¡Y los muertos nos exigen, libertad!. Por Carlos Díaz Olivera.
El tema de la violencia de estado se remonta a los tiempos de la república, de escaramuzas post- república, hasta los gobiernos que, de una forma endeble mantuvieron las libertades cívicas contra viento, y más ventolera platanera que otra cosa, y que se convirtieron en gobiernos autoritarios manipulados por Machado, Batista, y por último, el tirano de tiranos, fruto de un soldado español "Rayadito", así llamado por los criollos de aquellos tiempos, quien combatió con fiel decisión a los mambises cimarrones y campesinos que junto a una intelectualidad y hombres de verbo y machete intentaban en la manigua poner fuera de combate a esos “rayaditos” y guerrilleros nacionales.
Ese tirano de tiranos nació en Birán, pequeño poblado de la antigua provincia de Oriente, Cuba, un pueblo convertido en feudo de aquel que otrora alzó las armas en contra de “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”. El tercer tirano y el peor de todos, que llevó a la tierra de los héroes pasados montados en corceles bravíos a través de llanos y maniguas, en montañas de riquezas llevadas a la ruina, a la miseria, y a la muerte, a la muerte lenta y miserable que solo genera dolor y rabia en un presente gris y sin futuro.
Distintas organizaciones y medios autorizados en la lucha contra esa fábrica de muerte y dolor que conforman la junta militar y dictatorial castrista, calculan que las víctimas del tirano de Birán pasan los 12 000 hombres, ya sea por muertes en las cárceles en circunstancias extrañas o fusilamientos, los que han sido negados por la actual junta militar y dictatorial castrista. Es posible que a través del tiempo se conozca más esa verdad que se encuentra soterrada en algún búnker escondido de cualquier mirada no deseada, pero no es menos cierto que el tiempo se desliza a velocidades vertiginosas, por lo que un día, más temprano que tarde, sabremos todos los detalles diabólicos de una dictadura que ha destruido a la mayor isla de las Antillas, y la sumió en un embrujamiento macabro.
Muchos hombres dejaron su sangre sobre la yerba sagrada de la tierra antillana, cual huella imborrable del sacrificio necesario de una patria inmolada por los tiranos de tiempos perdidos.
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