¡AZÚCAR!: CELIA CRUZ. Por Hugo J. Byrne.
A propósito de una absurda serie de la televisión en español que no vi (no veo ninguna), traigo a la palestra estas cuartillas del 2003 que, a pesar de las reglas que trato de seguir para estos trabajos, resultaran intensamente subjetivas. Que me perdone el amable lector, pero el tema no se presta a la objetividad.
Cuando pienso en Cuba, lo que ocurre a todas horas del día de todos los días, y a pesar (o quizás como compensación) de la amargura que entraña la separación de ella por ya más de cincuenta y cuatro años, los recuerdos son casi siempre dulces. Quizás esto sea producto de ciertos reflejos condicionados en mi mente durante los años jóvenes.
No cabe duda que, sin entrar en un análisis sobre las características específicas de mis papilas gustativas, el hecho cierto, indiscutible y abrumador es que me gusta el dulce. Cuál es el origen de semejante y notoria debilidad (si es que se trata de una debilidad), no me preocupa. Quizás se remonte al irresistible postre de higo que una incomparable tía confeccionaba con los frutos del árbol que plantara ese abuelo mambí que infortunadamente no alcancé a conocer. Juan Byrne Smith plantó esa higuera en los años veinte del siglo pasado en nuestra casa de Matanzas.
Mi vocación por el dulce, no se restringe al tema gastronómico. Para un servidor la dulzura es el fundamento del atractivo en el sexo opuesto. Una mujer puede ser muy agraciada físicamente, e inclusive inteligente y virtuosa, pero si es brusca y seca, carece de un atractivo esencial en mi criterio. Por el contrario, una mujer muy dulce, a nuestros ojos disimula grandemente cualesquiera otros posibles defectos. La dulzura en una mujer nunca le ha hecho daño a nadie. Eros nos puede amenazar con muchas enfermedades graves, especialmente en esta época de promiscuidad y libertinaje, pero la diabetes no es una de ellas.
Dulzura es también sinónimo de un ingrediente primordial en los gustos musicales cubanos. En ese criterio no estoy solo, sino que me asiste el consenso general de la inmensa mayoría de los cubanos. No es casualidad que la más tradicional y clásica música cubana sea también profundamente dulce. En especial la música afrocubana, esa que suelta la cintura y estimula los pies. Aunque, como en mi caso, los dos sean izquierdos.
Y el secreto de la dulzura en esos sonidos armónicos, cuyas raíces se remontan a Nigeria y otras áreas de África occidental, reside en las cadencias y los ritmos. No importa que la lírica sea dramática. Porque es la dulzura de esas cadencias y esos ritmos, tan cubanos como la ceiba y la palma, la que suelta la cintura y estimula los pies. ¿Hay quien lo dude?, veamos: "Songo” le dio a “Borondongo”. “Borondongo” le dio a Bernabé. Bernabé le pegó a “Muchilanga…"
Son cuatro los que están peleando, por lo que no se trata de una simple reyerta, sino una riña tumultuaria con todas las de la ley: Motín de consecuencias graves, pues el tal Bernabé arrojó "Burundanga" a los pies de su víctima, provocándole edema.
Sin embargo, nadie llora por “Muchilanga” y todos bailamos al compás de su rima consonante. A ese compás de cadencias dulces y ritmos ardientes del alma de Cuba, que es algo así como una tacita de buen café cubano con tres cucharaditas de azúcar. Dulce, pero no para el paladar, sino para el oído, la cintura y los pies.
Y esas cadencias y esos ritmos dulzones afrocubanos, fueron son y serán patrimonio exclusivo de Celia Cruz, pues nadie como ella supo no sólo interpretarlos, sino por sobre todo sentirlos y entenderlos. Celia fue es y será el ritmo y la cadencia dulce de Cuba. Por eso su saludo tradicional siempre fue ¡azúcar! Celia fue la intérprete de ellos por excelencia, la mejor de todos los tiempos.
Su salida de Cuba hacia el exilio político en 1960 constituyó un ejemplo extraordinario de cómo el arte requiere, ¡demanda! total libertad de expresión. Celia, como el poeta Solzhenitsin en la Unión Soviética, se asfixiaba en Castrolandia. Por eso fue y siempre será un ícono de Cuba libre. Ayer en vida y hoy como ejemplo.
Como artista y como cubana (en nuestro criterio, "intransigente y radical") Celia Cruz, a quien nunca conocimos en persona, logró alcanzar el cénit. Puso espacio entre ella y la tiranía castrista desde muy temprano, nunca comprometió su arte, nunca tuvo que dar excusas a sus compatriotas, ni a Cuba. Segura de su talento, tras breves años de llegar al destierro y en virtud de tesón y calidad, convirtió su fama de nacional en universal. Y esta "Guarachera de Cuba", devenida en "Guarachera del mundo", nunca perdió la humildad de la verdadera grandeza ni olvidó las razones que la separaron de su tierra natal por el resto de su extraordinaria vida.
Celia Cruz, al pasar el umbral de la inmortalidad, dejó a su paso una dulcísima estela de cadencias y ritmos también inmortales. Por contraste, ese "Rey Midas al revés" llamado Fidel Castro, sólo dejará un rastro de miseria, opresión, muerte y luto.
Hugojbyrne@aol.com
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