El verdadero opio de los pueblos. Por el Dr. Alberto Roteta Dorado.
A propósito de las recientes afirmaciones del Papa Francisco sobre el pensamiento común entre cristianos y comunistas.
Fort Pierce. Estados Unidos. Las recientes declaraciones del Papa Francisco sobre la comunión de pensamiento entre comunistas y cristianos están causando cierta polémica entre los simpatizantes y detractores de ambas partes. Unos asombrados, otros contrariados y los más ortodoxos indignados.
Es cierto que los tiempos son otros, que hemos dejado atrás hace ya mucho tiempo a los recalcitrantes jóvenes bolcheviques del Komsomol leninista soviético y a sus mentores del PCUS; pero no podemos ir a los extremos y olvidar todo el daño causado por los que se declararon abiertamente adversarios de la iglesia.
Recordemos que en los tiempos iniciales del socialismo soviético y del resto de los países de la Europa Oriental, la religión fue proscrita, y como es lógico sus seguidores sometidos a una marginación extrema, algo que se mantuvo durante décadas. No obstante la fe cristiana, principalmente a través de la modalidad de la Iglesia Ortodoxa u Oriental logró sobrevivir, pues como dijera el sabio cubano José Martí (1853-1895): “La religión subsiste, a pesar de los que so pretexto de mantenerla, acarrean sobre ella los mayores conflictos. El hombre es eminentemente religioso”. (Martí, J. Obras Completas. T. 22. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1975. pp. 210)
La adopción de las tendencias marxistas por todos los países declarados socialistas durante la primera mitad del siglo pasado, dio lugar a una nueva perspectiva de ver el mundo. Karl Marx (1818-1883) propuso una interpretación materialista no solo del mundo, sino de la historia, lo que promovió a través de las modalidades del materialismo dialéctico y del materialismo histórico. Con estas “nuevas concepciones” -que no eran muy nuevas que digamos, por cuanto muchas de las ideas fueron asumidas de sus predecesores, a los que revisó desde una óptica de crítica renovadora- que rápidamente se difundieron por parte del mundo como resultado de la propaganda comunista, nacía el enfrentamiento entre la religión y los seguidores de Marx y Lenin, lo que ha prevalecido a través de los años, por cuanto, no es posible conciliar las interpretaciones diametralmente opuestas que dan por su lado los comunistas y por el suyo los religiosos. El idealismo y el materialismo jamás han logrado coincidir en sus propuestas.
De ahí que resulte sorprendente que el Sumo Pontífice declarara al diario italiano La República: “mi respuesta siempre ha sido que, en todo caso, son los comunistas los que piensan como los cristianos” (…) “Cristo habló de una sociedad donde los pobres, los débiles y los excluidos puedan decidir. El pueblo, los pobres que tienen fe en el Dios trascendente son los que tienen que ayudar a lograr la igualdad y la libertad”; pero esta no es la primera vez que el líder del catolicismo hace este tipo de afirmaciones. Hace solo dos años el diario italiano Il Messagero, publicó una entrevista en la que se le asoció al comunismo, a lo que respondió: “yo digo solo que los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del Evangelio. Los pobres están en el centro del Evangelio”.
Tal vez la pobreza esté en el centro del evangelio; pero indudablemente no está en el centro de la iglesia actual y mucho menos entre los comunistas. Las extraordinarias riquezas materiales que atesora el vaticano y las numerosas dependencias de este estado por todo el mundo, contradicen los conceptos de humildad, equidad y justicia predicados por aquel que se inmolara por la humanidad en los lejanos tiempos de la antigua Palestina.
Las plegarias, homilías, buenos pensamientos, declaraciones y documentos en pos de los pobres, desposeídos y marginados del mundo no son suficientes, y en el orden práctico, no resuelven las necesidades urgentes de estos grupos poblacionales, los que son, según las interpretaciones del Papa, el centro del evangelio.
