SIN FRONTERAS NO HAY NACIÓN. Por Alfredo M. Cepero Director de /La Nueva Nación/. Sígame en /Twitter/.
La inmigración es un privilegio que se obtiene respetando las leyes y siguiendo los procedimientos del país receptor. El derecho de aceptar o rechazar a un inmigrante es del país que otorga el privilegio.
Si damos crédito a la extrema izquierda norteamericana y a los gobernantes corruptos que se enriquecen matando de hambre a sus gobernados en sus respectivos países los Estados Unidos son una nación insensible a las miserias del resto del mundo. Los acusan de egoístas, imperialistas y explotadores que niegan a los extranjeros la prosperidad que disfrutan sus ciudadanos. Demandan nada menos que este país elimine sus fronteras y le de acogida a todo el que toque a sus puertas sin exigirle que se identifique antes de entrar. Exactamente lo que no hacen ellos en sus propios países ni en sus suntuosas mansiones.
Lo que exigen es una aberración legal y una renuncia por parte de Estados Unidos a los principios éticos plasmados en los documentos fundacionales de esta nación. Todos ellos construidos sobre la trilogía de filosofía judío cristiana, democracia política y república constitucional. Una renuncia de tal naturaleza equivaldría a una transformación tan radical que pondría en peligro la misma existencia de los Estados Unidos como nación líder del mundo. Porque un cambio demográfico apresurado e indiscriminado, con su correspondiente diversidad cultural y política, pondría en peligro la cohesión nacional norteamericana. Una cohesión no basada en razas sino en principios y valores compartidos. Pero una cohesión que es la piedra angular sobre la que descansa la grandeza de esta nación.
Los hombres y mujeres nacidos en este país y quienes hemos encontrado en él protección y abrigo no podemos permitir que esto suceda. Tenemos que confrontar a estos elementos disociadores, dentro y fuera de nuestro territorio, con el argumento incontrastable de que los Estados Unidos son una nación de leyes. Que sin respeto a esas leyes no hay fronteras, que sin fronteras no hay soberanía y que sin soberanía no hay nación. Las leyes no pueden ser aplicadas con falacias y sensiblerías sino respetando su contenido. Todos los demás argumentos histéricos y lágrimas de cocodrilos de Chuck Schumer y Nancy Pelosi son pura palabrería barata y demagogia politiquera de gente que carece de una agenda constructiva y cuyo único objetivo es ganar votos y aferrarse al poder.
Los extremistas del tema afirman que la inmigración es un derecho de los menesterosos del mundo y que los países ricos como los Estados Unidos están en la obligación de recibirlos. Una soberana mentira de proporciones galácticas. La inmigración es un privilegio que se obtiene respetando las leyes y siguiendo los procedimientos del país receptor. El derecho de aceptar o rechazar a un inmigrante es del país que otorga el privilegio. Irónicamente, los mismos que niegan ese derecho a los Estados Unidos lo reclaman para sus respectivos países. Ejemplo en cuestión, el México del bandolero Pancho Villa y de todos los bandoleros que le han seguido en el desgobierno del desdichado país.
Una ilustración de lo que acabo de decir. Por ejemplo, la Constitución Mexicana es altamente represiva de los extranjeros que entren o actúen de manera ilegal en el territorio nacional. El Artículo 38 concede la potestad al Secretario de Gobernación de suspender o prohibir la admisión de extranjeros sin necesidad de proceso judicial alguno. El Artículo 73 ordena a la policía local y federal cooperar con las autoridades de inmigración. El Artículo 116 impone multas y penas de prisión a extranjeros que falsifiquen documentos y el 118 condena a 10 años de privación de libertad al extranjero que regrese a México después de haber sido deportado. Con estos truenos, inmigrantes procedentes de todo el mundo prefieren invadir la frontera sur de los Estados Unidos antes que pedir asilo y sufrir cautiverio en el México xenofóbico del discurso mentiroso.
Desgraciadamente, la generosidad de los Estados Unidos ha contribuido a esta percepción errónea de sus leyes migratorias. Hasta hombres bien intencionados han caído en la trampa de poner la compasión humana por encima de la aplicación efectiva de la ley. Tal fue el caso del Presidente Ronald Reagan cuando en 1986 concedió una amnistía indiscriminada a 2.7 millones de inmigrantes ilegales. La misma fue otorgada con el compromiso paralelo de controlar las fronteras y castigar a los empleadores que dieran trabajo a inmigrantes ilegales. El problema con esa ley de 1986, según el Secretario de Justicia, Edwin Meese, fue que la amnistía entró en vigor en su totalidad mientras la aplicación de controles a la inmigración ilegal se perdió en el marasmo de la demagogia política.
