La caravana del terror. Sin exclusiones: Martin Luther King Por Agustin López Blog: Decaisone 11 de julio de 2015
Alzo la mirada hacia su rostro. El sonríe. Sin dudas merece compasión. Perdónalo señor, no sabe lo que hace.
Me estas pidiendo algo absurdo- le digo-, eso no es hacer algo por ti ni para ti, sino por y para el poder que representas, pero lo pensare. Le recomiendo a ambos que lean y se instruyan, busquen adquirir sabiduría. Lean la biblia aunque no crean en Dios, también sobre Gandhi, Mandela, Martin Luther King, Martí.
Tengo un libro de Martin Luther King, si quieres te lo presto, pero me lo devuelves; espero que no sea aquí. Yo tengo uno, pero no sé si es el mismo. Tráeme el tuyo.
El muchacho da la vuelta y desaparece tras la puerta, en unos minutos reaparece con un libro de caratula blanca. Tuve la certeza que era un buen libro, de Luther, como de Gandhi, de Mandela o de Martí no se pueden escribir malos libros. Me lo alcanza. En el centro, en la parte superior esta el nombre del autor: Vincent Roussel, más abajo, en letras negras mayores el nombre de Martin Luther King, debajo del nombre, en letras más pequeñas el título del libro: “Contra todas las exclusiones”. Valladares había titulado el de él: “Contra toda Esperanza”. En el centro de la hoja la fotografía del gran luchador por los Derechos Civiles en los EEUU. Tiene las manos cruzadas debajo de la barbilla, la izquierda en la que se destaca una lianza en el dedo anular está por debajo de la derecha, una barba negra le cubre el rostro confundida con el traje. Lo que más impresiona es su mirada, abarcadora, sensible, tierna pero llena de determinación, ausente de miedos y confiada, muy lucida pero tocada con algo de tristeza y preocupación y sobre todo, cargada de amor. Debajo de la imagen En la parte inferior al lado derecho y final de la caratula en letras blancas la palabra Testigos y debajo Desclée De Brouwer con un logotipo a la derecha, identificando la editora. El muchacho no sabe el tesoro que puso en mis manos.
No, ese no lo tengo. Te lo presto entonces. Tengo la boca seca. Necesitaría tomar agua. Eso si este difícil, no tenemos agua. Creo que no vamos a continuar la conversación.
Quizás el sicario, que desde hoy hare algo por él y le cambiare el nombre porque me prestó un gran libro, intentaba burlarse, pero no lo creo, al final me deja con dudas. Pasan unos minutos mas y aparece el jefe con mi teléfono en su mano envuelto en una hoja de papel blanco con mi nombre, se lo entrega al negrito y le comunica que ya era hora de liberarme. El blanquito hace otra pregunta.
¿Profesor de que tu eres? ¿Cómo? Si, ¿En qué universidad te graduaste?
Tarde unos segundos en contestar aunque ya la respuesta estaba escrita en una de mis libretas de notas hacia treinta y nueve años atrás. Son esas cosas que suceden y no se le puede dar una explicación convincente. Dentro de una especie de diario analítico que escribía a la edad de los veinte, me imaginaba en el futuro como un gran personaje, un justiciero, un reclamante de derechos y defensor de los débiles y los humildes. La fantasía me tomaba la mente y dejaba en las hojas de papel una constancia de hechos que muchos de ellos sucederían después. Esa noche en el autoestudio, me vino la visión de haber hecho un discurso en defensa de esos infelices desamparados y en contra del poder opresor que ya me imaginaba que iba a ser la revolución de Fidel Castro, la gente aplaudía y alguien se acerco y me pregunto: ¿En qué universidad has aprendido?. En la universidad del pueblo- le conteste sin pensarlo. Ahora, increíblemente para muchos, no para mí, la pregunta se convertía en algo real, solo que no había hecho un elocuente discurso ni tampoco era un gran justiciero. Sin embargo, si había algo muy verídico con aquel escrito del pasado; reclamaba el derecho de los oprimidos.
En la universidad del pueblo y no soy profesor de nada – le conteste al carcelero- mientras, el jefe que también había escuchado la pregunta le respondía desde la puerta que yo era ingeniero naval. Fui a aclararle que era solo técnico, pero ya el agente me entregaba el teléfono y los tres nos poníamos en movimiento hacia la salida del cuartico. Caminamos hasta el parqueo donde una patrulla con dos policías esperaban, al entrar el jefe se percata que tengo el teléfono, me lo pide y se lo entrega a los policías; cuando se baje se lo entregas- les ordena-. Esa acción hace que me percate que no tiene confianza en mí, la mayor parte de lo que ha intentado demostrar es su profesión de represor político.
