PROFESIÓN DE INCREDULIDAD Por Elisa Arteaga La Hora de Cuba 24 de marzo de 2023
 Neife Rigau
No creo que una mentira, por repetida, se convierta en verdad. No creo en la ingenuidad de los políticos como no creo en las predicciones del horóscopo. No creo en los hombres que hablan mucho de sí mismos ni en "los abusadores buenos”. No creo en el mesías de Birán, no puedo creer en la paternidad mítica de un hombre ególatra que desatendió a sus propios hijos y convirtió a sus conciudadanos en esclavos miserables sin voluntad de rebelarse.
No creo en Humberto, ni en Michel, ni en Lis.
Tampoco creo en los servicios gratuitos, que son públicos y pagamos con creces. No creo en los 20 mil muertos de la dictadura de Batista, que nos metió por los ojos Bohemia, ni en los libros de texto de humanidades con que me adoctrinaron. No creo del periódico más que la fecha, no creo en los noticieros cubanos, ni en Telesur, ni en RT, ni en las declaraciones oficiales. No creo en el Bloqueo, que violan a su antojo para enriquecerse.
No creo que La Habana sea una ciudad maravilla ni capital de la paz, y he vivido ahí. No creo en el sacrificio de todo un pueblo para mantener las comodidades y lujos de una élite vinculada al gobierno. No creo en el “Nos equivocamos” o en aquella frase hiriente que proclamaba “No los queremos, no los necesitamos”. No creo en la magnanimidad de Rusia, el altruismo de China o la hermandad de Venezuela y Nicaragua porque las relaciones internacionales se rigen por los intereses de estado, no por los sentimientos.
No creo en ángeles uniformados ni en la función protectora de los órganos represivos, sé para qué han sido creados, sé lo que hacen con los que desafinan del coro, con los que disienten de su doctrina. No creo en la desaparición misteriosa de Camilo ni en la muerte meramente accidental de Oswaldo Payá. No creo en las condenas absurdas de los presos políticos. No creo que estemos confundidos, ni que seamos pocos o mercenarios.
No creo en la “democracia socialista” ni en su sistema electoral. No creo en una constitución que proclama la irrevocabilidad de un modo de producción por encima de la voluntad del pueblo. No creo en la inmortalidad del partido, ni en la unanimidad de la Asamblea Nacional, que es prueba simbólica de la falta de libertad de pensamiento y de expresión entre sus miembros. No creo en un futuro mejor para Cuba si no se supera el sistema actual. No creo que un gordo corrupto y embustero, amparado por sus amigotes de verde, tenga el derecho de inhibir mis derechos humanos y ciudadanos.
No creo en ellos y no puedo votar por ellos.
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