Costos/beneficios de vivir en dictadura Por Ernesto Pérez Chang Cubanet 15 de agosto de 2022

¿Cuál es el costo que debemos pagar los cubanos por cada día de dictadura? Es una pregunta que no solo hago a quienes residimos de modo permanente en Cuba sino a quienes piensan que viviendo en otro lugar ya quedarían exentos de un pago que no se traduce exclusivamente en dinero, sino en elementos que pudieran ser mucho más importantes como las libertades plena e individual, los trastornos psicológicos, las rupturas familiares, los proyectos de vida a futuro, incluso en pérdidas que trascienden lo personal y que dañan, a veces de modo permanente, irreparable, cuestiones esenciales relacionadas con la nación, la cultura o hasta el medio ambiente.
Quizás cada uno de nosotros deba hacer y tomarse en serio la pregunta, más bien el desafío, justo ahora cuando, tras el incendio en Matanzas y la explosión del Hotel Saratoga, posterior a las atrocidades y abandonos sufridos durante los peores momentos de la pandemia de COVID-19, a raíz de la muerte de tantos cubanos y cubanas, ha quedado totalmente al desnudo la incapacidad del régimen comunista para ofrecer un mínimo de seguridad a los ciudadanos; cuando entre apagones, enfermedades, hambre, represión y bolsillos saqueados (con total mala intención) se nos revela un gobierno que invierte 10 veces más en equipamiento antidisturbios, en construcción de hoteles vacíos, en propaganda mediática que en medicamentos de primera necesidad, en viviendas populares dignas, en programas efectivos de producción de alimentos o en protocolos de seguridad que eviten desgracias como las ocurridas en los últimos meses.
Es momento de que todos, desde los más resignados, los más ingenuos hasta los más convencidos de que “esto no da más”, hagamos el saludable ejercicio de comparar los costos y beneficios de continuar soportando en silencio sobre nuestros hombros a una recua de barrigones que se ha adueñado del país, esclavizando a los ciudadanos, y lo que es mucho más triste, con el consentimiento, sí, de una mayoría dominada por el miedo, la apatía, por la manipulación ideológica, pero también por los oportunismos y las complicidades.
Y hablo de los costos que se han de inferir de los perjuicios causados por el “sistema” como también de los turbios “beneficios” que, para una minoría, se derivan de tales daños.
En tal sentido, por ejemplo, algunos pudieran marcar como positiva la educación universal o la relativa gratuidad de esta, cuando en realidad se trata de uno de los mecanismos de ideologización y sometimiento más siniestros de la dictadura comunista.
Así, el sistema de educación del régimen representaría un alto costo social para los ciudadanos, en tanto su principal propósito hoy en Cuba no es instruir, ni ofrecer múltiples posibilidades para el desarrollo integral de la persona sino desestimular el libre pensamiento, imponer desde el Departamento Ideológico del Partido Comunista una aberrante e hipócrita visión de la realidad para luego someter la fuerza laboral mediante todo tipo de chantajes y amenazas, como ha venido sucediendo con la comercialización explotadora de las brigadas médicas o los deportistas.
Beneficios relativos pudieran considerarse, igualmente, todos los que provengan de ese sombrío universo que gira alrededor de las remesas del exterior y que han ido conformado y estableciendo como permanente —como “sello distintivo” de la dictadura— un tipo de discriminación dentro de nuestra miseria cotidiana, avalada por políticas económicas encaminadas a expoliar el bolsillo de los ciudadanos y que obligan a que toda familia cubana, para sobrevivir a la miseria del sistema socialista, dependa al menos de un emisor de remesas desde el capitalismo.
En consecuencia, no puedo considerar “beneficio” las “ventajas” que el régimen otorga a quienes sustentan sus economías familiares exclusivamente sobre la base de remesas, como tampoco, en correspondencia, ese negocio “particular” que se levanta con el aporte absoluto de estas y que luego sirve como ejemplo para apuntalar un discurso oficialista dirigido hacia el exterior y donde el ámbito de los emprendimientos individuales parece color de rosa cuando en realidad es una selva tupida de trampas y tramposos.
