EL REMOLCADOR “13 DE MARZO”, UN CRIMEN IMPUNE Por: Iliana Curra
Era la madrugada de un día 13 de julio de 1994. Hacía exactamente cinco años que Cuba había sido sacudida por el fusilamiento de altos oficiales del régimen. Hombres afines a un sistema que los devoró violentamente. Ironías del destino.
Todo estaba calculadamente preparado. No había temor por el fracaso. La nave marítima era un remolcador capaz de atravesar el estrecho de la Florida sin contratiempos. Todos llegarían a salvo al otro lado del mar. Donde la libertad prevalecía por encima de cualquier cosa.
El número 13 se repetía en el nombre del remolcador “13 de Marzo”. Su estructura, fuerte y segura, no hacía temer a sus navegantes a pesar de su dígito maldecido por versiones populares que decían atraer maleficios. No fue precisamente el destino quien provocó la espantosa muerte de hombres, mujeres y niños. Fue la soberbia de un sistema que no respeta los derechos más elementales de los seres humanos: la vida.
El remolcador salió de la bahía de La Habana, tal y como se había estudiado. Cada detalle era imprescindible para el éxito en una salida masiva de cubanos que querían ser libres fuera de su patria dominada por un déspota enfermo de poder. La garantía de llegar era total y absoluta. Pero no contaron con el odio impregnado en las mentes de cobardes sometidos que no lo permitirían, aunque tuvieran que matar. ¡Y lo hicieron!
Los gritos de las madres para que no les asesinaran a sus hijos fueron en vano. Los niños, levantados en sus brazos para decirles que no dispararan los cañones de agua, fueron blancos del odio más brutal que se puede sentir. No hay justificación para la masacre de gente inocente. Mucho menos de niños.
No es la primera vez que el régimen de Fidel Castro comete tal crimen. Otros no tuvieron la suerte de contarlo. Simplemente no quedaron sobrevivientes. Nadie conoce, quizás, la verdadera cifra de crímenes en alta mar.
La violencia es parte intrínseca de un sistema que odia a su pueblo por placer. La satisfacción de torturar es un elemento más para nutrirse de la maldad que necesita para mantenerse en el poder por casi medio siglo. No solo el Tirano es responsable de tantos crímenes. Los que han apretado el gatillo mortal, los que han golpeado en las cárceles, los que han violado a prisioneros políticos, y los que han hundido embarcaciones en el mar, son tan responsables como él de esa perpetua barbarie existente en Cuba. La indiferencia y la complicidad de países libres y democráticos son parte de esa componenda universal por la que deberían sentir vergüenza. También la prensa liberal demostró el desprecio que siente por las víctimas, mientras que endiosan al dictador.
Pero los muertos están muertos y ya nunca regresarán. Los cadáveres jamás fueron devueltos a sus familiares para darles cristiana sepultura. Tienen que haber sido recogidos, porque de lo contrario hubieran salido a flote en la propia bahía o en los alrededores del malecón habanero. Tampoco se sabe qué hicieron con ellos.
Es tanto el aborrecimiento por el pueblo que ni siquiera los sobrevivientes pudieron llorar sus muertos. A cambio tuvieron represión y encierro. Amenazas para silenciarlos y evitar que se conociera el crimen.
Pero la verdad salió a flote antes que los cadáveres para que el mundo conociera de la bestialidad cometida por sicarios de un régimen que no se mide para matar. Por el momento ha quedado impune el crimen. Queda pendiente en el futuro de una Cuba libre que los culpables sean llevados a tribunales donde la justicia predomine. Para ese entonces se conocerá qué han hecho con los que asesinaron sin compasión una noche de un 13 de julio en un remolcador con el nombre “13 de Marzo”.
Insisto. No fue el fatídico número trece lo que provocó el hundimiento y el caos en una oscura madrugada donde tantos cubanos perdieron la vida. No fue la vida, ni el destino, ni siquiera el presagio de una cartomántica o de un babalao. Fue la dictadura de Fidel Castro. El mismo que un día 13 de agosto viniera al mundo para traer la desgracia al pueblo cubano.
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