11 DE JULIO, EL DESPERTAR DE LOS CUBANOS. Por el Doctor Alberto Roteta Dorado.
Los cubanos salieron a las calles de manera espontánea con el firme propósito de poner fin a la dictadura cubana. Es aberrante que el presidente no elegido de Cuba continúe culpando al Gobierno de Estados Unidos o a determinadas asociaciones democráticas de esta nación por las acciones del 11 de julio.
Santa Cruz de Tenerife. España.- Las primeras imágenes de las manifestaciones pacíficas que tuvieron lugar en San Antonio de los Baños, hace apenas unos días, eran alentadoras. No se trataba de un pequeño grupo aislado, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, sino de una multitud que reclamaba libertad, patria y vida, abajo la dictadura y abajo el comunismo, sin dejar a un lado los necesarios pedidos de alimentos, medicinas, transporte, etc., esto es, las carencias habituales de los cubanos de estos tiempos. Llamó poderosamente mi atención que los participantes caminaron largos tramos con sus consignas, cada vez más bravas, sin que la policía política o los agentes encubiertos de la Seguridad del Estado los interceptaran.
Mi primer pensamiento fue que la dictadura preparaba en silencio su estrategia. Así se lo hice saber a quienes me enviaron las imágenes desde Cuba y a los que ya comenzaban a “compartir” en las redes sociales desde La Florida, Estados Unidos. Reflexioné desde mi habitual silencio y supe que en la menor brevedad posible el régimen castrista lanzaría a sus agresores habituales contra los manifestantes. Algunos pensaron, con ingenuidad cuasi enfermiza, que la calma duraría mucho más, suficiente para incentivar a otros cientos de cubanos, no solo en San Antonio de los Baños, donde se iniciaron las protestas, sino en otras partes de Cuba.
Las heroicas acciones del 11 de julio, a modo de un breve resumen.
Si bien las protestas se sucedieron con rapidez en diversos pueblos de Cuba como Palma Soriano, La Habana, Santiago de Cuba, Camagüey, Bayamo, San José de las Lajas, Guantánamo, Holguín, Cárdenas, Santa Clara, Cienfuegos y Matanzas, entre otros, a pocas horas Miguel Díaz Canel, el “presidente” de Cuba, se dirigió a los cubanos “revolucionarios” incitándoles a la violencia. Según el, la orden estaba dada, sinónimo de salir a combatir a los manifestantes, a los que caracterizó como mercenarios pagados por agencias del gobierno estadounidense.
Una ola de terror se desató de inmediato. Los manifestantes fueron embestidos por agentes policiales y de la Seguridad del Estado presentados bajo la apariencia de civiles defensores de la mal llamada revolución. A pesar de la gran diferencia entre ambas partes, toda vez que los manifestantes estaban desarmados y sin otra protección que su valentía – demostrada en estos pocos días como jamás se hiciera en más de sesenta años de represión–, los manifestantes demostraron en todo momento su firme propósito que más allá de cualquier paliativo para sus miserables vidas, era un grito emancipador de libertad, de exigencia a sus derechos ciudadanos, de clamor patrio que nos hizo recordar lo que aprendimos acerca de los valientes mambises que se enfrentaron al colonialismo español.
Centenares de detenidos y golpeados salvajemente, incluidos mujeres y niños, amén de algunos muertos, cuya cifra aún resulta inexacta ante el secretismo, la mentira y la manipulación del castrismo, ha sido el resultado de esta demostración de rebeldía popular que llegó para quedarse. Ya se perdió el miedo, y es evidente que las protestas continuarán a pesar de las acciones represivas de la dictadura comunista de Cuba.
Los cortes de la electricidad y de los servicios de internet, algo que el régimen hizo de manera premeditada y con alevosía, limitaron la difusión de los acontecimientos de estos días. No obstante, los manifestantes grabaron y tomaron fotos, suficientes como para poder mostrar ante el mundo la realidad de los hechos del 11 de julio y los siguientes días. Las imágenes de miles de cubanos desesperados gritando consignas contra el régimen castrista, contra el presidente jamás elegido por nadie, por el fin de la represión y por la libertad del pueblo le están dando la vuelta al mundo. En contraposición con la heroicidad y valentía de los manifestantes se pueden apreciar a cientos de agentes de la Seguridad del Estado encubiertos como civiles y gente de pueblo atacando a los manifestantes con palos, y como era de esperar, a la policía política armada dando sendas golpizas y disparando a los manifestantes.
