El periodista y director de La Hora de Cuba acaba de ser detenido, regresado y forzado a permanecer en casa, y amenazado con nueva acción de la Seguridad del Estado hoy. Su relato, aquí:
“TÚ NO SABES EL PINGAL DE PESOS QUE ME PAGAN POR ANDAR DETRÁS DE GENTE COMO TÚ” Por Henry Constantín La Hora de Cuba 30 de junio de 2022
Henry Constantin
Perdónenme la malapalabra. No la dije yo ni pensaba tener que oírla. Pero hoy, a las 10:20 de la mañana, salí en la moto de mi casa, cargado de pomos para buscar agua de tomar. Ya había dado antes algunas vueltas por la ciudad, mi cuadra de Andrés Sánchez entre Joaquín de Agüero y Benavides estaba normal, con el custodio del distrito —uno bastante mayor, de piel negra, que no deja pasar una mujer joven sin piropiar— sentado en su silla de hierro y conversando con Manzano, el retirado del MININT que ayuda en la vigilancia del barrio. En la bodega de la esquina, lejos, vi un tipo de pulóver fosforescente. Nada extraordinario. En cuanto doblé por Benavides el tipo del pulóver fosforescente me llamó por mi nombre y me hizo seña de que parara, a la vez que atendía el teléfono. Entendí lo que venía y frené.
Le pregunto: ¿Qué quieres? Él seguía hablando y repitiendo la seña. —¿Qué quieres? —vuelvo. —Espera aquí, quieren tener una conversación contigo. Esto es la "Seguridad del Estado”. Andaba con mascarilla, pero le quedaba pequeña en el rostro grande, trigueño. Era alto, con mirada de nada. —¿Y por qué aquí?, ¿no puede ser afuera de mi casa? —No, espera. Si estamos conversando aquí, normal.
Estaba sobre la yerba junto a la tapia del antiguo Club Ferroviario, a sesenta metros de mi casa. Había olor a heces, y no me gusta conversar con agentes de ningún tipo “así, normal, como si nada”, por lo que aceleré de regreso, diciéndole al individuo: “voy a la casa, aquí no” y de paso le grité a varios vecinos “¡me van a detener, me van a detener!”, al tiempo que veía a la patrulla 412 y un agente no tan joven, en moto, tratando de pararme. Les dije “ahí olía mal, voy a parquear a la casa”, el tipo asintió y me siguieron. Los gritos de aviso funcionaron, porque enseguida, lo pude comprobar hace un rato, estaba la noticia en el grupo de mensajería privado del equipo de La Hora de Cuba. Y de ahí a las redes, a que el abuso y la violación de derechos no pase desapercibida, un paso.
Puse la moto en la acera. De la patrulla salieron el agente 18382, mulato, en los cincuenta y tantos, adelgazado —ya les cuento— y la 19002 –delgada, de piel negra, unos cuarenta años. Los dos con las tres rayas blancas de primer suboficial.
El de la Seguridad del Estado que llegó junto con la patrulla, y que parecía el jefe, andaba sin mascarilla. En un debate que no pasó de veinte minutos en la misma acera me respondió que se llamaba Arián —pero se negó a enseñar identificación, yo te la muestro 'horita, me dijo. Le recordé que ya era hora que se identificaran ellos también, que perdieran el miedo si al final ellos parecía que tenían el poder, ¿a qué le temían?, que aprendieran de los policías que iban con sus números a la vista, y le recité ya memorizadas las chapas de los dos agentes. “Oh, ya 'horita están puestos en La Hora de Cuba”, les dijo.
“Si ya lo conozco”, dijo el 18382. Me viré a mirarle la cara y me sonreí. Era el mismo que me tuvo esposado en el registro en mi casa el 13 de julio y luego participó en la detención y traslado de Neife y mía el 2 de febrero. Esa vez se molestó mucho porque oyó a Neife decirme “mira las jabas con los panes”, señalando una jabita blanca llena de bolas de pan, que este agente llevaba en la guantera de la patrulla. “Son mis panes y qué, son mis panes y qué", nos gritó exasperado. Ese día, al salir de la patrulla le dijo a otro oficial: “a todos estos yo les hubiera ya sacado los ojos”.
En un momento les dije que al final yo hacía lo que hacía por ideales y sin que importaran los retos, y eso me aseguraba la victoria, sin embargo, ellos estaban ahí por razones que solo ellos sabían, un salario, un teléfono, combustible, qué sé yo. El agente joven escuchaba en silencio —su pulóver decía “look, think, act”, pero probablemente se saltaba casi siempre el segundo paso; el jefe dijo sin convicción ninguna que él también trabajaba por sus creencias. Le dije que no, que estaba seguro que si él hubiera podido ser médico o ingeniero, sería ahora médico o ingeniero y estaría salvando vidas en vez de estar molestando gente normal que no son un peligro para nadie. “Ah, porque ahora tú eres sicólogo”, repitió un par de veces.
Y entonces intervino la mujer, la policía 19002: “Tú no sabes el pingal de pesos que me pagan a mí por andar detrás de gente como tú”, y caminó de un lado al otro, balbuceando. Creo que ni siquiera ella se había enterado de que la discusión era para demostrar quién era el altruista, no quién era el más asalariado y ejecutor de órdenes en las que no creía. “¿Y eso es la manera de hablar de una agente de ustedes?”, fue lo único que le pude decir. Ni me respondieron.
El tipo se aparta otra vez a hablar por teléfono. Regresa y sigue: "¿Neife está en La Habana?”. No le respondí. Después vuelve: “¿y tu papá, en casa de tu mamá?”. Él no traía mascarilla, así que el dato más llamativo de su físico trigueño, delgado, era la dentadura inferior, con los dientes delanteros en bastante mal estado. En lo que él me interrogaba, no pude evitar pensar “pobre hombre”. “Eso averígüenlo ustedes, trabajen”, le dije, sobre la ubicación de mi papá.
“Bueno, tienes que parquear el motor, y no puedes salir. El agua mira a ver quién te la trae. Y más tarde vendremos a dialogar contigo, no aquí, en otro lugar, sin patrulla ni nada, para no gastar combustible”. Lo miré con los ojos de “tú no me conoces, caramba”. Se quedaron esperando a que yo abriera la puerta y subiera la moto, y se fueron. Fuentes de La Hora de Cuba me dicen que la patrulla 412 sigue en los alrededores de mi casa.
Aprovecho para decirles, agentes de la Seguridad del Estado, que no tengo nada que dialogar. Que si vienen con una orden de arresto, citación o con una patrulla que formalice que estoy detenido, bajo de mi segundo piso y me entrego, para que me interroguen o tomen declaración, que son las cosas que sostengo con policías. Pero no voy a sostener voluntariamente nada que clasifique como diálogo. O me detienen, como hicieron hoy, como han hecho siempre, o nada con Henry Constantín.
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