Por su parte los escándalos de corrupción en que se han visto involucrados muchos de los líderes de tendencia socialista en el presente demuestran la distancia abismal entre los verdaderos intereses de los comunistas y la noble enseñanza del Cristo Redentor.
Si analizamos el conocido Sermón de la Montaña, que propone Mateo en su evangelio, nos daremos cuenta que el mensaje de Cristo no guarda relación alguna con los conceptos comunistas, y aunque resulta paradójico, ni con las tendencias actuales del cristianismo. El capítulo V del Evangelio de Mateo expone: “Bienaventurados los mansos o humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia o de ser justos y santos, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Ya sabéis que los defensores del comunismo ni ofrecen consuelo a nadie, ni están dispuestos a saciar la sed de justicia, ni a ser misericordiosos, ni son pacíficos. Su despotismo y cinismo los ha caracterizado a través de la historia, sus pretensiones expansionistas son indiscutibles, y de pureza de corazón y humildad es preferible no especular; el breve espacio de un escrito de esta naturaleza no nos alcanzaría para demostrar que en realidad son la antítesis del mensaje cristiano desde la óptica del Sermón de la Montaña.
En este documento Pío XI hace una defensa de las doctrinas de la iglesia y se proyecta contra el amenazante sistema comunista al afirmar: “no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieran salvar de la ruina a la civilización cristiana”. Según el Sumo Pontífice de aquel momento, el comunismo es “intrínsecamente perverso” (…) “pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana”.
Con un sentido visionario fue capaz de alertar no solo a los seguidores de la fe cristiana, sino a toda la humanidad, de los posibles daños que el comunismo podría ocasionar, lo que sabiamente expuso en el citado documento: “Viendo el deseo de paz que tienen todos los hombres, los jefes del comunismo aparentan ser los más celosos defensores y propagandistas del movimiento por la paz mundial; pero, al mismo tiempo, por una parte, excitan a los pueblos a la lucha civil para suprimir las clases sociales, lucha que hace correr ríos de sangre, y, por otra parte, sintiendo que su paz interna carece de garantías sólidas, recurren a un acopio ilimitado de armamentos. De la misma manera, con diversos nombres que carecen de todo significado comunista, fundan asociaciones y publican periódicos cuya única finalidad es la de hacer posible la penetración de sus ideas en medios sociales que de otro modo no les serian fácilmente accesibles; más todavía, procuran infiltrarse insensiblemente hasta en las mismas asociaciones abiertamente católicas o religiosas”
Hacia 1843 Karl Marx (1818-1883), el teórico alemán, publicaba en el periódico Deutsch-Französischen Jahrbücher, un escrito en el que utilizaba una frase del filósofo alemán Bruno Bauer (1809-1882), su amigo personal y mentor inicial, miembro -al igual que Marx- de la izquierda hegeliana o jóvenes hegelianos de izquierda, con la que atacaba despiadadamente a la religión. La frase pasó a la celebridad, y en la medida que se ha ido citando y retomando la han atribuido al autor de La Sagrada Familia, que solo la insertó en su texto Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel.
Citar solo la célebre frase extraída de su contexto puede dar lugar a interpretaciones erróneas, por lo que acudo al párrafo del cual se asume la polémica expresión: “La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. La religión es el opio de los pueblos. Se necesita la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real”.
Si el cristianismo pretende sobrevivir en el presente será mejor que se aparte del comunismo, que es el verdadero opio de los pueblos.
Tal vez el Papa Francisco desconozca el texto completo del “pensador del mundo del trabajo” que se pronunció por la eliminación de la religión, algo que al parecer no ha de lograrse, pues como diría el gran apóstol cubano: “Todo pueblo necesita ser religioso. No solo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo”. (…) “El ser religioso está entrañado en el ser humano. Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan en ella; es necesario que la justicia celeste la garantice”. (Martí, J. Obras Completas. T. 19. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1975. pp.392.)
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