Por el momento las acciones de protestas continúan, aunque no con la misma intensidad de los días iniciales. La despiadada represión del régimen de La Habana, por desgracia, ha impedido un levantamiento general de la nación cubana. No obstante, los sucesos del 11 de julio ya son parte de la historia de Cuba. Por primera vez en más de sesenta años – sin dejar a un lado los hechos de agosto de 1994, conocidos como el maleconazo, a pesar de su carácter local limitados a la capital del país– se logró convocar a tantos cubanos de diferentes partes de la isla.
Las marchas pacíficas del pueblo cubano pueden ser consideradas como acciones multitudinarias si se tiene en cuenta las cifras de participantes; aunque más allá de la cantidad de cubanos que tomaron las calles, sus calles que también les pertenecen – evocando la frase del terrorista Miguel Díaz Canel respecto a que las calles son de los revolucionarios–, hemos de considerar el verdadero sentido de estas acciones. Téngase en cuenta que el estallido estuvo desencadenado por la terrible situación de hambruna generalizada y la carencia de los productos más elementales, incluidos medicamentos y utensilios sanitarios; pero una vez en las calles los cubanos dejaron a un lado sus carencias materiales para emprender con valentía el mayor de los reclamos: la libertad de una nación militarizada y asediada por la más sanguinaria y terrorífica dictadura de su historia, y es justamente esta, la mayor connotación de las marchas populares de estos días. Las frases de “queremos libertad”, “libertad para el pueblo de Cuba”, “abajo el comunismo” quedarán para la historia.
Un “presidente” que provocó el enfrentamiento de los cubanos.
Caricatura Arriba: Miguel Díaz Canel tendrá que pagar por las terroríficas acciones arremetidas por orden suya contra el pueblo cubano. “La orden está dada”, sus malvadas palabras dichas a las pocas horas del inicio de las protestas pacíficas, jamás serán olvidadas por un pueblo que está demostrando en estos días que no lo quiere en el poder. Caricatura cortesía del artista Yoandy Carrazana.
Miguel Díaz Canel tuvo la oportunidad de haber pasado a la posteridad como el Gorbachov de América Latina; pero sus limitaciones resultantes del fuerte adoctrinamiento le impidieron ver, como diría José Martí, con ojos de más luz, esta posibilidad. Perdió la oportunidad de su vida. Su obsesión con la idea de la continuidad lo hace parecer como uno más de los anquilosados vejestorios de la llamada generación histórica. Lamentablemente, su nombre y su grosero apodo de “el singao” quedará en los anales históricos de las tragedias del comunismo por haber convocado a los cubanos a un desigual enfrentamiento, amén de haber lanzado a las tropas especiales, el ejército y la policía política a la más terrible represión de los últimos tiempos en la isla.
Téngase presente que con la derrota del comunismo en Cuba, que viene a ser como la extirpación del cáncer primario, inmediatamente caerían de manera sucesiva el resto de los regímenes dictatoriales de la región – Venezuela y Nicaragua, sin olvidar que los gobiernos de México, Argentina, Bolivia y en breve Perú son de izquierda, lo que presupone que sean totalitarios y candidatos al carácter dictatorial–, los que se comportan como las metástasis del gran cáncer comunista de Cuba; de ahí la idea del Gorbachov de Latinoamérica y no por una supuesta grandeza que solo sus simpatizantes logran ver.
Su ceguera, inducida por el adoctrinamiento comunista, le hace repetir las gastadas ideas acerca de la siempre presente imaginaria injerencia enemiga, el pago de los agentes del Gobierno de Estados Unidos, los efectos de la subversión ideológica, entre otras tantas burradas bien distantes de un hombre de estos tiempos. Si algo debe quedar muy precisado en el contexto de estos duros, aunque gloriosos días, es que no hubo tal injerencia, ni pagos desde el exterior, y mucho menos subversión ideológica. Los cubanos salieron a las calles de manera espontánea, sin líderes – a los pocos minutos de las primeras manifestaciones los encarcelaron a todos–, con el firme propósito de poner fin a la dictadura cubana. Es aberrante que el presidente no elegido de Cuba continúe culpando al Gobierno de Estados Unidos o a determinadas asociaciones democráticas de esta nación por las acciones del 11 de julio.
Si alguien merece ser acusado ese es Miguel Díaz Canel, el máximo responsable de las golpizas, de las detenciones, de los desaparecidos, de los heridos y de los muertos.
Te recordarán como el cobarde que teniendo en sus manos la posibilidad de liberar a los cubanos de las garras del comunismo prefirió alentar la violencia. La orden está dada, sus malvadas palabras pronunciadas a las pocas horas del inicio de los sucesos del 11 de junio, jamás podrán olvidarse.
Seguirás siendo para los cubanos Díaz Canel el “singao”.
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