Venezuela, la guerra psicológica y la anulación del individuo. Por Alejandro Tur Valladares.
Cienfuegos. Cuba.- En la Guerra Psicológica los oponentes no se enfrentan frontalmente con ejércitos regulares, es aquella donde la pólvora o la metralla no tienen un rol protagónico, como si lo poseen la propaganda, la coacción, la asfixia económica, el espionaje cibernético, la anulación de símbolos y valores, la desinformación, el adoctrinamiento, el borrado de la memoria histórica, entre otros, orientado a direccionar conductas que posibiliten el control social, político, sin recurrir al uso de armas, o complementando su uso.
En Venezuela tiene lugar esta modalidad conocida también como Guerra sin Fusiles. Quienes adversan de Maduro padecen estas herramientas de ablandamiento y supresión individual.
Entre las armas desenvainadas por el chavismo – clásicas en la guerra psicológica– encontramos la instauración de una narrativa gestada desde medios informativos gubernamentales, que combinando la propaganda y la desinformación le hablan a la conciencia colectiva, contándole que los problemas que padece la población son provocados por un despiadado enemigo externo.
Imagen debajo: Los esfuerzos del Chavismo no se orientan hacia la exposición de este a la argumentación lógica, sino al bombardeo indiscriminado con mensajes subliminales (…) la realidad no es significativa en sí misma, lo es el modo en que la percibimos.
La usurpación consciente de la propiedad individual y nacional por el gobierno, resulta un mecanismo concebido para lograr el control social, siendo un fenómeno ampliamente documentado. Al ser despojado, el ser individual o colectivo comienza a depender para su subsistencia del Gobierno-Estado que a cambio le exige la adhesión. Programas como los Comités de Abastecimiento Local (CLAP), Gran Misión Vivienda, el Carnet de la Patria, entre otros, forman parte de esta estrategia de lucha.
Los esfuerzos del Chavismo buscando modelar el sentir, pensar y actuar de los gobernados, no se orientan hacia la exposición de este a la argumentación lógica, sino al bombardeo indiscriminado con mensajes subliminales, en busca de sembrar percepciones, de recrear un mundo ilusorio donde la realidad poco importa. Después de todo, la realidad no es significativa en sí misma, lo es el modo en que la percibimos.
Para conseguirlo se destinan cuotas importantes de dineros a contratar a los llamados think tank («tanque de pensamiento») o laboratorio de ideas, grupos de expertos dedicados a la investigación y construcción de respuestas a problemas planteados. No existe un campo del saber humano donde estos no tengan incidencia.
Entre ellos es muy común el uso de las técnicas de ingeniería social y psicología conductista con el propósito de descubrir patrones de comportamiento social y redireccionarlos.
¡Cuidado! no subestimar estas armas. Bajo hipnosis un individuo puede llegar a ver un elefante que no existe y creerlo real; bajo la exposición a las técnicas arribas enunciadas una persona puede estar padeciendo las peores de las experiencias y, no obstante, creerse el más afortunado de los mortales.
Queda claro que en la Guerra Psicológica el campo de batalla no es la plaza sitiada, son los medios de información, las academias, el barrio, los centros laborales, pero sobre todo las redes sociales. Como en el mundo real, en las redes existen jerarquías de mando, objetivos, estrategias, y es allí donde se decide la batalla entre la opresión y la libertad, es allí donde definimos nuestro destino. Quizás esta modalidad de Guerra no deje bajas físicas, pero no lo duden, es muy efectiva anulando el pensamiento crítico de los individuos.
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