La caravana del terror. Entre Antúnez y Tamara. Por Agustin López Dekaisone 26 de julio de 2015
Ya los bancos estaban ocupados por varios activistas. Me siento al lado de Antúnez. El no sabe el placer que esto me causa, nadie lo sabe excepto yo que lo vivo. Me traslado al pasado cuando lo escuchaba por radio Martí un poco que sufriendo sus represiones y también emocionado por su valentía. Siempre con la esperanza de conocerlo y poder compartir con él un espacio de rebeldía. Hoy ha sido ese día, no de conocerlo porque desde hace muchos años nos conocemos, sino de compartir el espacio ansiado. Hoy Dios, conocedor de mi corazón me ha complacido y bendecido. A todos les han quitado las esposas, de mi se han olvidado pero no protesto, estoy disfrutando el momento al lado del héroe. El oficial de las dos estrellas transita entre los policías cerca del parqueo a unos 15 metros de nosotros, con la mirada va recorriendo los arrestados, se detiene en mi y le ordena a uno de los uniformados que me quite las esposas. Paso las manos adelante y me las floto para que todos incluyendo el oficial vean las marcas.
Entra al patio una patrulla y se oye una mujer que protesta. Es extraño – me digo-, las mujeres no las traen a este lugar. Intentan persuadirla, pero es inútil, no se calma ni obedece, increpa a los policías, y sicarios. Con toda y justa razón.
Los oficiales tratan de disciplinarla pero solo logran mas rebeldía. Sus palabras no son ofensivas, les dice a los militares lo que son: asesinos, esbirros, abusadores y otras palabras que no recuerdo. La traen hacia los bancos pero no está dispuesta obedecer ni la más mínima orden. Se sienta en la acera al lado de la oficina alegando que no se sienta al lado de asesinos. El oficial de las dos estrellas negras se le acerca pidiéndole que vaya hacia los bancos, ella le contesta; O donde yo quiera o me encierran en el calabozo, yo no tengo porque estar aquí. El oficial se va y la dejan sin que puedan callarla. Iris Tamara Pérez Aguilera es una mujer indomable. Mariana Grajales, o algunas de las supuestas heroínas recogidas por la historia de Cuba le quedan chiquita a esta negra cimarrona. Antúnez se levanta de mi lado y va hacia donde esta ella. Los policías se mueven nerviosos, listos para atacar. El esposo la ayuda a levantarse y vienen los dos hacia el banco. Marcelino me pide que le ceda el puesto, pero yo quiero sentirme aprisionado entre estos dos Gandhi de mi Cuba, es una concesión divina de mi Dios que conoce mi corazón, sin embargo noto que no cabemos, ellos están gorditos. Me levanto con intenciones de cambiar de banco y un uniformado intenta impedírmelo ordenándome que me quede en el lugar. Están acostumbrados a esperar ordenes.
Yo no obedezco ordenes- le digo con un tono de voz imponente- algunos se mueven como para atacarme, pero no les hago caso. Ustedes están equivocados, -sigo diciéndole- ninguno me puede ordenar nada y no les tengo miedo. Otro, un mulato espigado me manda a callar. Yo solo obedezco al que esta allá arriba, ningún hombre terrenal me calla excepto que me mate –le grito- Me siento al lado del musulmán. Iris no se calla y eso me gusta, pero otro de los policías intenta hacerse el bárbaro y manda a callar a Marcelino. Yo permanecía en silencio pero esta insolencia me hace estallar de nuevo. Tengo que repetirle el mismo discurso: tú no eres nadie para mandar a callar, de los que estamos aquí ninguno tenemos miedo, cállate tu y te ira mejor, deja eso de acerté el valiente que no lo eres. El uniformado hace un gesto como de guapería, esto me molesta mas; oye, te dije que ni eres guapo ni bárbaro- le repito-, a quien piensas intimidar. Estoy gritando. Los oficiales se acercan y me dicen que no provoque.
Aquí los que están provocando son ellos, nosotros nos sabemos comportar pero no aguantamos amenazas, no hay miedo.
