TODOS SOMOS CULPABLES. Por Alfredo M. Cepero.
“Ver en calma un crimen es cometerlo” José Martí.
Los cables internacionales y la gran prensa comprometida con la izquierda dicen que Orlando Zapata Tamayo murió como consecuencia de una huelga de hambre. Como de costumbre esa prensa miente. Como de costumbre, esos poderosos medios de información, ya sea por contubernio o por indiferencia, presentan una imagen favorable a la satrapía totalitaria cubana. Lo cierto es que este obrero humilde y pacífico fue asesinado por órdenes directas del carnicero Raúl Castro o de su delirante y diabólico hermano mayor. Este mulato magnífico, digno heredero de la estirpe rebelde de Maceo, había tenido la osadía de oponerse al régimen de miseria, opresión y barbarie impuesto durante medio siglo sobre el pueblo de Cuba por el binomio apocalíptico de Birán. Por eso lo mataron, como dijo con integridad y valor su madre Reina Luisa Tamayo.
Su asesinato fue un escarmiento y una advertencia a quienes se oponen al régimen. Su inmolación le ha dado la notoriedad que nunca tuvo en vida y ha hecho de Orlando un símbolo y un estímulo en la lucha por la libertad de Cuba. Y mas importante aún, ha sido una advertencia sobre asesinatos de otros presos de conciencia que se ven venir en estos momentos y un dedo acusador contra todos los que, ya sea por maldad, por avaricia, por oportunismo o por inercia, somos culpables de la prolongación de esta horrenda pesadilla.
Quienes estamos hoy consternados ante su gesto heroico y su horrenda muerte ya no podemos hacer nada por Orlando, pero podemos darle sentido y utilidad a su sacrificio. Ahí están en capilla ardiente dos gigantes de nuestra dignidad como lo fue Orlando Zapata Tamayo. Ariel Sigler Amaya expectora un líquido verde y mal oliente cuando tose y experimenta un ardor paralizante en la uretra cuando, a duras penas, logra vaciar su vejiga. En escasos 18 meses ha perdido más de cien libras de peso y se ha transformado de un consumado atleta en un fantasmagórico detrito humano. Ese fue el espectáculo deprimente del Ariel que vimos cuando los sicarios del régimen lo llevaron esposado al velorio de su corajuda madre. Desde su tumba, Gloria Amaya nos suplica a todos que no dejemos morir al hijo de sus entrañas y los cubanos de honor y de vergüenza no podemos fallarle.
El otro gigante moral en capilla ardiente es el Dr. Darsi Ferrer Ramírez, presidente del Centro “Juan Bruno Zayas” y protagonista de numerosas protestas públicas en fechas de conmemoración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El régimen lo han mantenido en prisión durante siete meses sin celebrarle juicio bajo alegatos de un delito de contrabando de materiales de construcción. Y con el desparpajo y la crueldad que los caracteriza, sus carceleros lo hacen compartir una celda con una docena de enfermos de sida y de tuberculosis, enfermedades contagiosas que podrían avasallar sus debilitadas defensas inmunológicas y causarle la muerte. Sin dudas, Darsi corre el peligro de que las palabras de su madre, Mercedes Ramírez, en carta dirigida a un vice-fiscal de apellido Pinos, puedan resultar proféticas cuando dice: “A estas alturas sufro hasta por la idea de que mi hijo no salga con vida de esa prisión”.
En cuanto a la culpabilidad, no hay dudas sobre quienes son los principales verdugos y asesinos de nuestro pueblo. Todos sabemos quienes son y, por lo tanto, me ahorro el asco de repetir su nombre. Pero, como digo en el título de este artículo, hay culpabilidad para repartir. Cabe aquí como anillo al dedo la cita de la sagrada escritura en cuanto a: “Quién este libre de pecado que lance la primera piedra”.
Culpables son los curas como Tarcisio Bertone que estrechan la mano ensangrentada del dictador carnicero. Culpable es Barack Obama y muchos de sus antecesores en la Casa Blanca que han proporcionado escape a la olla de presión de la tiranía con medidas de privilegios migratorios. Culpables son los Lula da Silva, los Calderón, los Kirchner, los Bachelet y los Rodríguez Zapatero que hacen causa común con los mafiosos miserables de Chávez, Correa, Morales y Ortega para apuntalar en los foros internacionales el edificio tambaleante de la tiranía castrista.
Igualmente culpables son los periodistas que violan no sólo las reglas de la etimología sino los parámetros del respecto a sus lectores y televidentes cuando califican de “gobernantes” o “líderes” a quienes no son otra cosa que vulgares dictadores y consumados matarifes. Culpables son los inversionistas extranjeros que se asocian a los tiranos para esclavizar al miserable obrero cubano. Culpables son quienes hablan de un “borrón y cuenta nueva” arrogándose el derecho de perdonar agravios que no han recibido en carne propia. Culpables son los que, por esnobismo o estulticia, compran el libro de la hermana exiliada que trata de humanizar a los monstruos anacrónicos.
Pero, entre todos, los más culpables somos los mismos cubanos. Los de dentro, porque la gran mayoría ha acatado como corderos aquel infierno de cincuenta años. Los de fuera porque, después de haber salvado el pellejo, la mayoría hemos permanecido indiferentes a la tragedia y una proporción considerable regresamos a la Isla en son de fiesta para humillar muchas veces con nuestra ostentación a los infelices que quedaron atrás. Por otra parte, no sólo culpables sino verdaderamente despreciables son los que desde el exterior viajan a La Habana invitados por los verdugos para incorporarse a la farsa de la lucha contra el bloqueo fantasma.
En cuanto a la Cuba democrática que sabemos cercana, haríamos bien en tener presente que un pueblo que no defiende a sus presos políticos, no llora a sus muertos, ni honra a sus mártires no merece la libertad ni será capaz de preservar su democracia. La compasión humana y la virtud ciudadana, balanceadas con la justicia aplicada con equidad pero sin excepciones son los componentes mas importantes para garantizar la prosperidad y la felicidad del pueblo de Cuba. Nos compete, por lo tanto, a los cubanos de dentro y de fuera que seguimos fieles a la patria y comprometidos con servirla movilizarnos para salvar la vida de nuestros presos, pegarle a la tiranía en el bajo vientre de su flagrante violación de los derechos humanos y darle el oxígeno de nuestra solidaridad a la verdadera oposición interna. Y en cuanto a los malos cubanos que hoy se dedican a perseguir, encarcelar, torturar y asesinar opositores pacíficos notificarles que en nuestro futuro ordenamiento jurídico esos delitos no tendrán prescripción. Que si se les ocurre esgrimir el argumento de la “obediencia debida” correrán la misma suerte de los asesinos de Neuremberg. Porque después de tanto llanto, dolor y lágrimas Cuba merece la libertad y la democracia a las que solo se llegan a través de la puerta de una verdadera y ejemplarizante justicia.
Miami, Florida, USA, 2-26-2010
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