Creo que además de sentarnos pasivamente frente al teléfono a acompañar con reacciones de “me gusta” o “me enoja” (o “me divierte”) las opiniones de cualquiera de nosotros —periodistas, escritores, activistas, comunicadores o gente que simplemente explota y denuncia en redes sociales—, sería mucho más útil al menos tomar un papel y anotar qué cosas hemos ganado (sin robar, sin engañar, sin prostituirnos, sin fingir lealtades, sin traicionarnos, sin depender de una remesa del exterior o de ser un protegido de este o aquel dirigente del PCC o militar de alto rango) y cuáles hemos perdido en todos estos años de “Revolución” que solo muy pocos privilegiados, acurrucados en el paraíso del poder, se resisten a calificar como infernales.
Para mayor claridad en nuestro pensamiento, sugiero hacer dos simples columnas donde delimitar y organizar aquello que consideramos positivo o negativo, incluso, para no renunciar demasiado a nuestros egoísmos, limitarnos a considerar para nuestro listado solo aquellas cosas que han marcado directamente nuestras vidas de modo individual, es decir, desde el familiar o amigo que perdimos por falta de cuidados médicos hasta el empleo, los estudios, la atención hospitalaria de calidad que nos fueron negados por no ser “confiables” o “revolucionarios”, por no ser “hijitos de papá”; desde aquel cumpleaños de nuestros hijos que pasamos por alto a falta de dinero para el más mínimo agasajo hasta los días que nos fuimos a la cama sin comer para así comprarles un par de zapatos; desde el salario que jamás alcanza y nos obliga a robar, a vender el cuerpo, a cerrar nuestras bocas, a delatarnos entre nosotros mismos, hasta la renuncia a nuestros anhelos de tener una casa (la más pequeña que se pueda), un viaje de vacaciones (quizás solo unas vacaciones, sin el viaje) y una muerte digna.
Y si no he propuesto nada realmente positivo para la columna de los “beneficios” es porque cada cual sabrá con qué llenará la suya aunque, al menos para mí, hoy por hoy, permanece totalmente vacía.
En lo particular, no encuentro el más mínimo beneficio en que tanto el Partido Comunista como los militares (y en especial los militares-empresarios, a los que jamás hay que cometer el error de ignorar tan solo porque se mantienen agazapados) se perpetúen ni un segundo más en el poder. Sin embargo, reconozco que para muchos cubanos y cubanas, dentro y fuera de la Isla, la situación de crisis económica endémica creada por el régimen —ya sea por incapacidad, por mediocridad y corrupción de sus funcionarios, porque en buena medida el empobrecimiento general es su más recurrente y efectivo método de control social— los ha beneficiado o los ha colocado en una relativa “situación de privilegio” y hasta los ha enriquecido.
Son los casos, por un lado, de los dueños de agencias de envíos a Cuba o de negocios de compras en línea desde el exterior; de los funcionarios del régimen que, bajo el pretexto del “bloqueo”, justifican con consignas sus frecuentes y costosos viajes de negocios al extranjero porque en realidad les arrojan jugosos dividendos para ellos y para sus compinches en los ministerios y dependencias del Gobierno, o en esas “empresas estatales” que, en su papel de gran pantalla del mercado informal y la corrupción, son el verdadero agujero negro de la economía cubana.
Cada uno de nosotros conoce y hasta pudiera tener en su círculo de amigos a algunos de esos “tipos confiables” que, bajo la patente de corso de ser “incondicionales con la Revolución”, lucran con recursos estatales y hasta con sus reservas, con donaciones y “solidaridades” pero, además, por carambola, con nuestros sufrimientos, nuestros exilios, nuestras añoranzas; con nuestra condición de ciudadanos de tercera clase, abusados, extorsionados, chantajeados y amedrentados. Sometidos.
Los conocemos pero no decimos nada, no les reprochamos en absoluto, porque creemos tener por “beneficio” su “amistad” o su “protección”, cuando en realidad esa “complicidad” nos consume la vida, y algo más importante, la libertad.
Hagamos el ejercicio y anotemos con honestidad, con objetividad, sin apasionamientos lo que nos ha costado a cada uno de nosotros vivir en dictadura, bajo su influencia directa o indirecta. Y además de apagones por los que perdimos el sueño y al enfermo agobiado por los calores, o incluso la comida que guardamos en el refrigerador, además de los bolsillos vacíos de dinero y esperanzas, o la gran oportunidad que dejamos pasar por causa del transporte malo o nuestros temores y prejuicios, vayamos mucho más allá en el análisis y pensemos cuánto en realidad nos ha costado y nos continuará costando eso que el régimen se atreve a llamar “beneficios”.
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