#SOSCuba: 2024 puede ser peor que lo peor de la pandemia. La decisión del castrismo de subir aranceles para disminuir importaciones apretará más la soga en el cuello de los cubanos. Por Rafaela Cruz. Diario de Cuba.
#SOSCuba: 2024 puede ser peor que lo peor de la pandemia
Por Rafaela Cruz
Diario de Cuba
27 de enero de 2024
Transeúntes en una calle de La Habana. DIARIO DE CUBA
La decisión del castrismo de subir aranceles para disminuir importaciones, con la idea de que el capital privado se traslade a actividades productivas, apretará más la soga en el cuello de los cubanos.
Siempre que la situación aprieta, y obviando ser ellos mismos la causa, el castrismo reconfigura su ingeniería social para atacar —o fingir que ataca— las consecuencias socialmente más estridentes de la enfermedad que continúa inoculándole a Cuba: el socialismo.
Siguiendo esa tóxica tradición, el primer ministro, Manuel Marrero, diagnosticó recientemente, sin aportar evidencia alguna, que "la importación masiva y desordenada de productos terminados —por parte de las MIPYMES— se ha convertido en una dificultad y no contribuye a la disminución de los precios".
¿Estarán de acuerdo con eso los millones de cubanos que en las MIPYMES tienen la única opción para alimentarse? ¿Cuánto costaría una libra de pollo o un litro de aceite sin esas importaciones masivas? ¿Será que los precios siguen altos no porque haya desorden, sino porque hay demasiado "orden" en la finca de Raúl Castro, para quien mantener el monopolio del comercio exterior es un infranqueable fetiche socialista?
Sería mejor si el Gobierno, yendo al meollo, se preguntara por qué las MIPYMES prefieren, muy mayoritariamente, importar y revender —alimentos fundamentalmente— antes de producir cualquier cosa en Cuba. Pero no lo hará porque eso le conduciría a cuestionar un sistema que, aunque es claramente disfuncional para mejorar el país, le es utilísimo para mantenerlo cautivo.
No satisfechos con tomar el efecto —"la importación masiva y desordenada de productos terminados"— como causa, fallan sobre cómo corregir tal "desviación" y, en vez de apuntar hacia la ausencia de independencia judicial, la inexistencia de intermediarios financieros, la liliputiense demanda interna, las trabas para conectar el mercado cubano con el internacional, la ineficiencia crónica de las empresas estatales o su inquietante historial antipropiedad privada, van y se centran en los aranceles, como si de estos dependieran los flujos de inversión en Cuba.
"Los aranceles para estos actores —importadores privados— son muy bajos. No se han subido porque no queríamos que se reflejaran en los precios a la población. Pero vamos a regular eso y estimular a quienes importen materias primas para producir aquí"; es decir, con proteccionismo —altos aranceles para salvaguardar la producción interna— es como el Gobierno quiere invertir la tendencia para importar menos y producir más en plaza.
Y, efectivamente, la experiencia internacional parece apoyar, aunque está lejos de demostrarlo, que en etapas tempranas del desarrollo de un país —que es a donde nos ha retrotraído el castrismo— cierto nivel de proteccionismo puede potenciar la producción nacional.
Pero cuando un país toma ese camino, lo hace, además de protegiendo, estimulando activamente la producción mediante créditos, seudomonopolios, competencia limitada, acceso al mercado externo, subvenciones y otras herramientas que en Cuba no se aplican porque el Gobierno no quiere un sector privado potente.
Además, el proteccionismo se ejerce, fundamentalmente, sobre sectores industriales —incluyendo la agroindustria mecanizada extensiva— que se espera puedan salir a competir internacionalmente y que, ¡ojo!, de momento cubran las necesidades básicas del país.
Pero en Cuba, donde ya no queda industria o producción alguna que proteger, lo que habría es que recomenzar a crear el tejido productivo que existía y crecía vigorosamente hasta que llegó el comandante y mandó a robar.
Lo que está haciendo realmente el castrismo es ponerle zancadillas a la principal fuente de aprovisionamiento de bienes de primera necesidad del país, las importaciones, sin simultáneamente crear posibilidades para que estas sean sustituidas por producción nacional, lo que aprieta más ese áspero nudo que siente alrededor de la garganta cada padre o madre cubana, cada vez que con angustia abre el refrigerador.
No puede mantenerse un sistema árido para la propiedad privada, a eso incrustársele una inflación que apunta a hiper, y encima aumentar la carga fiscal de las empresas y esperar que de ahí resulte un aumento de la producción suficiente para sostener no ya el bienestar, sino la supervivencia misma de millones de cubanos.
El camino que ha tomado el castrismo subiendo aranceles puede disminuir las importaciones —lo cual dependerá de si las remesas cubren o no mayores precios internos—, pero es absurdo esperar que el capital invertido en un negocio vaya, por voluntad estatal, a trasladarse hacia actividades productivas.
Dificultar el negocio cortoplacista de la importación no hará que esos empresarios se conviertan en productores; estos lo que harán es subir precios para mantener beneficios o sencillamente cerrarán. No habrá una ola inversionista en Cuba mientras esta continúe regida por un Gobierno autoritario que no garantiza la estabilidad a largo plazo de otros negocios que no sean los suyos.
Pero supóngase que, estúpida o milagrosamente, la mayoría de los que tienen capital en el negocio de importación y reventa deciden pasarse a emprendimientos productivos como desea el Gobierno:
¿Quién alimentará al pueblo mientras la oferta disminuye porque se importa menos y la producción, que siempre lleva tiempo, no está terminada? ¿Hasta dónde subirán los precios de los alimentos mientras la producción interna no logre sustituir los niveles actuales de importación, ahora que además subieron los aranceles y hay nuevos impuestos empresariales?
¿Recuerdan, en medio de la pandemia, aquel famoso hashtag que tanto odiaba el castrismo pues decía que era una provocación para inducir una intervención extranjera? Pues váyanlo desempolvando y rezando, porque esta cosa se puede poner más fea que en 2020. Raúl Castro está emulando a Valeriano Weyler. #SOSCuba, ¡el Gobierno nos quiere matar!