A través de la pequeña dimensión de una foto. Por Marta M. Requeiro Dueñas.
Las imágenes con las que nos topamos a diario acaparan nuestra atención y hacen que nuestras emociones se muevan como péndulo entre sentimientos antagónicos entre sí como la impotencia o la desilusión y el amor o la nostalgia. La del ataque terrorista ocurrido en el Paseo Las Ramblas en Barcelona, España. Una instantánea del vice presidente de Estados Unidos, Mike Pence, después de haberse reunido en Miami con líderes de la oposición al Gobierno de Maduro, u otra de la página web "Washington Examiner" donde aparece una explosión atómica para ilustrar el artículo sobre Corea del Norte y un supuesto ataque nuclear contra alguna parte del territorio estadounidense, nos hacen reconocer que vivimos momentos muy convulsos a nivel mundial a causa del fanatismo religioso y político.
Sin embargo hoy he visto en Facebook una foto de la calle donde crecí. Enseguida mi mente voló al pasado. Me embargó una mezcla de alegría, tristeza y añoranza que ligada a pequeños flash de recuerdos, hicieron que me preguntara: ¿Por qué tuve que irme de allí? Es sabido que la vida nos obliga a abandonar la casa de nuestros padres cuando ya somos adultos pero no a todos, y por problemas políticos, el país al que se pertenece.
Viendo la foto recordé a mi madre apoyada en la cerca de la casa, con la vista fija en la distancia, esperando mi regreso de la escuela y cómo mi anatomía cansada hacía el esfuerzo por vencer el último tramo de asfalto que restaba hasta el hogar; exhausta por el hambre, el sol y el cansancio. Sin haber atravesado el umbral de la acera para entrar a la casa, empezaban las preguntas: ¿Cómo te fue? ¿Qué hiciste hoy? ¿Qué te dijo la maestra del trabajo? ¿Por qué saliste tarde?... Y yo tenía que responder, con las pocas fuerzas que me quedaban. No necesitaba la respuesta de la primera para disparar las otras como fuego de ametralladora. Si pedía permiso para una fiesta estaba sometida a una incertidumbre incalculable hasta saber la respuesta que me daría al final y después del agudo cuestionamiento de siempre: ¿Con quién vas? ¿Quiénes van a estar?¿Dónde es? ¿Hasta qué hora?...
Viendo una simple foto podemos revivir un evento, recordar un olor, el clima de un día en particular, qué nos trajo un atardecer. Dar vida a lo que pasó, a lo que esta latente en la memoria. Si lo que se aprecia son personas juntas, sonriendo, abrazadas, vuelves a sentir la felicidad de ese momento que quedó plasmado en la instantánea. "Coloreamos" de forma inconsciente cada recuerdo, lo que somos, de qué estamos hechos, cuáles son nuestros principios. A través de lo que experimentamos ante una ilustración, repudiamos, criticamos, podemos enmendar o ser consecuentes con nuestra esencia.
Las imágenes que atesoramos en el computador, en una amarillenta cartulina o las que desfilan ante nuestros ojos proveniente de los medios de comunicación, acarrear sonidos, rostros, lugares y hechos imborrables. Una simple foto puede sacar una lágrima o dar tranquilidad. Pero más que nada he aprendido que hay un lugar en el que podemos ser enteramente felices aunque lo "maquillemos" para que luzca bello a pesar de todo lo que pudo faltar, fallar o suceder. En el que podemos estar a salvo de lo desagradable y protegidos por el amor de una madre, sin importar si nuestra posterior historia fue la mejor.
Podemos volver a la infancia despreocupada y feliz, refugiarnos ahí, siempre que queramos. A esos lugares, sentimientos y hechos se accede siempre a través de la pequeña dimensión de una foto.
luis_balboa02@yahoo.es
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