LA RETIRADA DE RAÚL CASTRO NO PRESUPONE NINGÚN CAMBIO. Por el Doctor Alberto Roteta Dorado.
Raúl Castro propuso a su sucesor un diálogo de respeto con el gobierno de Estados Unidos con la intención de “edificar un nuevo tipo de relación”, aunque al propio tiempo ratificó su firmeza de “no renunciar a los principios de la revolución y el socialismo”.
Santa Cruz de Tenerife. España.- Por estos días diversos sitios del mundo hacen mención a la retirada de Raúl Castro del Partido Comunista de Cuba (PCC) en medio de la celebración del VIII congreso de la única organización partidista reconocida de manera oficial por el régimen castrista.
De manera general la mayoría de los reportes que he consultado coinciden en unos pocos puntos, dentro de los que se destaca la idea del traspaso de poderes absolutos a Miguel Díaz Canel, el actual presidente de Cuba, lo que supone la retirada definitiva de los Castro de la escena política de la isla, así como los posibles cambios que esto pudiera ocasionar en relación con el estaticismo político del país y su repercusión en la esfera económica.
Los que “analizan” desde la distancia, y no me refiero solo a distancia desde el punto de vista geográfico, sino de manera simbólica, esto es, sin verdadero conocimiento de causa, toda vez que no se ha tenido la experiencia directa de lo que en realidad es vivir en medio de un caos originado por un sistema de tipo comunista, creen en una apertura a partir de ahora. Nada más distante de la verdad. La salida de Raúl Castro es solo el fin de su presencia física en la cúpula de la terrible organización comunista, entidad que rige los designios de la isla más allá que el propio gobierno y del Estado, los que se subordinan en su totalidad a las disposiciones del PCC al ser, según el Artículo 5 de la Constitución vigente, “la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”.
De modo que no es la retirada del cuasi nonagenario general sin batallas lo que se requiere en este crucial momento, sino la supresión total de todo vestigio socialista en la isla, y esto último, no tendrá lugar, al menos por ahora, toda vez que el traspaso de poderes del PCC a Miguel Díaz Canel, como ya hizo el viejo general hace poco con la presidencia del país, representa una “continuidad”, como muy bien se ha empeñado este último en sostener desde su llegada definitiva al frente de la nación cubana como presidente.
Díaz Canel es tan retorcido y anticuado como el resto de los “camaradas” de la generación precedente – quienes también se jubilarán cuando están a solo unos pasos de la muerte–, lo que ha demostrado en sus pocos años en la presidencia del país. Si alguien pone en duda lo que afirmo que se cuestione entonces: ¿qué ha hecho de novedoso el actual mandatario para sacar a su patria del abismo en que se hunde cada día? Su marcada fidelidad a la “tradición histórica” de la “revolución” lo ha convertido en un ser robótico que se limita a cumplir lo ordenado por esa “fuerza política dirigente superior”, esto es, llevar adelante su eslogan de “ser continuidad” y de “ir por más”. El resultado final ya todos lo conocen: un país que se hunde en la miseria más espantosa de su terrible historia.
Como es lógico, desde esta postura absurda y carcomida nada cambiará y la salida de Raúl Castro es solo un símbolo en medio del desastroso panorama político, social y económico de la otrora próspera nación. Se necesita una apertura que conduzca de manera definitiva a un estado de transición que prepare las condiciones para la restauración de la democracia, y no más conceptualizaciones y actualizaciones del modelo existente por más de seis décadas. Esto no se alcanza con un simple cambio de un líder político por otro, al menos, mientras que el designado mantenga su rígida postura sustentada en su teoría de la continuidad. Raúl Castro antes de su salida definitiva de manera formal, y en medio de la tenida partidista, propuso a su sucesor un diálogo de respeto con el gobierno de Estados Unidos con la intención de “edificar un nuevo tipo de relación”, aunque al propio tiempo ratificó su firmeza de “no renunciar a los principios de la revolución y el socialismo”. Nada nuevo, se repite la misma historia de hace apenas siete años cuando se inició el llamado deshielo de las relaciones entre ambos países.
Recordemos que fue durante la etapa final del mandato del presidente Barak Obama que se comenzó un lento proceso de restablecimiento de vínculos diplomáticos, en los que el régimen cubano solo pidió y exigió a cambio de nada, por cuanto ese esquematismo rígido de no renunciar a principios, preceptos, vínculos, etc., frena todo tipo de intercambio cuando una de las partes interesadas no es capaz de ceder un ápice en pos de una necesaria apertura.
Ahora las circunstancias son otras ante el agravamiento del contexto económico y social del país. Hace solo unas horas los partidistas han declarado la estructura productiva como tema de seguridad nacional al no poder satisfacer las demandas de la población, y esto presupone la posibilidad de ofrecer un protagonismo a formas de gestión no estatal, a lo que se resisten los comunistas cubanos, quienes creen aún en la empresa estatal y la planificación central.
De modo que, aprovechando la postura política del nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, un nuevo intento de aproximación entre ambos gobiernos es posible, aún cuando hasta el presente, Biden al parecer mantendrá una prudente distancia – más por conveniencia que por convicción–con el régimen castrista; pero el castrismo se ahoga y en su lucha por la supervivencia le da igual apoyarse en los chinos, en Irán, que en Estados Unidos.
Y así las cosas, este lunes concluirá en La Habana el VIII congreso del único partido oficial de Cuba, encuentro de “continuidades” del que solo quedará para la posteridad histórica la retirada de Raúl Castro de su cargo de Primer Secretario, junto a la jubilación de una exigua representación de viejos camajanes que andan cerca de los noventa.
De manera que, por ahora nada de cambios mientras se mantenga en el poder esa “fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado” encargada de regir los designios de la nación cubana.
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