EL TOTÍ. Por Hugo J. Byrne.
“Dice mi gallo quiquiriquí, la culpa de todo la tiene el totí”. Popular canción cubana de mi niñez.
El “Totí” es un pajarito negro, pero nadie debe creer que tengo el mal gusto de traerlo a colación para referirme al presente inquilino de la Casa Blanca. Se trata de un ave cubana real, cuya más notable característica es la defensa de su nido. Los buitres que en Cuba se les conoce como auras tiñosas, tienen la tendencia de atacar los nidos de esos pájaros para devorar sus huevos. En consecuencia, es común ver a un totí atacando con fiereza a una tiñosa, ave cinco veces mayor y en apariencias más fuerte. La desventaja del Totí en tamaño y fuerza la compensa con creces en velocidad y determinación. Es divertido observar cómo se lanzan en picada sobre las cabezas rojas y calvas de las tiñosas, acribillándolas a picotazos. Cuando se combinan dos totíes contra una tiñosa, esta última tiene que batirse en abominable retirada hasta bien lejos. En la estrofa que inicia este artículo no se aclara cuál es la pretensa culpabilidad del totí de marras. Pero desde entonces se acostumbra llamarle totí en Cuba a todo aquél que, con razón o sin ella, cargue con alguna culpa, quizás ajena. El “totí” al que me refiero es el presidente anterior, George W. Bush, quien no es santo de mi devoción por razones que no competen a este trabajo. Bush no generó por sí solo la crisis económica cuyos rezagos aún se sienten debido al estruendoso fracaso de la política fiscal de Obama. Esa última crisis económica que aún sufrimos, se inició con la quiebra de bancos que habían extendido crédito en el vital renglón hipotecario, a individuos y a empresas sin la solvencia requerida ni el colateral que lo garantizara. Ese ciclo en bajada empezó durante el gobierno de Clinton, gústele o no a sus apologistas, expertos en el arte de culpar al prójimo de todos los pecados del universo. Quienes culpen exclusivamente a Bush por la debacle económica que todavía arrastramos, son ignorantes de la realidad histórica, o carecen de buena fe. A los primeros les recomiendo asesorarse mejor en lo que escriben. El altruismo aplicado ciegamente puede ser y a menudo es fatal. El gobierno de Clinton demostró ser capaz de abrogarse el crédito por la revolución económica de Newt Gingrich en 1994. En ese momento el primero fue llevado, ”gritando y pataleando”, a un presupuesto balanceado: “La era del gobierno grande terminó”, afirmó después “Bubba”, con el rostro perfectamente serio. Todos lo aplaudimos. Ahora los apologistas de Obama, quien restableció el “estado benefactor”, agregando diez trillones a la deuda nacional durante menos de dos períodos, continúan culpando a Bush. ¡Busch es el único culpable, el “totí” de la canción! La realidad es bien diferente. El proyecto llamado “Community Reinvesting Act”, fue creación de William Jefferson Clinton, forzando crédito liberal a entidades dudosamente solventes y provocando el desplome de esa vital parte de la economía americana. Incrementar la posesión de propiedad en la ciudadanía es un objetivo muy loable, que favorecieran otros presidentes como Roosevelt, Reagan, Clinton y el mismo Bush. Pero ese objetivo nunca se alcanza desafiando las leyes fundamentales de la economía. En consecuencia los compromisos adquiridos no podían pagarse y decenas de miles de familias perdieron sus propiedades. Otras, con alguna solvencia pudieron vender con pérdida. ¿Qué otra cosa puede hacerse cuando la hipoteca dobla el valor mercantil de la propiedad? Eso generó contracción en otros sectores y, por supuesto, crisis económica y desempleo. Este último continúa sin abatirse a pesar de las ridículas estadísticas oficiales que sólo tienen en cuenta el número de quienes solicitan obtener subsidio al desempleo. La enorme cantidad de trabajadores que ha desertado de la fuerza laboral y hoy reciben otros subsidios del gobierno federal como estampillas de comida, no se mencionan en ese cuento “de Callejas”. La reducción en el montante del promedio de salarios es una evidencia que no puede ocultarse, pero la prensa “liberal” sin embargo, hace cuanto puede por suprimir cifras que demuestren el fracaso del furtivo socialismo de Obama. En ningún sistema de libertad empresarial, el estado puede forzar al inversionista al exclusivo fomento doméstico. En una nación realmente libre a nadie se le penaliza por irse con su música a otra parte. Los preceptos constitucionales de América prohíben coerción al comercio a menos que intente devenir en monopolio. Pero una cosa es penalizar y otra estimular. A nadie perjudicaría que se redujeran los impuestos federales, excepto a las sanguijuelas que los abusan. Es una realidad muy difícil de ocultar que durante la presente administración los impuestos federales y estatales, junto a las incontables y muy dañinas licencias y regulaciones absurdas, estén estrangulando abiertamente la inversión privada. En especial a negocios pequeños, que proveen la mayoría de los empleos en todas partes. El llamado “outsourcing” no ocurre sólo allende los mares, sino también entre los estados de la Unión Americana. Estados como California e Illinois, con impuestos incosteables y regulaciones insufribles pierden continuamente fuentes de trabajo que migran a otros estados como Texas, Georgia y hasta la frígida Alaska. Esos estados han acuñado la frase “business friendly” (amistoso a los negocios). Espero haber ayudado a algunos de mis lectores a entender economía libre, aunque la enorme mayoría de ellos saben todo esto mejor que yo. Además, como afirma el mayor de mis hijos políticos, “todo el mundo tiene derecho a mi opinión”.
hugojbyrne@aol.com
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