 Foto: Vista de Tórtola.
Querida Ofelia:
Félix José Hernández.- París, 8 de marzo de 2023.- El 19 de febrero amanecimos en Road Harbor, el puerto de Road Town, la capital de Tórtola, ciudad en la que vive la mayoría de los 28 000 habitantes de las islas Vírgenes Británicas. Allí todo se concentra alrededor de la ciudad y del puerto, que es dinámico y vital y no hace pensar en absoluto en una concentración de población tan pequeña.
La sucesión de las civilizaciones que dejaron la huella de su paso en estas islas no se diferencia mucho de la que vieron las demás poblaciones de la región: en un principio allí estaban los amerindios, arawakos y siboneyes, después llegaron los españoles, los cuales, decepcionados por la ausencia de oro, la abandonaron bien pronto. Llegaron más tarde los holandeses y los ingleses, los que se vieron continuamente asediados por los piratas.
Sir Francis Drake es un auténtico mito en estos lugares. Más de un monumento y el famoso canal que divide a los dos principales grupos de las islas Vírgenes Británicas llevan su nombre. Gran Bretaña administró, a través del Commonwealth, esta remota colonia sin demasiados intereses hasta 1966, fecha en la que los que colonizaron la isla fueron los millonarios americanos, con los Rockefeller a la cabeza, los cuales, a base de inversiones turísticas, la convirtieron en la maravilla de acogida y hospitalidad que uno puede admirar en la actualidad. En las islas, conviene precisarlo, reina aún Su Majestad Isabel II, representada por un gobernador que ella misma nombra.
La conformación geográfica de las islas Vírgenes Británicas, con la única excepción de Anegada, es montañosa, y Tórtola cuenta con el macizo más elevado del archipiélago, La Sage Mountain, en cuya cumbre se encuentra una selva pluvial que es digna de admirar.
Tórtola es una isla ventosa cuyo clima es mitigado por las brisas y corrientes favorecidas por las montañas. Una isla espléndida que se puede admirar, tanto a pie como en bicicleta o en todoterreno, con el que pueden alcanzarse rincones apartados y fascinantes.
En lo que se refiere a las actividades turísticas, Tórtola y Road Town están equipadísimas, tanto por lo que respecta a los deportes náuticos como por lo que se refiere a las excursiones. Cane Garden Bay, en este sentido, es el punto de referencia privilegiado y es donde se celebran las típicas fiestas de la plaza y de la playa de Tórtola además de ser el lugar en el que vive el famoso músico Quito Rymer, al que no es difícil de encontrar en su bar, el Quito's Bar & Grill, mientras improvisa sonetos y canciones. En esa playa pasamos una tarde magnífica bajo un cielo azul y un sol brillante a +29°C. Las tumbonas alineadas bajo los cocoteros y la amabilidad de los camareros hacen que haya sido una tarde digna de recordar.
Es muy bello el parque natural de los J.R. O'Neill Botanical Gardens. El inmenso jardín se encuentra en pleno centro de Road Town y acoge 62 variedades de palmeras y miles de flores. Está poblado por pájaros cantores y cotorras.
Otra atracción natural de una cierta importancia, protegida por la autoridad de los parques, es Mount Healthy Windmilt, que conserva los restos y los testimonios de una de las primeras plantaciones del archipiélago.
Nuestro pintoresco Safari-bus nos llevó a través de la isla, ofreciéndonos la oportunidad de disfrutar de las hermosas vistas que la isla ofrece. La carretera sube hasta la cumbre, y dado que la isla es estrecha, en varios puntos pudimos ver casi todas las islas Vírgenes, hasta St. Thomas.
Las casas tienen techos color: rosa, azul turquesa, naranja, rojo, etc. mientras que sus paredes son de colores muy fuertes como: verde botella, violeta, marañuela, etc.
A lo largo de las carreteras se ven muchos coches abandonados, oxidados y cubiertos por la vegetación.
Fue impresionante ver a los fieles al terminar la misa. Las señoras llevaban sombreros y vestidos elegantes, los hombres y niños con trajes, corbatas o lazos y las niñas parecían princesitas. La guía nos explicó que para ir a la misa, el pueblo se viste muy elegante, al igual que lo hacen cuando asisten a una boda.
Pasamos la tarde en la playa de Long Bay, muy parecida a la cubana Santa María del Mar, pero con algas secas paralelas al agua a todo lo largo de la playa, a la hipotética espera de que las recojan. Allí nos ofrecieron una bebida que considero nauseabunda. El personal del kiosko no era muy agradable que digamos.
Regresamos al barco en “taxis” que no son más que camionetas con largos bancos sin ninguna protección de puertas o cinturones de seguridad y saltando debido a los baches de la carretera.
Esa noche fue el Carnaval Pool Party con el muy simpático grupo de animadores.
Habíamos pasado el día anterior navegando desde la francesa Guadalupe, a cuyo aeropuerto habíamos llegado desde París con numerosas actividades:
6 p.m. Brindis con el capitán en el lujoso Salón Cheri.
7 y 15 p.m. Desfile de modas en el teatro seguido de la presentación de los oficiales del barco.
7 y 30 p.m. Un bello espectáculo en el teatro llamado “Cine Mágico”
8 y 15 p.m. Nos hicimos una foto con el capitán.
8 y 30 p.m. Vip Game Show en el Gran Bar Topkapi. Al cual iríamos cada noche para asistir a un baile con orquesta de calidad.
9 y 30 p.m. Como cada noche cenaríamos en el Ristorante Gattopardo, mesa 433, donde tanto Kevin (el maître indio) como la camarera Karla (de Indonesia) fueron extremadamente amables y profesionales. Cenamos una paella deliciosa.
A las 7 p.m. el barco había partido para recorrer en esa noche las 95 millas náuticas que nos separaban de la isla de St. Maarten. A ella llegaríamos al amanecer del día siguiente.
Te seguiré contando en la próxima carta sobre este segundo y bello viaje por Las Antillas Menores, por nuestro Mar Caribe.
Te quiere siempre,
 marcelo.valdes@wanadoo.fr
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