Castro y Hitler, demasiadas coincidencias.
Por el Dr. Alberto Roteta Dorado. FORT PIERCE. Estados Unidos.
Si no fuera porque el tenebroso cubano nació cuando el Führer aún vivía, el Comandante parece ser su propia encarnación.
Una figura puede alcanzar su notoriedad lo mismo por sus obras en pos del bien que por todo el mal realizado; de ahí que Adolf Hitler y Fidel Castro —a pesar de sus conocidos crímenes y desaciertos dentro de sus líneas políticas— han pasado a la posteridad, aunque resulte difícil de admitir.
Adolf Hitler (1889-1945) se destacó en sus inicios como líder del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, precursor del Partido Nazi. Fidel Castro (1926) estuvo vinculado a los partidos Ortodoxo y Unido de la Revolución Socialista de Cuba, y desde 1965 al Partido Comunista de Cuba, del cual fue su primer secretario hasta el 2011.
Ambos comenzaron su actividad política como opositores. Hitler intentó una insurrección conocida como el Putsch de Múnich, en 1923, siendo condenado a prisión tras su fracaso. Durante su estancia en la cárcel redactó la primera parte de su libro Mein Kampf, en el que, además de exponer su ideología, trata aspectos autobiográficos. Fidel Castro se inició de igual forma como opositor y fue condenado a prisión después de su fracasado asalto al Cuartel Moncada en 1953. También su texto La historia me absolverá fue escrito en presidio, entre 1953 y 1954, a partir de las ideas de su autodefensa ante el juicio en su contra por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. El folleto, aunque no es precisamente autobiográfico, está en relación con un acontecimiento clave en la vida del mandatario.
Las dos figuras llegaron al poder a través de la imposición. Ninguno fue elegido. Hitler fue nombrado canciller imperial en 1933 y, un año después, a la muerte del presidente Paul von Hindenburg, se autoproclamó líder y canciller imperial, con lo que asumió el mando del Estado. De manera similar Fidel Castro fue nombrado primer ministro en 1959 y tras la premeditada reforma constitucional de 1976 se autoproclamó presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, con lo que desaparecía el simbólico puesto de Presidente de la República que ocupaba el Dr. Osvaldo Dorticós.
Una vez que Hitler se ganó el apoyo popular, fue capaz de reorganizar las fuerzas armadas alemanas y estableció una dictadura totalitaria. Convirtió la República de Weimar en el Tercer Reich, gobernando con un partido único, el que fundamentaba su existencia desde la autocracia de la ideología nazi.
Fidel Castro emprendió una serie de transformaciones en la Cuba de los años iniciales de la revolución, los que aparentemente favorecían a ciertos sectores poblacionales que le ofrecieron a cambio su apoyo incondicional. Su carisma como líder —al igual que el de Hitler— fue determinante para que obsesionara a los hombres de pueblo, convertidos ahora en sus súbditos. Instauró una dictadura totalitaria con un partido único, el comunista, con un socialismo como equivalente de la hegemonía alemana que impondría Adolf.
Tanto Hitler como Castro importaron planteamientos y concepciones desde las experiencias de otros pueblos. Las características del nazismo alemán tienen su origen a partir del fascismo italiano, como el socialismo cubano resultó ser una copia del comunismo soviético.
Hitler pretendió dominar al mundo y logró una considerable expansión por toda Europa. Fidel, desde una diminuta isla, no tuvo el mismo contexto del Führer; no obstante dispersó a centenares de hombres de su ejército por varios países de África y pretendió implantar el comunismo en varios países de América.
En torno a la figura de ambos líderes se desarrolló un intenso culto a la personalidad. A Hitler se le veneraba en sus tiempos iniciales, propiciando de manera subliminal a través de sus dotes histriónicas aquella adoración más allá de lo concebible. No obstante, a pesar de haber participado en las dos guerras mundiales, en las batallas de Somme, de Arrás, de Kaiserschlacht y de Marne, solo se le otorgó la Cruz de Hierro en 1914 por haber resultado herido.
En Cuba la imagen del hombre barbudo y con gorra convertido en el nuevo mesías, junto a sus disparatadas frases, aparecen por doquier. Su onomástico lo mismo se celebra en guarderías infantiles y centros educacionales, que en las sedes del gobierno. Posee centenares de condecoraciones que van desde la Orden Georgi Dimitrov —entre otras tantas distinciones conferidas por el antiguo campo socialista— hasta las más insólitas dadas por el Comité Olímpico o la Organización Mundial de la Salud, y hasta la Sociedad Abakuá lo hizo miembro honorario.
Ambos líderes se han caracterizado por tener serios trastornos de su personalidad. Las ideas delirantes de Hitler lo llevaron a vivir en un mundo de irrealidad que lo impulsaban a la búsqueda del Santo Grial, a convertir antiguos castillos medievales en sedes de movimientos espiritualistas y ocultistas, a mezclar el misticismo y las tradiciones precristianas con el simbolismo primitivo de las religiones y filosofías orientales y de la antigua Europa del Norte, y hasta a incorporar aspectos de los rituales de los templarios y otras sectas con un ideal de contemporaneidad. Fidel Castro fue al otro extremo y negó todo sentimiento de espiritualidad, lo que lo condujo a adoptar para Cuba el marxismo-leninismo, una forma de ideología hasta entonces jamás vista en un país que practicaba el cristianismo.
Estos rasgos histéricos expresados a través del egocentrismo resultan patentes cuando observamos la gestualidad y la expresión facial de ambos. La ambición, la prepotencia, la irascibilidad, y ante todo aquella infinita maldad pueden apreciarse en sus rostros, lo que unido a una exageración premeditada —como elemento para afianzar el poder— en los ademanes, los convierten en figuras ideales para protagonizar leyendas draculianas.
Cada uno ha estado dominado por un delirio, cual reflejo de posibles traumas en etapas tempranas de sus vidas. En el caso de Hitler, el de exterminar a los judíos lo llevó a ejecutar los más atroces crímenes. Todos conocen las aniquilaciones masivas en los campos de concentración, lo que fue motivado por la delirante idea de un pangermanismo y la existencia de una raza superior, la aria, que debía “prevalecer”.
En el caso del Fidel, su delirio ha estado centralizado en un enemigo fantasma que intenta asediarlo eternamente. Lo que Hitler encontró en los judíos, Fidel lo ha hallado en el “imperialismo yanqui”, lo que Hitler asumió como una cuestión étnico-racial, Fidel lo materializa en el terreno político a través de una pretensión de expansión y una serie infinita de posibles invasiones, sabotajes y agresiones por parte de su enemigo fantasma, lo que demuestra un estado de paranoia permanente.
Considerando las ideas de Hitler en torno a los misterios de la vida y la muerte, si no fuera porque el tenebroso cubano nació cuando el Führer aún vivía, y porque conceptualmente no parece ser posible, el maligno comandante cubano, cuyos noventa años se están celebrando, parece ser su propia encarnación. Al menos estas similitudes así lo sugieren.
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