Cumplimos 39 años de Libertad. Por Félix José Hernández.
Foto: Marta & Félix José Hernández.
París, 31 de julio de 2020.
Querida Ofelia:
El 20 de mayo se cumplieron 118 años de la proclamación de La República de Cuba. Para algunos era mediatizada, para otros corrompida, para otros muchos paradisíaca, pero con todos sus defectos se puede afirmar que todo no era tan negro como dicen algunos ni tampoco tan puro como cuentan otros. Winston Churchill dijo “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, y yo comparto plenamente su opinión.
A veces parece que fue ayer cuando tomamos aquel avión de Iberia en San Cristóbal de La Habana rumbo a la capital de nuestra Madre Patria. Fue el 21 de mayo de 1981, hace 39 años.
Recuerdo que dejé en casa a Mario, el primo médico de mi esposa (en aquel momento en vías de apestarse gracias a sus vínculos familiares con sus padres y hermanos “escorias” que estaban ya a salvo) y a Lolita, mi amiga y colega de la E.S.B. Mártires de Humboldt 7.
Ellos se quedaron con mi madre mientras que mi padre iba a la piquera del Hospital de Emergencias --más conocido como el Matadero Municipal--, para buscar un taxi que nos llevara al aeropuerto de Boyeros.
La casa estaba cerrada y no se le abría a nadie salvo que diera los tres toques, como en las películas.
Llegó el taxi, salimos corriendo para que no nos viera alguien, sobre todo el compañero Arranz, que nos vigilaba desde la acera de enfrente, detrás de la reja de su cuarto, el que estaba en línea recta con la sala de mi casa. O por si acaso, el compañero comandante Miguel Ángel Down o su querida hermana Fina, los que nos vigilaban desde la “torre de control” que era su ventana del segundo piso del inmueble frente a mi casa.
El peor de todos, el que nos había prometido un buen mitin de repudio y una buena monda para que nos acordáramos por siempre de la intransigencia revolucionaria de los "heroicos compañeros" del Comité de Defensa de la Revolución Leopoldito Martínez, era el compañero Ramón Vázquez. Gracias a Dios logramos escaparnos aquel día sin repudio ni monda.
Al aeropuerto nos acompañaron Magdalena mi cuñada, que ya era considerada “escoria” y mi padre. Esta fuga nos impidió despedirnos como se debe de amigos y familiares, a los que visitamos como si no fuera la cosa, en la semana precedente al gran vuelo. Incluso recuerdo que mi tío Renato llegó por casualidad a casa y tocó cuando ya estábamos a punto de irnos, mi padre que venía en el taxi se agachó y le dijo al taxista que continuara y le diera la vuelta a la manzana. Después nos esperó en la esquina de Zanja y Soledad hasta que Renato pasó por al lado de él y como mi padre se había agachado en su interior no lo vio. Todo esto para que nadie se enterara de que nos íbamos ese día.
Incluso la noche anterior habíamos ido a visitar a Celita y a Juan que ya eran también “escorias” y a los padrinos de mi hijo, Cuca y Ñico, “escorias” también. Hoy 39 años después me doy cuenta de que mi casa era una casa rodeada de “escorias” por todas partes.
Todos lograron escapar del régimen y viven en Tierras de Libertad, salvo Lolita, que es la única que no ha logrado salir de Cuba. Todas esas “escorias” se convirtieron en mariposas de la Comunidad Cubana en el extranjero o mejor dicho: Cubanos de Ultramar, como los calificara en una entrevista para el periódico español El País, el compañero caído en desgracia, Robaina.
Aquellas seis horas que tuve que pasar en la aduana fueron interminables, mi hijo de 5 años tenía sed y cuando le pedí un vaso de agua a una compañera camarera me respondió : "pa’utede lo gusano no hay na". Lo llevé al lavabo del servicio y allí le di agua en mi mano. En aquel momento juré que siempre tomaría agua de botella y así lo he hecho, llevo todos estos años tomando Evian y Perrier.
En cierto momento vi de lejos al compañero Del Busto, la eminencia gris de aquella época de Cubatur y me fui a esconder al servicio hasta que como un cuarto de hora después mi esposa me tocó la puerta para decirme que ya había salido de la aduana.
Cuando le hago estos cuentos a mis amigos franceses me dicen que yo estaba en una etapa paranoica y, es que ellos no saben lo que es vivir allá, en una isla llena de compañeros o de supuestos compañeros por todas partes. Yo les cuento como el compañero responsable de vigilancia, Ramón Vázquez, micrófono en mano exhortaba a las masas del heroico C.D.R. para que no saludaran a las “escorias” de la cuadra.
Como la escuela en la que yo trabajaba estaba a seis manzanas de mi hogar, los adolescentes de mi barrio, muchos habían sido alumnos míos y ahora no debían saludarme. La hija de la infinitamente revolucionaria, la compañera Fina Down, la de la infinita lengua, me viraba la cara cuando me veía. Hoy día vive en Miami.
Otro personaje era Evelio, vivía al lado de mi casa, pasaba mirándose la punta de los pies por tal de no mirar hacia la sala por la reja siempre abierta (como había sido hasta la víspera su costumbre), para conversar un poco con mi madre. Ella que siempre estaba allí sentada haciendo flores de papel, puso una cortina de apenas unos centímetros de ancho para que el pobre Evelio pudiera pasar con la cabeza alta.
