 Foto: Isla de San Martín, Antillas Menores,
Querida Ofelia:
Félix José Hernández.- París, 9 de marzo de 2023.- El lunes 20 de febrero anclamos a las 8 a.m. en el puerto de Philipsburg, capital de la St. Maarten holandesa, bajo un cielo azul, sol brillante y con +25°c.
Al pasar por esta bella isla, Cristóbal Colón, exclamó: "Buscaba Las Indias y he encontrado el paraíso terrestre". Es difícil llevarle la contraria. Pero lo que Colón no podía admirar en 1493, fecha en la que arribó a esas playas doradas, fue una de las características que hacen hoy de San Martín un lugar ciertamente único en el mundo: su extrañísima connotación arquitectónica. Parece como si todos los pueblos que han pasado por ella hubieran dejado olvidado algo. Y, de esta forma, los holandeses la llaman Saint Maarten, admirando las casitas similares a las casas típicas de Ámsterdam del siglo XVII, mientras que los franceses siguen definiéndola Saint Martin de Tours y los ingleses recalcan fuertemente el acento de la pronunciación anglosajona.
Su nombre está curiosamente ligado al monje que vivió entre los años 330 y 397 y que hizo proselitismo cristiano en Europa noroccidental. El que en realidad nada tenía que ver con estas islas. A pesar de que holandeses, franceses, ingleses y españoles sostienen haber dado un viraje determinante en el crecimiento de la isla, en realidad, los primeros que dejaron una huella evidente fueron los indígenas, aquellos a los que Colón llamó impropiamente indios y que en realidad se definen como arawakos, un pueblo nada retrasado, sino más bien evolucionado en el cultivo y en la cría de animales.
Después de que llegaron los españoles, les tocó a los holandeses e ingleses, cuyos florecientes comercios fueron barridos en poco tiempo por los piratas, quienes fueron los auténticos dominadores de esta isla. Fueron inútilmente combatidos durante al menos por 150 años.
John Hawkins, Francis Drake, Henry Morgan y William Dampier dejaron algo más que sus leyendas, tan es así que los rumores que hacen referencia a inestimables tesoros enterrados alrededor de la isla o naufragados junto a los galeones corsarios siguen vivos. Quién sabe si en un futuro dichos rumores no quedarán confirmados por algún hallazgo clamoroso.
Aún hoy, la minúscula isla parece contener dos mundos: el francés y el holandés, que han crecido respetándose el uno al otro en mutua colaboración durante más de 350 años. La frontera entre estas dos realidades es casi imperceptible, y está representada, por el monumento que se encuentra entre Union Road y Bellevue, el Border Monument.
Disfrutamos de un interesante viaje desde Philipsburg, hasta Marigot, capital de la Saint Martin francesa. Al pasar del holandés weikom al francés bienvenue, observamos el cambio cultural y arquitectónico de la isla.
Vimos iguanas sobre los árboles, vacas “paseando” por el centro de las carreteras donde no hay límites de velocidad y donde tampoco, como en las ciudades, nadie respeta las señales del tránsito. Los carteles que indican las obligaciones o prohibiciones están como decoración.
En Philipsburg hay numerosas tiendas de artículos de lujo, sobre todo joyerías, en las que la cantidad de joyas con diamantes y de relojes de grandes marcas era increíble.
Pudimos ver en el horizonte la celebérrima isla francesa de Saint-Barthélemy, considerada como un paraíso para millonarios galos.
El resto de la isla se puede resumir en playas, alegría de vivir y respeto por los visitantes, ya se trate de turistas o de comerciantes. San Martín representa un mundo soñador suspendido entre la leyenda de su muy aventurera historia y una receta hecha a base de convivencia y tolerancia recíproca entre muchas etnias, que en otros puntos del planeta, de forma contraria, se han visto envueltas en ásperas rivalidades. El secreto de tanta serenidad quizás resida en la belleza de la isla y en su clima agradable.
En el puerto se nos acercó un americano con un look al estilo del gran Hemingway. Hablaba español. Nos dijo que tenía muchos deseos de ir a Cuba, pues sus padres habían pasado allí su Luna de Miel y la habían visitado durante varios inviernos, antes de que el señor de la barba tomara el poder. Nos hizo un chiste que consistió en:
-Vamos a ver, ¿Cuál es el femenino de masculino?
-Femenino- le respondí.
-No, no cubano, se equivoca, la buena respuesta es…¡Masculona! - me dijo en medio de una carcajada.
Al salir hacia Cocky Turt le Beach, en la parte holandesa de la isla, un viejo italiano formó tremendo jaleo debido a que el bus tenía ya 15 minutos de atraso. Pagamos 10 dólares por las sombrillas, pues las tumbonas estaban incluidas en el precio de la excursión. Nuestra guía Costa Beatrice, fue amabilísima.
Al regresar al barco, había varios autobuses y como los turistas se intercambiaban, una señora obesa aborigen de uñas tipo garras, se desesperaba tratando de organizarlo todo.
Al llegar a bordo, fuimos como cada tarde al bar del Atrium, en donde nos sirvió un joven camarero hondureño muy amable llamado Josué, a él le habían comunicado que ya era padre, pues acababan de nacer gemelos un niño y una niña, estaba contentísimo.
Fui al mostrador de My Tours a pedir información y pude obtenerla fácilmente. Tengo que confesar que de los 28 cruceros que hemos hecho con Costa, este es el mejor equipo que hemos encontrado de My Tours, formado entre otros por: Serena, Marta, Daniela (que tan parecida es a la actriz Angela Molina), Chiara, Matteo, María Cristina, la bella Michela y el gran Andrea, al que ya conocíamos de otros cruceros.
Esa tarde hubo clases de mambo, bailes de grupo, gimnasia, etc.
Cenamos en el elegante Ristorante Il Gattopardo, en donde nos recibió el amable maître Kevin y nos sirvió la profesional y gentil camarera Karla (de Indonesia), como cada día. Después fuimos al Salón Cheri a bailar con música caribeña en el espectáculo “La Nuit Latine” y posteriormente al Grand Bar Topkapi.
Esa noche el barco zarpó hacia la isla de Antigua.
Te seguiré contando en mi próxima carta.
Al fin se acerca la primavera a París, y ya hay flores, el cielo es azul, el sol brilla y hoy tenemos15°c.
Te quiere siempre,
marcelo.valdes@wanadoo.fr |