La Habana que conocí. Por Alberto Gutiérrez Barbero.
"Si ves La Habana no la conoces", me han dicho algunos cubanos que salieron de Cuba hace poco tiempo y también otros que luego de estar exiliados por muchos años regresaron allá. No obstante, a pesar de que yo no nací en la urbe capitalina, todos están equivocados. Por supuesto es imposible que describa cada kilómetro desde el Castillo del Morro y Alamar hasta La Víbora, o desde El Vedado hasta Los Pinos y Alta Habana. Mucho menos cruzando mentalmente el Río Almendares puedo explicar detalladamente lo urbanizado desde Miramar hasta Pogoloti y La Lisa. Sin embargo eso no significa que si hoy viera La Habana y sus alrededores no los conocería.Simplemente al haberme marchado del suelo cubano hace cinco décadas -que ya parecen siglos- sería una experiencia muy traumática debido a la galopante pobreza de brazo con la opresión castrista. Por seguro observaría las tiendas vacías junto a restaurantes cerrados, los transeuntes mal vestidos y peor alimentados esperando "camellos" u otros limitados autobuses, el tráfico de autos viejos y destartalados,los timbiriches de cuentapropistas, los muros donde se leen alabanzas al tirano cubano, los "palestinos" con uniformes de la PNR y mucho más. O en conclusión una retahíla de "logros" de la revolución, incluyendo desde la regresiva marcha social en las ruinas a lo largo de calles repletas de basura hasta las peligrosas aguas albañales no controladas. Si dudas musitaría "Fulana vivió aquí", "Allí trabajó Mengano" y "¿Qué habrá sido de la vida de Zutano?" Además no descarto que al rememorar mi efímero paso por la Universidad de La Habana o los Muelles de Paula, subiría a un bar en el hoy Hotel Habana Libre -que de libre no tiene nada- donde varias veces disfruté un cóctel llamado Cañaveral, y ante la habanera vista panorámica exclamaría "¡Qué triste todo! ¡Cuánta miseria, cuánta esclavitud!". Desconozco cuando fue la primera vez que visité La Habana, aunque recuerdo fotos de mi infancia junto a mis padres en el Parque Central. Nos hospedamos varias veces en el austero Hotel Siboney, muy bien situado en el Paseo del Prado a pocos pasos de la calle Neptuno. Casualmente muchos años después ya exiliado, leí en un libro que el tirano cubano cuando era un gángster universitario había frecuentado el mismo hotel favorecido por su dueño, quien en definitiva murió como resultado de un "accidente" durante la década de los 60. Todavía a mi memoria acude ese sector habanero particularmente de noche porque se escuchaba muy bien el cañonazo de las nueve. Y a pesar de que Paris se consideraba La Ciudad Luz, en dirección a la Manzana de Gómez, el Centro Gallego, el Capitolio Nacional y el Parque de la Fraternidad, la alegría lumínica desde el tope de diversos edificios era muy impresionante por anuncios animados tales como el perrito de RCA Victor junto a un fonógrafo y la muñequita bañista de las trusas Jantzen. Al mismo tiempo en el portal del Hotel Saratoga la música de la orquesta femenina Anacaona era otro factor a considerar en lo que entonces me parecía un ambiente muy placentero. Con mi madre crucé la bahía de La Habana por primera vez un 7 de Septiembre luego de abordar una lancha en el Muelle de Luz y dirigirnos hacia la Iglesia de la Virgen de Regla, en el pueblo ultramarino del mismo nombre. En otra ocasión desde la calle Egido con mi padre recorrí demasiado en un tranvía luego de arribar a la imponente Terminal de Ferrocarriles. No obstante casi siempre viajamos a la capital en los autobuses interprovinciales que partían por la Carretera Central desde la Ciudad de Pinar del Río. Cuando aún era niño muchas veces anduve por Monte, 10 de Octubre, Belascoaín, San Lázaro, Reina, Zanja y otras calles como Amargura y Lamparilla. Todavía yo no apreciaba el valor arquitectónico de La Habana y entre otras cosas no supe porqué a las tiendas de la cadena norteamericana Woolworth se les llamaba "ten cent'. El Encanto, la mayor y más famosa tienda por departmentos de Cuba que se encontraba en la esquina de Galiano y San Rafael, la conocí al acompañar a una de mis tías en busca de perfumes. También dos veces me llevaron al Estadio del Cerro sin pena ni gloria, puesto que jamás he sentido el más mínimo interés por el beisból o por ningún otro deporte. La muralla habanera se derribó por la expansión de la construcción