta estrategia es a largo plazo— florezcan y perduren las empresas y empresarios que al régimen más le interesen. Pero como mismo antes de podar un árbol hay que permitirle crecer en todas direcciones, el castrismo, antes de darle forma al sector privado cubano está permitiendo su proliferación más o menos libre.
El sistema está diseñado a modo de filtro. Hasta cierto nivel hay y habrá autonomía, pero a partir de un límite no definido de "concentración" de la riqueza constitucionalmente prohibida, las empresas que vayan triunfando y creciendo, aun cuando inicialmente sean puramente privadas, eventualmente tendrán que subordinarse al Gobierno pues, al fin y al cabo, solo existen porque este lo permite.
Pero ni necesita ni quiere el castrismo que en estos inicios todas las empresas sean testaferras, al contrario, sabe que, permitiendo libertad para emprender, la empresarialidad innata al humano, largamente reprimida en Cuba, fomentará una dinámica enriquecedora que no llegaría siquiera a eclosionar si se le intenta podar antes de tiempo.
El plan del castrismo, en esencia, es fomentar un sector privado sin derechos de propiedad para beneficiarse de la productividad capitalista, pero sin exponerse al riesgo de una oposición amalgamada en sociedad civil, surgida de las relaciones que fomenta un tejido empresarial privado con verdadero derecho de propiedad.
De funcionar, este plan condenaría al país a décadas de ignominia totalitaria agravada ahora con humillantes diferencias de clase y bolsones crecientes de marginalidad y miseria. No evitaremos ese destino desconociendo la realidad: en Cuba hay un sector privado, está ahí, existe. La única duda es: ¿dejará al castrismo de manejarlo a su antojo, o desde la oposición, desde el exilio, se hará algo para usarlo a favor de la libertad?
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