Samuel Pupo Martínez: un preso con la piel de piedra Por Claudia Padrón Cueto Cubanet 16 de septiembre de 2022
 Samuel Pupo Martínez y su esposa y la protesta del 11J en Cardenas, Matanzas
Samuel se dobla, encorva la espalda y arrastra las piernas. La rigidez de su cuerpo no le permite moverse libremente ni que sus articulaciones respondan. A la enfermería llega con ayuda porque apenas puede caminar y el ibuprofeno ya no le alivia. Allí el médico lo inyecta con algo más fuerte y el dolor disminuye, aunque nunca desaparece. El resto del tiempo está solo. No se levanta de la cama. No se baña. Para él en ese estado es imposible valerse por sí mismo. Hay días, como estos de crisis, en los que ni siquiera tragar agua es fácil. La enfermería de la prisión es como una celda de castigo para él. Al menos en el destacamento, sus compañeros lo ayudan cuando su cuerpo literalmente es piedra.
Desde hace nueve años, Samuel Pupo fue diagnosticado con esclerodermia, un mal degenerativo que convierte a su propio sistema inmune en un enemigo. Su cuerpo ataca por error a los tejidos saludables y no existe cura para ello. Hay dos tipos de esclerodermia, una es la localizada, que solo afecta a la piel. Pero la más grave es la esclerosis sistémica. Esta, que daña la circulación de la sangre y los órganos, es la que tiene Samuel.
A primera vista, si no tocas la dureza de la epidermis, Pupo parece estar sano. Es un hombre de 48 años, alto y fornido. Sin embargo, las lesiones de su piel se ocultan mayormente bajo su uniforme de reo, excepto sus dedos, donde el humor acumulado se revienta, llenando de llagas las puntas de sus extremidades. Tampoco sus uñas tienen una apariencia común. La textura y la forma se asemejan más a las pezuñas de un animal que a los dedos de un hombre. Pero los efectos más devastadores de su enfermedad son internos: glaucoma, diabetes, hipertensión, estreñimiento y un dolor constante que a veces lo inmoviliza.
Cuando lo detuvieron el 11 de julio de 2021 por manifestarse contra el gobierno en Cárdenas, su familia pensó que padecer una enfermedad sin cura y degenerativa lo salvaría de la cárcel. Además él no hirió a nadie, no lanzó piedras, no se enfrentó a la policía. Lo que sí hizo ese día fue subirse sobre un auto volcado y gritar: “¡Abajo el comunismo! ¡Patria y Vida!”, muy cerca de la sede del Partido municipal.
Eso fue suficiente para que lo condenaran a tres años de prisión y luego le negaran el cambio de medida a un régimen abierto. No ha habido condescendencia alguna hacia él, a pesar de que la cárcel ha deteriorado mucho su salud, como ha demostrado su defensa en los juicios. Al contrario, a Samuel le han dicho que solo le irá peor, mientras su esposa no se calle.
“Mi niño con solo trece años ha aprendido qué es una dictadura”
“Hay que ser confiable para dar clases, y si tú sigues con tu esposo no lo eres. Si tú sigues con él es porque piensas así”, le dijo la directora del Politécnico 50 Aniversario del Granma a Yuneisy. Después de trabajar ahí durante años como profesora, le dejaron claro que no separarse de su esposo era razón suficiente para convertirla en una apestada.
Yuneisy Santana ha estado junto a Samuel por 15 años. Ambos llegaron solos a Matanzas desde Ciego de Ávila, y construyeron una vida sin familia cerca. Ella estuvo cuando aparecieron los primeros síntomas que llevaron al diagnóstico de la enfermedad. Después lo acompañó cuando se lo detuvieron y enjuiciaron. Ella es la que cada mes llena su saco, compra en la calle los medicamentos que no hay farmacia —menos en la cárcel— y va hasta la prisión de Agüica, a 70 km de su casa. Para Yuneisy es impensable abandonarlo, aunque la dejen sin sustento como castigo.
Sin trabajo, con su esposo preso y con un niño a su cuidado, Santana empezó a limpiar casas para sobrevivir y vendió algunos equipos y ropa para comprar comida.
“No me he sentido sola porque nuestra familia ayuda y he tenido apoyo de personas que ni me conocen, pero han visto mis denuncias. Además, tampoco me ha faltado una casita para limpiar”. Yuneisy cuenta que este ha sido el año más difícil para su familia, que por momentos pierde la fuerza, pero que le pide mucho a Dios que la levante y la deje seguir. Ahora, sin Samuel, Hugh sola la tiene a ella.
“Mi niño con solo trece años ha aprendido qué es una dictadura. Ya sabe odiar y no quiere saber del comunismo. Hace poco me recriminó haberlo parido en Cuba”. Desde los cuatro años, Hugh Dieter Pupo ha visto cómo su papá es una persona diferente y debía tener cuidados que otros padres no.
Samuel en el invierno no puede tocar el agua fría porque eso lacera su piel. Antes de lavar su rostro cada mañana, debe calentarla. Luego, con una aguja estéril y algodón, debe reventar las lesiones de sus dedos y limpiar las puntas. Su papá necesita medicación constante que en la cárcel no le aseguran, tomar agua hervida y una alimentación sana. En la cárcel come justo lo que menos se le recomienda: harinas en forma de pan, galletas, dulces. Hugh entiende que la salud de su padre es delicada y lo ve deteriorarse en cada visita.
“Cuando le compro algo a mi niño, como unas galleticas, me dice que que no quiere, que se lo deje a su papá. Él me ve pasando trabajo para llenar el saco y cree que dejando de comer ayudará a que Samuel tenga más cosas. Siempre han sido muy unidos y esta separación lo ha afectado mucho”.
El niño ya casi no sonríe, no juega, no quiere ir a la playa ni tomar helado. En su primer día del curso escolar tuvo que explicarle a los demás niños por qué su papá seguía preso. Yuneisy ha notado como su hijo pasó de ser un niño feliz a otro que siempre está angustiado y no quiere perderla de vista. Hugh teme que también se lleven presa a su mamá.
Su mamá de todo lo que les pasa los culpa a ellos. “Ellos destruyeron nuestra familia y la infancia de Hugh. Ellos no dejan de acosarnos. Ellos están haciendo un seguimiento a mi hijo, que nunca ha tenido un problema en la escuela, y no me habían dicho. Ellos están robándole a mi esposo su tiempo de vida”.
“Ellos”, como Yuneisy los nombra, son algunas de las caras del totalitarismo cubano: la policía, la Seguridad del Estado, la escuela que no le da empleo, los tribunales, el gobierno.
El 14 de septiembre de 2022, la Oficina de Atención a menores los citó a ambos, madre y niño. Aunque en los juicios han resaltado que Samuel no es un preso político, a su hijo hoy le dan “seguimiento” para comprobar que no tenga las mismas ideas de su padre y que no vaya a “contaminar” a sus compañeros de clase.
La Seguridad del Estado, la misma que tiene a Samuel preso, y le quita las llamadas cada vez que Yuneisy hace una directa; la responsabilizan a ella de estar dañando al pequeño; le han advertido que pueden retirarle la custodia o meterle presa si insiste en hablar. Sin embargo, a Yuneisy, lejos de aterrorizarla, el acoso solo la impulsa a gritar más fuerte, más alto.
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