urbana en lo que se llamaba extramuros. Sin embargo, a pesar de lo que se diga sobre la colombiana Cartagena, en La Habana es donde se encuentra el mayor número de fortalezas coloniales. Nunca las recorrí porque mientras el Castillo del Príncipe era una cárcel y el Castillo de la Fuerza estaba cerrado, el resto eran unidades militares. Igualmente muchas veces de lejos ví al Calixto Garcia, al Reina Mercedes y a otros hospitales. Tampoco puse un pie en La Catedral, en la Iglesia del Sagrado Corazon, etc. Solamente asistí a una misa en la Iglesia del Angel, situada en la calle Compostela muy cerca del Palacio Presidencial. Y a propósito, en una ocasión por la Avenida de los Presidentes en dirección a la Avenida Carlos III me dijeron donde se edificaría La Plaza de la República, la misma que sería La Plaza de la Revolución a partir de 1959. Al comenzar mi adolescencia el Parque Zoológico en la Avenida 26 de Ensanche del Vedado y el centro de atracciones Coney Island situado en la Playa de Marianao, resultaron experiencias muy agradables. Asimismo lo fueron los teatros Blanquita, Nacional, Payret, Martí, Fausto, América y los cines Rex Cinema, Duplex, Arenal, Ambassador, etc. Mientras que por política se entiende el arte de gobernar a un estado, en Cuba el envilecimiento debido a cuestiones politicas no es nada nuevo. Es poco lo positivo que puedo expresar sobre los presidentes cubanos desde 1902, aunque la tiranía castrista los ha superado con creces en lo que incluye opresión, robo y hasta una pésima administración. De hecho también es muy limitado lo que aprendió o quiso aprender el pueblo cubano cuando hubo tiempo para mirar al futuro y evitar males mayores. El 20 de Mayo de 1952, el día en que se conmemoró el cincuentenario de la era republicana cubana, estuve presente en La Habana y la suerte ya estaba hechada por causa del golpe de estado dos meses antes. Una vez más Fulgencio Batista había tomado por la fuerza el mando del país y a pesar de que el avance nacional en diversos aspectos era una realidad, la crisis política poco a poco aumentó de una manera desmezurada. Principalmente por cuestiones familiares mi regreso a La Habana continuó durante los años que se caracterizaron por la excesiva brutalidad de policías y militares en apoyo a Batista, aunque también un número significante de sus oponentes fueron atroces terroristas. Entonces la prensa extranjera con mala intención mucho reportó sobre el "playground" de sexo habanero, sin compararlo con lo que había por ejemplo en la Reeperbahn Strasse de Hamburgo o en los bares de la japonesa Kure. Hoy de acuerdo a la canallada periodística el "turismo sexual" en Tailandia es algo normal y en la norteamericana Nevada es "bussines as usual". De las jineteras merodeando El Malecón. La Rampa o lo que sea, muy poco se dice y se publica porque no es necesario. Después de todo la tiranía castrista que siniestros intereses propulsaron continúa en control de Cuba. En definitiva la partida del dictador/presidente el 1 de Enero de 1959 fue la oportunidad para decir con firmeza ¡Basta ya!. Grande había sido la tragedia nacional y Cuba requería una honesta reflexión desde todos los sectores para un regreso a la normalidad bajo la Constitución de 1940. Es de lamentar que un enorme porcentaje de las masas cubanas -compuestas de hombres y mujeres, blancos y negros, ricos y pobres- se montaron en la cresta de la funesta marea verde olivo iniciando una decisiva colaboración en el camino trazado al abismo. Así las cosas, luego de intentarlo dos veces algún tiempo después de la traicionada invasión en Bahía de Cochinos, llegó el día en que partí de Cuba al exilio de una manera poco habitual. Por diversas razones siempre había rechazado al M-26-7 y al sujeto que la decente historia no absolverá. Como si no fuera suficiente, sin haber participado en algo que valiera la pena mencionar, me sentía vigilado por chacales castristas y lo cierto es que curiosamente pude comprobarlo al año siguiente en suelo extranjero. Punto y aparte del tiempo transcurrido no he olvidado que durante mi última noche en La Habana estuve en el cabaret del Hotel Capri, en la Calle 21 del Vedado. Allá se presentaba la revista musical "Me voy pal Brasil", pero yo iría a otro país. Cordialmente,
albertogutierrezbarbero@comcast.net
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