LA UNEAC, SU CONGRESO Y LOS PAPELAZOS DE DÍAZ-CANEL (Parte No. I) Por el Doctor Alberto Roteta Dorado.
Santa Cruz de Tenerife, España.- En enero de 1891, José Martí, el hombre continental, y sin duda, la figura más emblemática de la nación cubana, publicó uno de sus más colosales ensayos políticos. Me refiero a “Nuestra América”, que se dio a conocer primero en la Revista Ilustrada de Nueva York, y luego en El Partido Liberal, en México.
Lamentablemente dicho escrito hoy solo se recuerda mediante la evocación de alguna que otra frase, lo que se hace de manera descontextualizada, y casi siempre con el pretexto de utilizar la sabia palabra del también considerado Apóstol y Maestro de manera premeditada y con alevosía para manipular a multitudes desconocedoras de la verdadera esencia de su pensamiento. La frase más difundida y utilizada con tales fines es “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, la que se ha convertido en un estandarte de los comunistas cubanos, quienes pretenden legitimar sus terribles acciones acudiendo a la sabiduría martiana. La sobreutilización de citas de José Martí, además de ser perjudicial para la imagen del más grande y universal de los cubanos, toda vez que inmediatamente se le relaciona con las fechorías del régimen castrista, distorsiona un tanto la realidad de su mensaje una vez que se ha sacado de su contexto histórico. Pero dejando a un lado el análisis de la manipulación del pensamiento del Apóstol -lo que nos da para un extenso libro de texto, cuyo contenido resulta imposible sintetizar en un trabajo de este tipo-, veamos el porqué acudo a la conocida frase del ensayo “Nuestra América”. El sabio cubano se refiere a la importancia del intelecto y a la necesaria fuerza del pensamiento en cualquier movimiento revolucionario que pretenda alzarse con la intención de transformar su realidad. Esto es, de nada valen las armas y la fuerza arrolladora de las masas -trincheras de piedra- sin una guía intelectual capaz de sustentar sus acciones -trinchera de ideas. Por estos días en el ambiente intelectual de Cuba vuelve a ser noticia los “debates” de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), institución, que como todos saben, “acoge” a los artistas, escritores y creadores de la isla, y que cuenta con un historial ya bastante extenso, casi en correspondencia con la antigüedad de la llamada revolución cubana. Recordemos que fue fundada en 1961, a dos años de que Fidel Castro se posesionara en el poder de la nación cubana por la eternidad, y que desde sus tiempos iniciales al mando del poeta comunista Nicolás Guillén ya tenía trazados sus planes en relación con lo que se podía o no hacer y decir. Una de las prioridades del dictador Fidel Castro en aquellos convulsos años iniciales de su revolución (porque fue suya y de nadie más) fue la creación de una entidad que sirviera para frenar o ensalzar la creación y la expresión artística. Se obstaculiza mediante la UNEAC todo aquello que esté fuera de la revolución, y se promueve hasta el cansancio todo aquello que esté dentro de los rígidos cánones de la revolución. La calidad y la autenticidad creadora quedan en un segundo plano ante la primacía de estar al lado del castrismo, o al menos fingir que se está del lado del castrismo. Se cumple así la sentencia castrista de que “dentro de la Revolución todo; contra la revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos”, la célebre frase de corte fascista inspirada en el ideal de Benito Mussolini,* y que fuera pronunciada por el dictador cubano durante su histórico encuentro con la intelectualidad cubana de los años sesenta en la Biblioteca Nacional José Martí. Para poder comprender el motivo por el que Fidel Castro dedicó largas horas de su agenda a debatir con los intelectuales cubanos de los inicios de los sesenta, y a dar las órdenes precisas para la creación de un organismo omniabarcador como la UNEAC, es necesario acudir a la citada frase de José Martí, esto es: “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”. Y es que a Fidel Castro se le puede señalar cualquier cosa monstruosa; pero nadie puede poner en duda su astucia, aunque esta, lamentablemente, la puso al servicio del mal en lo que pudiera ser una evocación al gran conflicto Fausto vs. Mefistófeles, del eminente escritor y pensador alemán Goethe. Foto debajo: La célebre frase del dictador Fidel Castro “dentro de la Revolución todo contra la revolución nada”, se ha puesto muy de moda por estos días en que los escritores y artistas cubanos celebraron el IX Congreso de la UNEAC. Esta vez retomada muy a su manera, aunque siguiendo los rígidos cánones castristas, el actual mandatario de Cuba, Miguel Díaz-Canel, pretendió retocarla un poco. No obstante, las limitaciones y censuras hacia la libertad creadora de los artistas seguirán.
