SAN MANDELA Por Iliana Curra.
Hace días que quiero escribir sobre el tema, pero estaba esperando desintoxicarme. Ha sido tanto la repetición de la mentira, que hasta por poco me creo que Nelson Mandela era un santo. Los comunistas y los idealistas son capaces de convertir a lagartijas en dinosaurios, aumentándolos con una lupa.
Mucho se ha hablado sobre este hombre que fue llevado a prisión con 156 cargos de terrorismo. Su “invento” de quemar a hombres con un neumático incendiado es tan bárbaro, que muchos no quieren creerlo. Sólo hablan del Mandela preso, buena gente y amigable con los guardias que lo cuidaban. El Mandela esposo de una Winnie que continuó haciendo el trabajo sucio y de la que luego tuvo que divorciarse, “insultado” por las barbaridades que cometía. Los crímenes de Winnie no tuvieron consecuencias. De una condena de seis años, pasó a una simple multa, gracias a las conveniencias entre negros y blancos. Terminado el apartheid, debido al mundo entero que boicoteó a Sudáfrica y al régimen de La Habana con su intervención en los asuntos internos de países africanos, una llamada Comisión de la Verdad solucionó el asunto sin que hubiera realmente justicia de ambas partes.
Recuerdo el libro de Winnie Mandela que vendieron y promovieron tanto en Cuba. Lo leí y me vendieron a una mujer excepcional, sin mencionar sus crímenes. Las cartas que Nelson Mandela le escribía a su hijo diciéndole que “tuviera cuidado cuando estuviera manejando”, y me sorprendí que un negro que vivía un brutal apartheid tuviera un carro, mientras nosotros recorríamos La Habana en una bicicleta china y nos llamaban terroristas. Nada, que la historia andaba al revés.
Ahora estoy convencida que Nelson Mandela fue liberado y que su camino hasta la presidencia, y su posteridad, fue un pacto del que quizás un día nos enteremos. Todo salió a pedir de boca. Fidel Castro invadió Angola y Etiopía y lanzó tropas contra los sudafricanos. Guerras que costaron miles de muertos cubanos, simples civiles que eran sacados de sus casas y con un mínimo entrenamiento lo llevaban a morir por un país extranjero. Obligados por la reserva militar castrista y por una dictadura que aún muchos aplauden, el llamado internacionalismo proletario a modo de mercenarios fue significativo en el final de todo esto. Nelson Mandela llega a la presidencia y la paz, aparentemente, llega a Sudáfrica para quedarse. Pero el legado de Mandela, si se llegara a analizar, vemos a una Sudáfrica con un altísimo por ciento de criminalidad y problemas sociales sin resolver, a pesar de presidir la nación, un santo traído del Cielo.
Nelson Mandela muere y el mundo le rinde pleitesía. El dictador de turno de La Habana se abraza con presidentes, se sonríe, se ruboriza y le da la mano al mismísimo Obama, diciéndole entre dientes: “te tengo un americano preso injustamente y vienes a mis pies”. Queda claro la burla de Castro y el sometimiento “protocolar” del presidente del país más poderoso del mundo.
Y que nadie me hable de protocolos, ni mucho menos. Aprendamos del Rey de España cuando hastiado de la verborrea de Hugo Chávez le gritó desesperadamente: ¨¿Por qué no te callas? ¨
Y es que en este velorio sucedieron cosas inauditas. El saludo a Castro, la putería de Obama con la Ministro de Noruega, la cara bien molesta de Michelle, las fotos y las carcajadas en plena ceremonia, la copa que alzó Obama ante la pose inmutable de la Reina de Inglaterra, el traductor de mudos que, no solo es un farsante, sino que tiene récord criminales a montón. Y, algo muy llamativo, apenas se habla de su viuda, Graça Machel, viuda de Samora Machel y ex primera dama de Mozambique, luego primera dama de Sudáfrica y ahora viuda por segunda vez.
Las cosas a veces suceden porque tienen un significado que posiblemente ni entendemos. No importa la historia llena de mentiras, ni las adoraciones ante el altar falso y despreciable de quien jamás quiso escuchar la voz de una madre cubana que le pedía intercediera por la libertad de su hijo. Jamás una mención de presos políticos que cumplían mucho más que él, de su misma raza negra, incluso. Nunca tuvo la vergüenza de levantar su voz por aquellos que agonizaban en huelgas de hambre, ni por mujeres que pateaban en las calles de Cuba. Su agradecimiento, así le llaman algunos de los nuestros, le hizo continuar siendo el terrorista que siempre fue, el que, a conveniencia de otros, terminó siendo un santo, pero un santo que cuando murió, su velorio se convirtió en una show deprimente y patético. Sólo espero que desde el Infierno haya visto para lo que ha quedado su legado, y que Dios nos coja confesados con semejante santo.
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