Derrumbes y desalojos, más espacio para hoteles Por Ernesto Pérez Chang Cubanet 5 de febrero de 2020
Derrumbe en Centro Habana. (foto de archivo)
Hay en Cuba más de una ciudad que se cae a pedazos y más de una “parcela de interés” por desalojar ya sea por la fuerza o por la indiferencia gubernamental
LA HABANA, Cuba. – Pocas horas después de la muerte de tres niñas por el desplome de un balcón en La Habana, el régimen firmó una orden de desalojo contra los vecinos de un barrio de ilegales en Matanzas, cercano a Boca de Camarioca, un área con potencial turístico como lo son todos los terrenos del litoral norte entre la capital y el balneario de Varadero.
Parecieran dos eventos en nada relacionados pero los términos “desalojo” e “inversión turística” no solo los une sino que los define en su evidente perversidad.
En Boca de Camarioca, de acuerdo con algunos reportes de prensa, la policía ha derribado las casas incluso con sus moradores dentro.
No les han dado oportunidad para sacar sus cosas y las autoridades no han escuchado los reclamos de esa pobre gente para la que levantar una choza supone enormes sacrificios y grandes dosis de desesperación, en una Cuba donde lograr tener una vivienda totalmente propia hace décadas fue convertido por el Partido Comunista en privilegio de unos pocos.
Pero apropiarse de los terrenos del litoral norte del occidente cubano, o sus parcelas (para hablar en la jerga de la Cartera de Oportunidades de la Cámara de Comercio de Cuba), no requiere de más artimañas que el uso de la fuerza o el inventarse programas urgentes de tinte ecologista para justificar los desplazamientos, aunque más tarde se descubra que, detrás de todo el asunto, están las intenciones poco amigables con el medio ambiente de una inmobiliaria extranjera.
Pasó hace unos cinco años en playa La Veneciana, en las cercanías de Guanabo, bajo el argumento de “rescatar” la duna. Los habitantes fueron obligados a irse bajo distintas amenazas, aun cuando delante de ellos las constructoras instalaban tuberías de gas y electricidad con el propósito futuro de construir allí mismo uno de los tantos campos de golf proyectados en los “planes de desarrollo” hasta el 2030.
Pasó, además, en Tarará, cuando toda una comunidad primero fue acorralada y después expropiada con el fin de construir un campamento de adoctrinamiento ideológico obligatorio para niños en edad escolar.
Menos alejadas en el tiempo están las protestas de los habitantes de Isla Sur, a la entrada de Varadero, que llegaron a las redes sociales cuando decena de personas, algunas de ellas ancianas, fueron amenazadas para que dejaran sus casas y así poder comenzar la construcción de un parque acuático.
Las dimensiones que pudo alcanzar tal escándalo en medio del proceso de “acercamiento” entre Raúl Castro y Barack Obama, evitó que se llegara a la tragedia pero la orden de desalojo por la fuerza ya había sido emitida y hasta la documentación legal de las casas “oportunamente” se había extraviado en los registros oficiales, incluso se dispuso que Varadero fuese rápidamente convertida en localidad del municipio Cárdenas para de esa forma poder desplazar a los habitantes de Isla Sur hacia repartos interiores, lejos de las zonas de interés turístico.
La muerte de las tres niñas pareciera un tema traído por los pelos a esta nota pero sucede que estaríamos muy equivocados si no relacionamos tal crimen (porque lo es, sin dudas) con la peculiaridad de la política de desplazamientos que ha aplicado el régimen comunista en aquellas zonas de La Habana que le interesan con fines de la inversión extranjera.
Los procesos de restauración del Casco Histórico de La Habana han traído emparejado el desalojo de cerca de la mitad de los habitantes de esa zona, y el método preferido para lograrlo no fueron los bulldozers y policías echando abajo las casas sino dejarle al abandono cotidiano que hiciera lo suyo.
El mejor ejemplo fue el de la Plaza Vieja en los años 90. En las cercanías de los edificios en peores condiciones, donde los vecinos se resistían a mudarse a otros municipios de La Habana, se iniciaron labores de demolición en construcciones aledañas, ya desalojadas, con la finalidad de molestar e incluso acelerar el deterioro de las viviendas colindantes.
Algo similar sucede hoy con las pocas viviendas que aún ocupan la manzana del cine Payret.
Pero hay miles de testimonios más en redes sociales, pues la prensa extranjera pareciera estar obligada a ignorar el tema.
Por su parte, la prensa independiente probablemente reporte más de un caso por día, llegándose a denunciar situaciones de edificios multifamiliares a los que se les retiraron los servicios de gas, agua y electricidad como métodos de presión contra los moradores, convirtiéndose este procedimiento típico de mafiosos en una táctica extendida.
El edificio FOCSA, en el Vedado, puede ser un ejemplo de esa práctica de molestar, acosar, acorralar e intimidar para que los vecinos abandonen un lugar por “cansancio”. Los pocos propietarios que quedaron allí cuando se hicieron las reparaciones en esa emblemática construcción hace ya casi una década, debieron soportar miles de atropellos tan solo porque el gobierno no encontraba otro modo de decirles “no quiero que vivan aquí”.
Al edificio donde hoy está la sede de la compañía de baile de Lizt Alfonso, en la calle Compostela, jamás fueron retornadas las familias que se vieron obligadas a huir de allí ya por el acoso policial, ya por peligro de morir aplastadas entre los escombros.
Pudiéramos de ese modo intuir que existe un patrón de total intencionalidad en todas estas historias de abandonos, desalojos, “restauraciones” y tragedias que no admite ingenuidades por parte de nosotros, todos los cubanos que estamos en peligro de ser víctimas potenciales.
Todos pudimos morir aplastados bajo ese balcón y todavía nadie puede considerarse fuera de peligro.
Hay en Cuba más de una ciudad que se cae a pedazos y más de una “parcela de interés” por desalojar ya sea a la fuerza o mediante la indiferencia de quienes gobiernan.
Hace apenas unas semanas, antes del fatídico suceso donde perdieron la vida las niñas María Karla, Lisnavy y Rocío, Miguel Díaz-Canel anunciaba la intención de restaurar Centro Habana igual que hicieron antes con la Habana Vieja. No sé cómo lo harán cuando la realidad es que ni siquiera hubo los recursos mínimos para, a tiempo, echar abajo un balcón deteriorado o para colocar un letrero de advertencia.
La frialdad de las notas sobre la tragedia en la prensa oficialista, así como el poco interés en el asunto mostrado por el régimen, llevan a pensar que vendrán más derrumbes y con ellos más desalojos silenciosos, haciéndoles espacio a los hoteles que rodean ese Capitolio al que no le hacía falta para nada una cubierta de oro, tan ridícula. Una ofensa grosera para quienes en Cuba ni siquiera pueden soñar con un techo de guano.
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