Otro vecino a cuyo teléfono me llamaban mis amigos, el señor Lombardo, repentinamente cambió el número, para que yo no entrara más a su casa y de esa manera, él y su familia no correrían el riesgo de contaminarse. Pero no todos cedieron ante las presiones o el miedo, continuaron dirigiéndome la palabra y viniendo a mi casa gentes nobles como la inolvidable Mita y su esposo el Dr. Moreno; Esther Vergara, cuyo sentido del humor siempre fue extraordinario. Cada vez que nos veía con una carpeta debajo del brazo, haciendo las innumerables gestiones para obtener el permiso de salida durante aquellos inolvidables 11 meses, nos decía: “cualquier día me levanto y me dicen que ustedes se fueron”. Y así fue.
Otro personaje alto en color fue Cuca, la que tenía el valor de criticar al Coma-Andante en Jefe y a su régimen a voz en cuello en la puerta de su edificio Las Dos Niñas, ¿Por qué se llamaría así ese inmueble? Ella siguió hablándonos como su hermana Regina y la madre de ambas Nieves, ésta última me ofreció su teléfono y pude seguir comunicado con el mundo para recibir llamadas. Pero para hacer mis gestiones con: España, Venezuela, Francia, Italia y los EE.UU., tenía que pasar las noches metiendo el dedo, como se decía, por el disco giratorio de aquellos teléfonos negros, en casa de mis compadres.
Mis colegas de la E.S.B. Humboldt 7, como le decíamos a la escuela, me guiñaban un ojo cuando me veían en la calle, incluso una me tiró por el brazo y me metió detrás de la puerta de una escalera en Belascoaín para que nadie la viera saludarme. Solo hubo tres excepciones, las de las compañeras Berta Espinoza, Mildret Miró y Orquídea Campos. ¡Qué diferentes a mi colega Nery Moya, mi Amiga del Alma! Mis exalumnos cuando me veían me saludaban, me felicitaban y me pedían que cuando me fuera les reclamara.
En mi acera vivía Raquelita, ex alumna; ella como su hermano, me saludaban al doblar de la esquina pero jamás en mi acera, pues allí estaba el Ojo de Orwell. Su abuela vino a hablarme para pedirme disculpas y comprensión para sus nietos. Esa fue la Cuba que yo dejé atrás un 21 de mayo de 1981.
Mi esposa fue llamada a la oficina del jefe de personal del Ten Cent de la calle Galiano pues nuestro “heroico” Comité de Defensa de la Revolución había llamado por teléfono para informar que ella era “escoria”. Lógicamente, mi esposa negó todo y el jefe convencido la dejó volver a su puesto de trabajo, que era la llamada Fuente de Soda, pero ella lo que hizo fue salir corriendo por toda la calle San Rafael para nuestra casa, adonde llegó aún con el uniforme blanco. Inmediatamente mi padre fue a devolverlo, pues quizás la podrían acusar de robo. Pero su ropa no pudo recuperarla del vestuario, seguramente alguna compañera la había robado.
Esa misma tarde al llegar a buscar a mi hijo al Círculo Infantil, como llaman en la Perla de las Antillas a las guarderías, la compañera directora, que hasta el día anterior había sido muy amable, me dijo que el niño era expulsado pues sus padres eran “escorias” y el Círculo era sólo para niños revolucionarios.
Gracias a Dios el niño ni se dio cuenta y nos fuimos a la cremería del Yang Tse de la calle 23 a tomarnos unos cremosos helados. Allí me encontré con mi primo Lazarito y el tema de la conversación fue el caso de Luis Valdés, nuestro primo que en ese momento estaba con su familia en el interior de la Embajada del Perú en La Habana, solicitando asilo en unión de otros 10 800 cubanos. Pero Lazarito no criticó, simplemente trataba de comprender lo que pasaba. Creo que ya debe de haber comprendido.
Cuando el avión despegó vi las palmeras reales y al poco tiempo un mar color turquesa espléndido. Volví a ver las palmeras reales de nuevo diez años después en los jardines del Museo Nacional del Cairo y un color de mar así en la Gruta Azul de la isla de Capri.
¡Cómo han pasado cosas en estos 39 años! Si Dios quiere, pensamos ir a los EE.UU. para las Navidades, para volver a ver y platicar con tantos amigos y familiares que residen allí.
El balance es muy positivo, hemos ascendido en la escala social hasta donde nunca hubiéramos podido imaginar. Hemos recorrido 79 países y llevamos una intensa vida cultural aquí en París. Nuestro hijo, su esposa y nuestros dos nietos nos procuran gran felicidad.
Los dos momentos más difíciles han sido el fallecimiento de mis amados padres en La Habana, sin poder estar junto a ellos en los últimos momentos. Por lo tanto te puedo asegurar que el exilio, aún en el mejor de los casos, es una pena muy difícil de soportar.
El gran Víctor Hugo, desde el exilio escribió: La liberté! La liberté! Sauvons la liberté, la liberté sauve le reste. (¡La libertad! ¡La libertad! Salvemos la libertad, la libertad salva lo demás.)
Te quiere siempre,
marcelo.valdes@wanadoo.fr
Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro “Memorias de Exilio”. 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019. ISBN: 978-2-312-06902-9. |