El oficial de las estrellas negras parece que comprendió, retira a un grupo de los guardias y deja solo unos cinco, ordenándole que nos dejen tranquilos con nuestros temas. Son tiempos diferentes, veinte años atrás, por esto nos daban una golpiza y nos metían en las tapiadas y después Fidel Castro mediante un juicio sumario ordenaba una condena de veinte o veinticinco años de prisión y pocos se enteraban de lo sucedido. Hoy lo pueden hacer también pero sería conocido por muchas personas y nuestros rostros saldrían en los espacios de algún medio de prensa. Las dictaduras le tienen terror a la información, el periodismo libre para y digno para las tiranías son como un látigo de verdugo.
Iris no se calla y eso me gusta. Su voz clara muestra la determinación de no temerle ni a la represión ni a la muerte, es una cimarrona pura. Utilizo la palabra cimarrona para catalogarla porque para mí es la palabra que más se identifica con la rebeldía y la libertad, yo también me considero un cimarrón.
Escobedo ocupa unos de los bancos a mi lado y les aclara a los uniformados que ellos no están para atacar y golpear a gente pacífica, sino para evitar el abuso, hacer cumplir la ley vigente e impedir el desorden social. Muy contrario a como están obrando. El activista amigo de Lucinda comenta que mientras todo esto sucede Tony Castro se encuentra en Grecia disfrutando de las mieles del poder utilizando el capital adquirido mediante la explotación inmisericorde al pueblo de Cuba, abonando por él y sus cuatro guardaespaldas mil dólares diario solo de hospedaje por cada habitación y paseando en un lujoso yate como el más burgués entre los burgueses.
¿Por qué estamos aquí, que delito hemos cometido- dice Claudio-
Nadie contesta y el oficial de las dos estrellas negras se aleja más para no escuchar, no sé si por vergüenza o desvergüenza, si por sentirse cubano o esbirro al servicio del poder.
Se llevan a Iris y Antúnez. Ha Tamara la quieren trasladar con las tres mujeres policías que la amenazaron con golpearla, una mayor y dos suboficiales. Ella se niega a subir al auto, está segura que después que la esposen dentro del vehículo la van a estropear, no es la primera ocasión en que se encontrado en trance similar y la han golpeado con saña y odio teniendo que requerir asistencia médica. Solo muerta o apaleada subiré -le dice a las asalariadas- . Eso me gusta y desde el lugar donde estoy disfruto la valentía de la heroína y comento ante los oficiales y policías que me rodean: la mujer tiene razón, solo tienen que admitirle lo que pide y se soluciona el problema con racionalidad. Al fin acceden al pedido de Tamara y se la llevan fuera de la prisión. Vaya mujercita- me digo- tiene el valor de millones de cubanos, ¡coño!, los hombres en Cuba siempre han alardeado de machos, hoy debían de avergonzarse.
Traen al activista que leyó la nota de Silva y lo sientan al frente donde estaban Antúnez y Tamara, con la mano derecha se frota el brazo izquierdo que le han lesionado, a su lado sientan a Marcelino que se lo habían llevado y ahora regresa con el brazo derecho en cabestrillo. El dolor en mi cuello aumenta, por un momento tengo la idea de solicitar asistencia médica para causarles molestias y que quede alguna constancia del maltrato físico, pero al instante pienso que sería como demostrar debilidad y humillarme, en un final, son solo distenciones de músculos a las cuales estoy acostumbrado, he sufrido dolores muy intensos durante mi existencias y no he buscado asistencia médica, si los comparo, este es insignificante y ellos solo me darían un calmante para el dolor.
Uno por uno, los van llevando adentro, haciéndole el procedimiento de rutina y devolviéndolos al parquecito. Solo quedamos dos sin el proceso. Ya deben de ser casi las 16 horas, el sol está a un tercio del ocaso y algunas nubes oscuras transitan silenciosas por el cielo. La agresividad visible de los represores de civil y uniformados hacia nosotros ha disminuido. La matica de mango del patio permanece tranquila, hoy los uniformados no la han acometido, ya no le queda ni un fruto.
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