En Cuba la mayor oposición al Gobierno ha sido siempre económica Por Rafaela Cruz Diario de Cuba 30 de octubre de 2020
No sabremos nunca cuanto hirió esta debacle azucarera el ego ciclópeo del comandante en jefe.
'Ha bastado el más profundo rechazo individual combustionando dentro de cada cubano que trabaja con desidia, que se ausenta o llega tarde, que miente al jefe o descuida al subordinado'
En su presentación de la ejecución presupuestaria del año 2019 ante la Asamblea Nacional, la ministra de Finanzas, refiriéndose al éxito de la revolución afirmó: "Este empeño solo será alcanzable con la participación de los trabajadores de todos los sectores del país, con el optimismo y la seguridad en la victoria que caracteriza al pueblo cubano".
Si en lo político, la elite que antes era verde-olivo y ahora es gordo-guayabera ha hecho su voluntad, en lo económico jamás han doblegado al pueblo. De hecho, si no hubiesen contado con la complicidad de otras elites tiránicas dispuestas a saquear a sus propios ciudadanos para sostener al castrismo, hace mucho tiempo que hubiesen desaparecido los gerifaltes del PCC.
Se tiende a ver como opositores solo a los que dan la pelea política, denunciando valientemente las violaciones del régimen de La Habana, pero esa visión es reduccionista y obvia al grueso de la oposición, esa que ha impedido que el castrismo realmente triunfe y tenga los días contados, "porque vencieron, pero no convencieron".
Opositores son también los que hacen negocios prohibidos por el Estado; son opositores los miles que por pura intuición y desconfianza hacia el Gobierno, traficaron dólares forzando dos veces la circulación en Cuba de la moneda del enemigo, demostrando que el nacionalismo y los patria o muerte terminan donde comienza el bolsillo. Aquí nunca nadie ha pensado como país, comenzando por el Gobierno.
¿Y quiénes fueron los que año tras año bajaron tanto los rendimientos agrícolas e industriales de la zafra que obligaron al dictador a cerrar los centrales? No sabremos nunca cuanto hirió esta debacle azucarera el ego ciclópeo del comandante en jefe. Ni las alzadoras KTP ni los tractores bielorrusos impidieron el desastre. Los trabajadores cañeros jamás creyeron el cuento de que eran ellos los dueños de la industria. Ni los millones de macheteros voluntarios, fueron realmente voluntarios.
Cierto que no comparten en Facebook publicaciones antigubernamentales, cierto que no gritan "¡Abajo la Revolución!", cierto que parecen mansos carneros cuando al son de una conga comunista desfilan guaracheando frente a la tribuna de los dueños de la finca, un Primero de Mayo cualquiera. Pero media hora después estarán "resolviendo" con los recursos del Estado, que no son de todos ni de nadie, son del Gobierno; y los trabajadores se los roban sin piedad no solo porque no tengan otra opción, sino principalmente, porque nunca han creído en ese proyecto que genera más consignas que satisfacciones.
Ha sido plan del castrismo, porque así lo necesita, mantener al pueblo empobrecido, encadenado a los mecanismos de distribución estatal. Pero lo que nunca concibió el iluminado de la Sierra era fracasar tan apoteósicamente en todo lo que se propuso: ya fuese una zafra de diez millones, mejorar la genética vacuna, ser una potencia médica o tener el pueblo más instruido, algo que degeneró en una muy criolla oposición ideológica-carnal: las prostitutas más cultas del mundo, las jineteras de la FMC, que hacían contrarrevolución en la mismísima Quinta Avenida junto a sus chulos, los policías orientales.
Ninguno de los "logros de la Revolución" se consiguieron gracias al trabajo consciente del pueblo, sino gracias a los subsidios soviéticos y a la estafa venezolana. En cuanto esas ubres se secaron, quedó desnuda la insostenibilidad de la revolución de los humildes y para los humildes que a tanto primer secretario ha cebado. Insostenible porque el pueblo, en silencio pero inequívocamente, se resiste.
Durante 61 años el fidelismo ha reinado en la política, pero en la economía han ido siempre al retortero. Los agromercados, el cuentapropismo, las TRD, las tiendas MLC, el acceso a los hoteles, la tolerancia con las "mulas": nada de eso hubiese permitido el Gobierno si el pueblo no lo hubiese impuesto, oponiéndose a los deseos de "El Caballo" que se hizo amo.
Esta oposición no es coordinada, ni siquiera es consciente de sí misma. En la mayoría de los casos ha bastado el más profundo rechazo individual combustionando dentro de cada cubano que trabaja con desidia, que se ausenta o llega tarde, que miente al jefe o descuida al subordinado, que falsifica las estadísticas. Ese constante no me importa que se traduce precisamente, en no me importa la Revolución.
La fantasía de Fidel y Raúl era posible, ¿por qué no? Solo dependía de que los cubanos se hubiesen realmente sacrificado, se hubiesen implicado a conciencia, hubiesen sido, sencillamente, revolucionarios. Pero a la vista está que lo poco que hoy exhibe el ocaso-castrismo es feo, roto, decadente, sucio y sobre todo, mantenido por la fuerza de la represión, el engaño y la exclusión. Es decir, contra el pueblo, su opositor.
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