A LOS CABALLOS NO LOS MATAN LOS LATIGAZOS NI EL TRABAJO DURO: LOS MATAN LOS BRAZOS CRUZADOS Texto y foto: Henry Constantín La Hora de Cuba en Facebook 7 de enero de 2020
Flaco, viejo, con una pata sangrando y otra sin herradura, acaba de caer al suelo este caballo, al terminar su enésimo viaje de la mañana. Se desplomó sobre los adoquines de la piquera de La Borla, en la ciudad de Camagüey. (¿Cuándo los funcionarios que trazan las normas descubrirán que los caballos resbalan más sobre los adoquines y, por lo tanto, sus rutas no debieran cruzarlos?)
A cuarenta metros está la poco útil oficina de la DIS, la Dirección de Inspección y Supervisión, cuyos ajetreados funcionarios no se asomaron ni a saber qué pasaba, puede que ocupados en pedirles los papeles a los vendedores de limones de Santa Rosa o en amagarle multas a cambio de sobornos a las cafeterías particulares de los alrededores.
Es el segundo drama de un caballo que veo en dos días. Ayer por la mañana, iba montado en un coche (no debí hacerlo, lo confieso), y todo bien, hasta que el caballo, en una loma, no supo, no quiso, o no pudo seguir avanzando. El cochero entonces bajó a empujarlo. Algunos pasajeros nos brindamos a bajar también. “No, tranquilos, no hace falta”, dijo y volvió a empujar. El caballo no avanzó, el hombre sacó el látigo, y automáticamente le aplicó la serie más rabiosa de latigazos a un ser vivo que he visto en mi vida. Tres, dados con toda la fuerza del mundo, con la misma fuerza que se reprime y traga cuando un policía o un inspector le aplican una multa abusiva –porque tenía cara de ser de los que desahogan con los caballos toda la bravura que se les acobarda frente al estado. Solo pudo dar tres porque protesté y me lancé del coche. Otras personas protestaron también. Pagué la parte recorrida del trayecto y seguí a pie con mi familia, a seis cuadras del destino final del coche. Pero más nadie se bajó: a todos los demás les pareció lo más normal del mundo hacer esas seis cuadras montados en un carretón guiado por un abusador violento, y tirados por un caballo que, como la naturaleza no dotó con lágrimas, no tenía manera de demostrar el dolor de los tres latigazos que acababa de recibir.
A lo mejor ese es el problema: estamos acostumbrados a vivir en un país guiado por abusadores violentos con pasajeros que no reaccionan a los golpes ajenos y muchas veces, ni a los propios. El drama de los caballos es un efecto más del drama nacional. No sé por qué me asombro. Cuba, en el fondo, todavía se parece demasiado a ese carretón.
Por suerte, el caballo caído pudo levantarse. Hoy no fue su día para morir. Pero, si todo sigue igual, será pronto.
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