Por suerte, Donald Trump tiene suficiente olfato político y experiencia negociadora para no caer en la misma trampa. Por eso insiste en una solución total al problema migratorio basada en cuatro pilares fundamentales. A decir, los fondos totales para la construcción del muro, la verificación de legalidad del empleado por los empleadores, la eliminación de la lotería de visas y la erradicación de la inmigración en cadena. A propósito del tema, James Jay Carafano, vice presidente de la Heritage Foundation ha declarado: "Las amnistían socavan la integridad de las fronteras, obstruyen la aplicación de las leyes migratorias y estimulan la inmigración ilegal. Toda solución parcial es autodestructiva". La política migratoria enunciada por Donald Trump está en total concordancia con este planteamiento y él ha jurado que no dará marcha atrás.
Pero no tengamos la menor duda de que los demócratas y la prensa de izquierda que los acompaña insistirán en describir esta política como inhumana y hasta vengativa, dos vicios de los que ellos son los más notorios ejemplos. Prueba al canto. En los últimos diez días los demócratas han denunciado como despiadada la política de Trump de separar a menores de edad de los adultos que cruzaron con ellos la frontera para utilizarlos como escudos con los cuales violar la ley. El presidente aplicó una política basada en leyes existentes y tan antiguas como las administraciones de Bush y de Obama. Nadie profirió queja alguna cuando las aplicó el Mesías admirador de la tiranía de Fidel y Raúl Castro. Cuando las aplica Trump se abren las puertas del infierno y comparan al presidente con el mismo diablo encarnado.
Veamos la contradicción. Muchos demócratas, principalmente los que tienen aspiraciones presidenciales en el 2020, cayeron en la cursilería de llorar por la separación de los niños de sus acompañantes adultos por un período de 20 días. Ninguno ofreció a adoptar a un solo niño. Pero el ridículo consiste en que ninguno se acordó de los 13 millones de niños norteamericanos separados de padres que cumplen condenas de prisión.
Peor aún, parecen totalmente indiferentes e insensibles al asesinato masivo de niños norteamericanos en el seno materno cuando apoyan y financian a la maquinaria diabólica de Planned Parenthood. Desde la desdichada decisión del Tribunal Supremo de Roe versus Wade, en enero de 1973, el aborto ha pasado de delito a derecho en los Estados Unidos. En 1970, se efectuaron 193,491 en los Estados Unidos. Con el fallo del Supremo se abrió el dique de un holocausto contra los no-natos que la izquierda defiende con uñas y dientes.
Para el 2014, el numero de aborto anuales en este país alcanzó la cifra alucinante de 652,639. Y en los 44 años entre ambas fechas se efectuaron un total de 45,151,389 abortos en los Estados Unidos. Para ponerlo en contexto, treinta y seis (36) veces el millón doscientos sesenta mil (1,260,000) soldados muertos en todas las guerras norteamericanas desde la Guerra de Independencia hasta la guerra de Vietnam. Si tuvieron la vergüenza que no tienen estos miserables se callarían la boca.
Cierro el tema con varias preguntas.
¿Cuántos millones de inmigrantes tienen que aceptar los EEUU para no ser calificados de racistas y xenofóbicos? Respuesta: Cualquier cantidad sería insuficiente para los promotores de fronteras abiertas.
¿Tiene alguna esperanza el Presidente Trump de recibir crédito por el éxito de sus políticas? Respuesta: Ninguna. Porque la meta de la izquierda desplazada del poder no es el bienestar colectivo de esta nación sino la destrucción de un presidente que ha puesto al descubierto su ineficiencia y que en vez de arrodillarse pelea.
¿Quiénes son los principales culpables de la miseria y la desesperanza que lanza a tantos seres humanos a arriesgarse a tantos peligros? Respuesta: No son los Estados Unidos ni Donald Trump. Son los gobernantes corruptos que mantienen a sus pueblos en la miseria y los padres que entregan a sus hijos a coyotes inescrupulosos con tal de ganar entrada a los Estados Unidos.
Esta es mi opinión sobre un tema que la mayoría maneja según sus intereses particulares y que lleva 40 años sin que nadie se ponga de acuerdo. Una opinión que no busca consenso ni aceptación general porque si los buscara no escribiría este artículo.
alfredocepero@bellsouth.net
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