Castro conocía de la supremacía de los ideales de los hombres, aún por encima de su propio accionar. De ahí que supo cómo crear los mecanismos diabólicos encaminados a ejercer el control absoluto de aquellos que representan la vanguardia del pensamiento, los que, sin duda, son los generadores de todos los procesos insurreccionales y revolucionarios de la historia. Recordemos el caso concreto de la Revolución Francesa de 1789, la que tuvo sus precedentes impulsores en las brillantes ideas del Iluminismo Francés como tendencia o movimiento filosófico de vanguardia de su tiempo. Con la creación de la UNEAC se daba el primer paso para establecer normas, directrices, paradigmas y estatutos acerca de lo que se podía o no hacer, decir, representar y ejecutar. La obra de grandes intelectuales que no estaban al lado de la revolución quedó engavetada en una larga espera hasta tanto ser sepultada en el olvido. Tuvieron que pasar varias décadas para que los poemarios y la ejemplar novela Jardín, de Dulce María Loynaz; los singulares cuentos y obras teatrales de Virgilio Piñera, aquel intelectual que entró en pánico cuando el monstruoso comandante se dirigió a los intelectuales en la Biblioteca Nacional en 1961; o la enigmática novela Paradiso, de José Lezama Lima; sin que olvidemos la extraordinaria biografía de José Martí escrita por el olvidado filósofo cubano Jorge Mañach, fueran editados en su propia patria, por solo citar los casos de los más prominentes escritores, aunque con retraso y a regañadientes. Otros ni siquiera eso: nunca publicados, como Guillermo Cabrera Infante o Gastón Baquero. Si esto se hizo con los grandes, incluida Dulce María Loynaz, galardonada en España con el premio Cervantes de las Letras Hispanas, qué se puede esperar que ocurra con los jóvenes artistas, siempre henchidos de ideas novedosas muchas veces incomprensibles para los que nos formamos en otros tiempos y tenemos una percepción de la vida un tanto distinta y distante de la suya. Muy sencillo, se les marginó hasta el cansancio, se les subestimó hasta llevarlos al ostracismo, excepto que demostraran su fidelidad a una revolución que dejó de serlo hace mucho tiempo, amén de ser adoradores incansables de las consideradas figuras históricas de la revolución cubana. El reciente congreso de la UNEAC, en el cual tuvo lugar un cambio de su anquilosada y anticuada directiva, constituye un vivo ejemplo de lo que es capaz de hacer un régimen dictatorial y autoritario cuando sabe del fin de su existencia. La sustitución de Miguel Barnet, el presidente vitalicio de la organización oficialista por el funcionario comunista Luis Morlote, el 30 de junio, durante la última sesión del IX congreso de dicha entidad, es una reafirmación de que bajo las garras del comunismo todo es posible, y la “elección” de alguien que jamás se ha destacado como creador, artista o intelectual, aunque si como dirigente partidista y fiel soldado de la revolución cubana, así lo demuestra. Miguel Barnet, si bien muy poco aportó a la literatura cubana, excepto su singular Biografía de un Cimarrón, y tal vez, Canción de Rachel, que en sí se le recuerda por el hecho de haber sido utilizado parte de su contenido a modo de versión cinematográfica para La Bella de la Alhambra, o la extraordinaria interpretación de su canción tema a cargo del gran cantante Miguel Ángel Piña, más que por la obra literaria en sí, al menos es un intelectual que se preocupó además -sobre todo en su juventud y antes de entregarse en cuerpo y alma como cuadro dirigente y partidista- por las investigaciones folclóricas y etnográficas. Como también lo fue el poeta Nicolás Guillén, el también eterno presidente fundador de la entidad, quien independientemente de su radical postura izquierdista, fue reconocido como un notable escritor mucho antes de sus andanzas comunistas. Su extraordinaria poesía de amor con un lugar ganado dentro de las letras hispanoamericanas del presente, así como sus encomiables elegías, en las que demuestra ser un experto en el dominio del estilo, así lo demuestran.
No obstante, Luis Morlote no ha aportado absolutamente nada como creador para representar a una organización que dice alentar la actividad creadora de los artistas cubanos, y este hecho demuestra la decadencia total de un régimen que intenta asegurar el poder absoluto de todo, pero sobre todas las cosas de esas trincheras de ideas a las que se refirió José Martí en “Nuestra América”. El régimen cubano siente más temor de la posible influencia de la intelectualidad en el pensamiento de las masas que de una verdadera insurrección popular armada, con lo que se ratifica la colosal enseñanza martiana de que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”. De lo contrario, ¿cómo se justifica la presencia supervisora del propio presidente no elegido Miguel Díaz-Canel, del ignorante anciano dirigente Esteban Lazo, actual presidente de la Asamblea Nacional, del Ministro de Cultura, Alpidio Alonso, y como siempre ocurre en estas tenidas, de Víctor Gaute, el jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista, único reconocido de forma oficial por la dictadura? En países democráticos con libertades de expresión y de pensamiento los intelectuales, artistas, historiadores, etc. se reúnen a debatir sus directrices de trabajo sin la presencia de toda una red controladora de sus destinos, toda vez que cuando hay libertad no se le teme a las trincheras de ideas; pero como no estamos ante un país democrático a pesar de que cierto personaje que ya no pertenece al reino de los vivos se dedicó a repetir, inmerso en sus acostumbrados delirios magalomaníacos, de que Cuba era la nación más democrática del mundo, entonces tiene que existir un control estricto de todo lo que se piensa, se dice y se ejecuta. Nada mejor que la presencia de toda la maquinaria burocrática controladora del Partido Comunista, de la Seguridad del Estado, del Ministerio del Interior, etc. para “asesorar” a otras tantas entidades en relación con el pensamiento -si es que sigue existiendo un pensamiento- como la Asociación Hermanos Saíz, Sociedad de Historiadores de Cuba, Unión de Periodistas de Cuba, y como es lógico, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cuyo último congreso recién concluyó en medio de un gran “debate”, mucho más político que intelectual.
*La frase del político y periodista fascista italiano Benito Mussolini (1883-1945) es: “El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”.
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