Casi al instante traen a Rodiles y lo sientan a mi lado. Somos los únicos que quedamos. Yo y Rodiles cruzamos unas palabras. Intenta explicarme para que actué como el determine, argumentando que nos gravan cuando hablamos. No me preocupa- le contesto-. A él no le agrada mi respuesta, se refiere al desacuerdo cuando me oriento que me callara. Lo escucho con sumisión, sin rebatirle nada, no es hora de discutir nimiedades. Por ciertas cosas y quizás origen familiar ha ganado notoriedad, le admiro mucho por su valentía sin limites, pero yo no tengo jefe ni cumplo ordenes de ningún terrícola. Estoy dispuesto a seguirlo en cuanto demuestre objetividad y eficacia. El tiene academia y recursos, yo tengo a Dios.
Los policías me dejan en el entronque de la carretera de Calabazar, a solo unos trescientos metros del VIVAD, frente a un Kiosco de venta de refrescos y emparedados. El mismo lugar donde nos reunimos el día 31 para sacar a los 15 activistas encerrados el 30 en el VIVAD por ir a la convocatoria de Tania a la Plaza de la Revolución. Pido un refresco y calmo la sed. Enciendo el móvil y observo las llamadas. Compruebo la llamada cuando iba en el camión. Había sido de Marta Beatriz. Llamo a Reinaldo y le hago saber que me acaban de liberar. Son las 16 horas con 10 minutos.
El sol abraza cada palmo de tierra, pero estoy debajo de los frondosos árboles que bordean la carretera. Del parque Lenin sopla una brisa agradable, llevo un libro de Martin Luther King en mi mano que no puede esperar. Además, una sensación de confort y paz domina todo mi espíritu. No tengo deseos de subir a un ómnibus, siento de verdad y muy profundo la libertad dentro. Camino por el borde de la vía con el libro abierto: “me siento feliz al unirme a vosotros hoy para participar en lo que la historia considerara como la mayor demostración a favor de la libertad en los anales de nuestra nación”. Primer párrafo de la pagina 9. En la pagina 10 uno de los que leyó antes el libro señalo con tinta roja: “persecución de la felicidad”. Es la hora de convertir la justicia en una realidad para todos los hijos de Dios. de libertad y de igualdad.
Según leo la sensación de placer aumenta, dentro del pecho una felicidad inmensa e inefable se esparce como un elixir divino, me siento no tan grande como Dios pero si bien cerca de eso. El muchacho no sabe lo que me dio. Pienso que se lo debe haber quitado a algún opositor. No creo que él lo haya leído, de lo contrario no fuera un represor. De la forma que haya sido tendré que estarle agradecido por todo lo que me queda de vida.
Marco el numero de Beatriz. Si, buenas tardes- le digo- me llamaste cuando me llevaban esposado con un grupo de activistas en un camión de las tropas especiales rodeado de policías uniformados, no pude contestarte. Me acaban de liberar. Si –me contesta- Reinaldo me dijo que de seguro te habían arrestado en la mañana. Hicieron el intento pero no lo lograron, llegue al parque Gandhi, me arrestaron después, cerca de la una. Qué barbaridad, la represión no cesa. Que va, después de iniciadas las negociaciones ha aumentado, ahora tienen la anuencia y el respaldo solapado de los EEUU. Desgraciadamente sí. Bueno, gracias y nos vemos pronto, yo no voy a ceder en mis propósitos.
Vuelvo la mirada hacia el libro, en la pagina 11 ahora la tinta roja señala: “no intentemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo en la copa de la amargura y el odio” y en la 12 “algunos de nosotros acaban de salir de estrechas celdas de la prisión. Vosotros habéis sido los héroes del sufrimiento creador”.
Me dan deseos de volver atrás y abrazar al muchacho con toda la fuerza de lo que estoy sintiendo. Habrá poca diferencia de cuando abrase a mi hija en el aeropuerto en el primer encuentro después de un año de ausencia, pero creo que él no comprendería nada y me tomaría como un loco. No he tenido más de 10 libros valiosos en mi mano, este es uno de ellos.
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