Disposiciones administrativas hacen que los cubanos lean menos Por Orlando Freire Santana Cubanet 21 de diciembre de 2018
Se trata de medidas han restringido el acceso a la buena literatura, afectando tanto a lectores principiantes como a los ya iniciados en la materia.
LA HABANA, Cuba. – Hay consenso respecto al hecho de que cada vez las personas leen menos, sobre todo si se trata de textos en formato de papel. Ello despierta la preocupación de muchos especialistas, pues la supremacía de las nuevas tecnologías digitales, en buena medida, han terminado favoreciendo más el entretenimiento de banal que el consumo de literatura y el acceso a conocimientos a través de la red.
Por supuesto, Cuba no es ajena a esa tendencia, a pesar que de la propaganda oficialista se desata cada vez que llega el mes de febrero y se inaugura la Feria Internacional del Libro de La Habana. Entonces, se informa de elevadas cifras de asistencia del público a los pabellones y recintos expositivos de la Feria. Sin embargo, la realidad indica que muchas personas acuden a esos lugares como un modo de distracción –tampoco hay muchos sitios adonde acudir para pasear con la familia-, y no con el fin de adquirir libros.
Conscientes de la merma que ha experimentado el hábito de lectura en la Isla, las autoridades del ámbito cultural establecieron desde hace varios años un Programa Nacional por la Lectura, el cual involucra a bibliotecas públicas y escolares, al Instituto Cubano del Libro y a otras instancias del Ministerio de Cultura (MINCULT).
Precisamente, una de las ediciones más recientes del Noticiero Cultural de la Televisión Cubana estuvo dedicada a analizar la marcha del referido Programa. Después de coincidir en la complejidad del asunto, los especialistas estuvieron de acuerdo en el arduo trabajo que tienen por delante la familia, las bibliotecas y la sociedad en general en aras de que todas las personas, en especial las nuevas generaciones, se conviertan en lectores habituales.
Pero, como era lógico suponer, ninguno de los participantes en el Noticiero Cultural mencionó alguna de las medidas administrativas que han alejado de los libros a niños y adultos. A continuación, nos referiremos a tres de esas disposiciones.
La llegada a la dirección de la Biblioteca Nacional del historiador Eduardo Torres Cueva significó el cierre del Departamento Infantil-Juvenil de esa institución bajo el argumento de que las bibliotecas nacionales debían ser preferentemente para el uso de profesionales e investigadores. Por tal razón, se trasladó la colección de libros infantiles y juveniles para la Casa de Cultura del municipio de Plaza de la Revolución, un lugar más pequeño y con menos condiciones materiales para prestar el servicio. A la postre, muchos niños y jóvenes, con el consiguiente disgusto de padres y familiares, se han visto privados de las actividades y los libros que ofrecía la Biblioteca Nacional.
Por otra parte, la desidia y apatía de bibliotecarios y funcionarios llevó a la desaparición de los Clubes Minerva, surgidos en la Biblioteca Nacional en el año 1997, y luego extendidos por todas las bibliotecas provinciales del país. Mediante una asignación inicial en divisas por parte del MINCULT y una cuota módica en moneda nacional de los lectores, se pudieron adquirir importantes títulos de la literatura universal. Los lectores cubanos pudieron acceder a obras de Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, George Orwell, Isabel Allende, Carlos Fuentes y Camilo José Cela, entre otros. Por supuesto que los autores cubanos críticos del castrismo estaban prohibidos. En esa lista figuraban Rafael Rojas, Zoe Valdés, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Alberto Montaner y varios más.
Por último, es lastimoso observar que libros que debían ser los primeros en ser leídos por los lectores principiantes, se vendan únicamente en divisas, fuera del alcance del ciudadano de a pie. Pensamos en las novelas de Miguel de Carrión (Las honradas y Las impuras) y de Carlos Loveira (Generales y doctores y Juan Criollo). Son textos con pocas complejidades formales y con historias atractivas que atrapan enseguida a los lectores.
Como vemos, las autoridades culturales debían comenzar por una autocrítica a la hora de analizar el desdén de los cubanos hacia la lectura.
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