"La misión". Por Marta M. Requeiro Dueñas.
La palabra "misión" la escuché por primera vez de los labios de mi madre cuando decía la frase: ¡Dios mío, qué misión!; producto de los continuos "dolores de cabeza" que le daba mi inquieto actuar y como respuesta al llamado del vecino cuando la procuraba para quejarse por algo que yo había hecho.
Luego una cifra superior a los 300 mil cubanos la mencionaban cuando optaron "voluntariamente" por marchar al extranjero en misión internacionalista para ayudar a muchos pueblos en todos los confines del planeta.
Entre las misiones mas escuchadas estuvo la iniciada al producirse las agresiones militares extranjeras en la entonces recién constituida República Popular de Angola (Operación Carlota fue el nombre de la misma que empezó en 1975 y terminó en 1991) Y la de Etiopía que comenzó dos años más tarde de haber dado inicio la primera. Ambas enfocadas en colaborar con la desaparición del régimen del apartheid en Sudáfrica y el logro de la independencia de Namibia, en África.
Se dice que resultó decisiva la desinteresada ayuda de los combatientes internacionalistas cubanos pero si el que estuviera militarmente activo no iba, quedaba "marcado" de por vida como contrarrevolucionario y jamás sería alguien. Recuerdo por aquel entonces haber participar en el recibimiento que darían las organizaciones de masa a los caídos en Angola. A ambos lados de la vía Monumental colocaban al pueblo movilizado, agitando banderitas cubanas al viento, para ver pasar los carros militares con los féretros de los cubanos que habían hallado la muerte tras ese compromiso adquirido. Unos cuerpos ni siquiera venían completos, se rumoreaba.
Sé que los civiles que fueron enlistados para ir a tales misiones lo hicieron obligados por el hecho de estar en edad militar y/o pertenecer a las organizaciones políticas, persuasivas por excelencia, del país. No era el hecho de que de alguna forma tuvieran que cumplir una misión en la vida porque sus ideales se la dicten, ¡no! Era una misión obligada, un cambio brusco en sus planes de vida. Los que iban, en su mayoría jóvenes, lo hacían con ese salto en el estomago del que se lanza a lo desconocido. Cuando comenzaron a "captar" por mi barrio a los futuros combatientes internacionalistas para ir a Angola, les hacían llegar una citación que tenían que firmar personalmente, como constancia de haberla recibido, para presentarse en el anfiteatro de Alamar (ya ese solo hecho de firmar desquiciada a los involucrados y a sus familiares). Allá llegaban todos, y el discurso que les daban era tan bueno que a algunos se les hinchaba el pecho de orgullo y se lanzaban a estampar su rúbrica, adquiriendo el compromiso para ir al frente de batalla sin saber -como pasa cuando se va a la guerra- que era como jugar a la Ruleta rusa: no se sabía si al "apretar el gatillo" de su promesa encontrarían la bala que les arrebataría la vida.
Por eso hubo tantas familias marcadas por el dolor y la incertidumbre de una guerra que no sentían propia.
Sin aspirar ni obtener beneficio económico ni político alguno por el cumplimiento de esa tarea solidaria, solo, para algunos pocos, la satisfacción moral del deber cumplido.
Esas eran, las misiones internacionalistas, las más dolorosas aunque toda ellas encierran un dolor en sí porque siempre está implícita la separación de los seres queridos.
Las misiones en el extranjero en las que se ha visto involucrado el pueblo cubano no se limitaron a las ayudas en combates. Hoy, que se sepa, no existe presencia militar cubana en ningún país pero igualmente decenas de miles de especialistas civiles de diferentes campos del arte y las ciencias entre los que se encuentran médicos y otros profesionales de la salud, entrenadores deportivos, constructores, maestros y cuadros altamente calificados de las más diversas especialidades trabajan en numerosos países de América Latina y África.
Ahora sí, lo que asombra es que en la actualidad estos cubanos acepten dejar sus familias en la isla, separarse de sus esposos e hijos, para cumplir con el compromiso, ya no obligado si no prácticamente ¡suplicado!, de viajar a un lejano país para recibir un salario en dólares y aspirar a una mejor calidad de vida. Aunque, como pasa con todo cuando el gobierno cubano está de intermediario, los profesionales reciben un salario muy por debajo del que cobra el estado por cada uno de ellos en el país donde prestan servicios. Ejemplo, los médicos en Ecuador reciben por sus servicios el aproximado de 800 dólares al mes y el Gobierno de Cuba cobra por cada uno ellos, al Ministerio de Salud del Ecuador, un salario cercano a los 2.640 billetes verdes por cada profesional, o sea un 70% va para las arcas del Estado isleño, y solo un 30% para el profesional cubano. Otros buscan la forma de obtener por todos los medios el derecho de poder salir de misión para quedarse fuera, sin importar si el país es desarrollado o no, calculando que cualquier lugar es mejor para vivir y ayudar económicamente a su familia, o buscar la forma de sacarlos y rescatarlos de ese infierno de carencias y limitaciones en el que viven.
Concluyendo, nos podemos dar cuenta de lo involucrado que ha estado el pueblo cubano en distintas misiones, pero la más difícil de cumplir, la más actual y la que requiere mayor perseverancia, es la misión de la lucha para que -de una vez por todas- haya democracia, libertad de expresión, y cesen las encarcelaciones y muertes por asuntos políticos en la isla.
Una misión, ¡sí!, pero de unidad y amor, deberá comprometernos a todos para levantar de las ruinas el país que tanto amamos, y llegar a que se pueda convivir en él en armonía a pesar de las diferencias.
luis_balboa02@yahoo.es
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