¿Creen que somos tontos?. Por Marta M. Requeiro Dueñas.
Cuando comienzo a leer alguna noticia, referente a cualquier tema, sobre lo que está pasando en Cuba, me digo inmediatamente, antes de proseguir, solo habiendo leído el titular: ¡Esto va a ser lo mismo de siempre! Y, desgraciadamente, nunca me equivoco.
Mi madre me cuenta que, cuando yo era muy pequeña, apenas comenzando a hablar y a razonar, dije: “¡La cosa está que alde! No hay tioles, agló… ¡No hay nada…!” Tuvieron que mandarme a callar. Esa había sido mi reacción cuando escuché la conversación entre ella y una vecina que vino a comentarle sobre la situación difícil que, ya comenzando la década del sesenta, ella estaba enfrentando para poder adquirir frijoles y arroz y poder poner un plato de comida en su mesa. Fui en ese momento, cuando todavía no hablaba claro, que supieron que iba a ser capaz de expresarme con molestia ante lo que parecía injusto.
Luego me empecé a buscar problemas por tener la lengua “suelta”, o como alguien me dijera una vez: “tienes corto el cable del cerebro a la lengua”, refiriéndose a mi propensión a decir inmediatamente lo que pienso, actitud que me ha hecho incurrir en un sinnúmero de problemas. Pero es que no puedo dejar de enfurecerme cuando leo algo referente al tema político en Cuba y ver cómo los cubanos siguen dejando que jueguen con ellos, con su dignidad y hasta con su inteligencia. Ya a estas alturas y conociendo el “modus operandi” de los dirigentes aprovechadores e incapaces que gobiernan en la isla, realmente, me hierve la sangre.
No hay que ser adivino para saber que la situación en la isla es la misma para el ciudadano común desde que triunfó la Revolución. Que el pueblo se deja engañar con discursos prometedores de un paraíso que no llega, que queda obnubilado por los cantos de sirena de los políticos ineptos que se han hallado siempre en el poder, incapaces de sacar a los ciudadanos de la hedentina que los envuelve, el desgano y la desesperanza. No lo ve quien no quiere verlo. Lo aplaude y lo permite el que, de alguna manera se beneficia con la situación del desaventajado y del que carece de oportunidades para mejorar su calidad de vida porque en ellos, en ese puñado que está en la cúpula descansan y han descansado siempre los beneficios.
Todo esto viene a colación porque leí hace unos días que hay una posibilidad de cambiar la Constitución Cubana. ¡Qué bueno!, pensarán los que no han vivido en el verdadero monstruo y desconocen sus entrañas.
Lo realmente calamitoso del asunto es que el actual “presidente" (o títere-monigote) del Consejo de Estado y de Ministros, Miguel Diaz-Canel, propuso que fuera el archiconocido Raúl Castro el que efectuase la reforma constitucional cubana de la que tanto se habla en La Habana. Yo me imagino que Castro se le acercó a Diaz-Canel y le dijo: tienes que decir esto... Al ingenuo que todavía no sabe lo que va a suceder, le digo: Si esperas ver un cambio real en Cuba, si crees que la democracia se va a hacer cumplir, si crees que el pueblo dejará de ser indigno... ¡Siéntate hasta que llegue el momento!, porque estoy segura que te vas a cansar.
Sinceramente, si nunca se ha caracterizado de ser transparente el manto que envuelve a la escena política cubana porque, sabemos como es su actuar, ¿cómo vamos a creer que ahora todo será distinto? ¿Cómo vamos a creerles a esos dirigentes, a pensar que se enmendaron y que es cierto que trabajarán para que Cuba ahora viva una nueva y mejor etapa hacia el despertar de una nueva aurora?
Eso sabemos es otra patraña de los mismos de siempre. Que no se logrará jamás un cambio verdadero a menos que el único afectado, el pueblo, logre hacer un giro de 180 grados en su actuar. ¡Señores, dónde se ha visto que el presidente que sale tenga que dirigir al que entra! Eso no es lícito. ¡Hasta cuando!.
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